
Un cuerpo yace agonizante frente una multitud aterrada que huye entre flores de cempasúchil. La sangre en el adoquín delata la tragedia que está por confirmarse en unos minutos. En la crónica de una muerte anunciada, Carlos Manzo siente cómo se apaga su vida frente a las velas en honor a los muertos. Era alcalde de Uruapan, Michoacán, conocido en redes sociales como El Bukele Mexicano por su política extrema en el combate al crimen organizado.
Mientras tanto, el cielo del serengueti digital, como diría Diego Mendoza, se llena de parvadas de buitres dispuestos a carroñar hasta el último recurso del nuevo mártir. Sin colores ni ideologías, aquí es algo de lo que todos pueden beneficiarse.
La política carroñera no es algo nuevo. Aprovechar la muerte, el dolor o la tragedia para emplear discursos, realizar actos mediáticos o simbólicos a cambio de obtener beneficios de visibilidad o legitimidad es algo que se ha repetido durante décadas y no debe sorprendernos.
El propio Manzo era consciente de su situación. Formado en la Ciencia Política y la Gestión Pública, sabía que la persuasión es la mejor arma en el sistema de los capitales actual. Bajo la figura de El del Sombrero creó un personaje político irresistible para las masas cansadas de la violencia e impunidad.
De acuerdo con datos del INEGI, en Michoacán la mayoría de la población percibe a la inseguridad como el mayor problema de la entidad. Carlos Manzo entendió el juego e hizo frente a lo que pocos se atreven a enfrentar, pero inteligentemente no lo hizo en penumbras. Consciente de su situación de político independiente, aprovechó la luz que ofrecen no sólo las redes sociales, sino también los medios de comunicación.
El perfil mediático creado por el michoacano trascendió fronteras. A diferencia de lo que muchos creían, Manzo no era un simple presidente municipal. Tanto en Uruapan, como fuera del municipio, comenzó a convertirse en un símbolo de resistencia ante un sistema que durante años ha privilegiado la violencia y corrupción del crimen organizado.
Sus discursos, de lenguaje común y con gran énfasis en groserías, encendían el corazón de sus seguidores y reflejaban el sentir de gran parte del pueblo, no sólo de Uruapan, sino de todo México.
Ese poder mediático no evitó su muerte, como él pensaba, pero lo colocó en un nuevo lugar: el de mártir en el mundo digital, y sobre todo, de una oposición que desde hace años luce desdibujada.
Más allá de lo ético o lo moral, tras la muerte de Manzo, el ala opositora del país hizo lo que tenía que hacer. En un mundo que desde hace décadas impulsa el espectáculo en todo sentido y tiende a deshumanizar, la oposición -compuesta no sólo por los partidos políticos, sino por todo aquel que se opone a las políticas del régimen dominante- entendió el momento y desde el primer minuto generó una cargada en contra del oficialismo.
Los buitres opositores comenzaron a carroñar discursos, videos e imágenes del fallecido con la finalidad de imponer una narrativa que salpicara a la toda poderosa cuatroté. Medios de comunicación se unieron al accionar, quizá no por ideología, pero sí por el tráfico e interacción que significaba hablar del nombre de Carlos Manzo, que llegó a convertirse en tendencia global en algunas plataformas.
El ala del oficialismo, por su parte, guardó silencio el fin de semana. Algunas voces se extendieron para lejos de condenar el homicidio, criticar a sus opositores. Fue hasta el lunes en horas hábiles, que el cuestionado Gobierno Federal emitió su postura en boca de la presidenta de México, pero la respuesta no fue lo que se esperaba.
Claudia Sheinbaum se limitó a condenar de forma institucional el hecho, pero colocó mucho mayor énfasis en buscar culpar a administraciones pasadas por el mismo. Puso empeño en criticar las movilizaciones sociales con un fatídico “¿qué proponen?”, para después insinuar la obviedad: que detrás de la política carroñera en el caso Manzo se encuentran partidos políticos y empresarios opositores.
Para la Cuarta Transformación, el monopolio de la persuasión y de la atención -y en este caso de la política carroñera- es vital. En el asesinato del alcalde de Uruapan, por primera vez, parece perder terreno. Los buitres de Palacio Nacional no entendieron la coyuntura, aún con la experiencia que adquirieron en las tragedias de la llamada guerra contra el narco, en Atenco o Ayotzinapa.
El control de daños institucional se ha mostrado torpe en todo sentido. En el plano estatal fueron expulsados del ritual carroñero que implica un funeral en estos tiempos. El gobierno estadounidense emitió primero sus condolencias a la familia de Manzo antes que el propio gobierno mexicano, y tuvieron que pasar dos días para presentar un plan a medias que busque resarcir el daño.
El lavado de manos fracasó. Y los buitres de Palacio Nacional no aprovecharon la coyuntura para brindar un espectáculo de la presidenta, o bien de su policía estrella, Omar García Harfuch, que refuerce su figura como presidenciable. Mientras tanto, los depredadores mediáticos de la oposición siguen manifestándose desde el corazón de Michoacán, con el ánimo de contagiar a todo el país de unirse a una causa que cada vez hace más ruido.
EN DEFINITIVO… La desconfianza institucional ya asoma como un fantasma en los pasillos de la Cuarta Transformación. Los cuestionamientos al lamentable caso de acoso sexual contra la presidenta Claudia Sheinbaum son prueba de ello. Entre Sinaloa, Veracruz y ahora Michoacán, el desgaste presidencial se acelera. Y apenas ha pasado un año.



