
Fíjese, chato, que ahora les ha dado a los que saben por ponernos letras, como si fuéramos vitaminas, o de esas baterías de coche: que si los Boomers, que si los X, y ahora, que la Generación Z. Se nos acabaron el alfabeto, creo yo, porque ya vamos en la última letra.
Y uno, que ya está curtido de ver generaciones, se pregunta: ¿Y quiénes son estos mentados Z? Pues son los chamacos. Los que, según los que estudian esto, como el Pew Research Center, nacieron entre 1997 y 2012. O sea, los que tienen ahorita… qué sé yo… entre 13 y 28 años, más o menos. Son los que nacieron con el celular pegado a la mano, los que no supieron lo que era el mundo sin internet, sin wifi y sin que todo pasara en una pantallita. Uno se preocupaba por el teléfono de disco y porque no se fuera la luz, y éstos se preocupan porque el ‘like’ no sube o porque la ‘historia’ ya se borró.
Parecería, chato, que son de otro planeta. Que piensan en cosas muy raras. Como tienen el mundo en la mano, pues ven todo al mismo tiempo: ven el cochinero que hay en México, pero también el que hay en Europa y en Asia. Les preocupa el planeta, el agua, el aire, y también esa cosa que le llaman “salud mental”, que antes uno curaba con un “ya no chille, mijo”.
Pero el enredo, el mero tejemaneje, es cuando estos muchachos dejan el teléfono y se paran en el mundo real. Resulta que hubo una marcha hace poco. ¿Y cuántos fueron? ¡Pues un montón! Los suficientes para que se notara el movimiento, para que el gobierno volteara y, como siempre, frunciera el ceño.
Y es aquí donde la puerca tuerce el rabo. Porque en lugar de preguntar “¿Oigan, muchachos, qué se les ofrece, por qué tan enojados?”, ¡qué va! Sale el gobierno, muy en su papel de autoridad que todo lo sabe, y nos da su veredicto. Y el veredicto es que estos jóvenes no tienen quejas reales. No, señor. Que lo único que quieren es desprestigiar al gobierno.
¡Hágame usted el favor! Es como si el inquilino le dice al casero “Oiga, hay una gotera del tamaño de mi cabeza en la sala”, y el casero le contesta “¡Usted lo que quiere es desprestigiar mi edificio! ¡Seguro lo mandó el de la competencia!”.
Uno se pone a ver sus reclamos, y ¿qué piden? Pues piden que no los maten en la esquina, piden que el aire que respiran esté limpio, que la escuela a la que van sirva para algo, y que el trabajo que van a buscar, si es que lo encuentran, pues les pague de a de veras. Y yo me pregunto: ¿Son válidos esos reclamos o no? ¡Pues claro que son válidos! ¿O desde cuándo pedir sentido común es un acto de golpismo?
Pero ahí no para la cosa. El gobierno y sus voceros nos dicen que estos chamacos no piensan por sí mismos. Que cómo es posible que no puedan “compartir penas y glorias con sus abuelos”. ¡Como si los abuelos hubieran luchado en el 68 nomás para que sus nietos se callaran la boca en el 2025! A lo mejor el abuelo luchó por la tierra, y el nieto está luchando por el agua limpia. ¿Pues no es la misma lucha, nomás que con otro uniforme?
Y luego, la acusación más gorda: que los anda mangoneando “la derecha internacional”. ¡Válgame Dios! O sea que, según la lógica del poder, el joven tiene dos sopas: o es un borrego que aplaude todo lo que hace el gobierno, o es un títere de la CIA y de los millonarios de derecha. ¡No puede ser nomás un ciudadano harto! No, eso no cabe en el libreto. Si protestas, alguien te pagó, alguien te mandó, alguien te lavó el cerebro.
¿Sabe qué creo yo, chato? Que el problema no son los Z. El problema es que el gobierno se quedó en la A y en la B. No entienden que estos muchachos ya no se tragan el atole con el dedo. Ya no les basta el discurso de “somos diferentes”. Quieren ver los resultados. El gobierno quiere que le aplaudan con las dos manos, pero esta generación usa los pulgares para teclear verdades, para organizarse y para señalar dónde está el cochinero.
No, no creo que quieran “desprestigiar” por deporte. A lo mejor, nomás están pidiendo que el país que les vamos a heredar, pues… sirva. Que no esté tan manchado, tan sucio y tan roto.
Ahí, precisamente ahí… está el detalle.



