Hay momentos definitivos. La noche de este lunes, en nuestro estudio de televisión, Julieta Moreno y este reportero tuvimos dos horas de una conversación intensa con el gobernador Miguel Ángel Navarro.
Hablamos con el gobernador de Nayarit que, habiendo entrado en el último tercio de su tiempo “como los toreros”, frente a las lámparas y las cámaras, no mostró la fatiga del poder, sino la urgencia de quien necesita consolidar lo que ha dicho desde su primer día de gobierno y no habrá de variar.
No fue una entrevista de rutina. Entre renovación de compromisos y repaso de logros, destacaron tres movimientos tácticos: un reto frontal, una invitación al debate y una declaración de desapego al cargo.

El eje de todo, el Mega Operativo Nuevo Nayarit. La recuperación, nos reiteró, de 9.6 millones de metros cuadrados, un patrimonio que él califica como el “más grande saqueo en la historia del Estado de Nayarit”, y se atrevió a decir que incluso de México, superando fraudes documentados que palidecen en comparación.
El doctor Navarro sabe que esta operación, que ha tocado intereses de los exgobernadores Ney González y Roberto Sandoval, ex gobernadores de otros estados, empresarios, dueños de medios de comunicación nacionales y “gente de dudoso comportamiento”, es la fuente de las críticas más feroces que recibe. La narrativa de sus opositores, le dije, es simple: “Todo se lo están robando”.
Y fue ahí donde el gobernador, que había medido sus palabras, decidió soltar el lastre. Se irguió en la silla y, mirando directamente a la cámara, lanzó el primer dardo.
“Y aquí, permítame yo, de frente a su cámara, retar a quien quiera”, dijo, con una pausa calculada. “Que venga y examinamos propiedad por propiedad que esté en el Fondo Soberano”. Fue un reto explícito, nominal.
Navarro no se detuvo ahí. Pasó de la defensa al psicoanálisis de sus adversarios: “Lo que pasa es que, como viven, juzgan. Son personas deshonestas que creen que actúa uno como ellos, y no”.
Este fue el primer pilar de su mensaje: no sólo defiende la legalidad del Fondo Soberano, sino que acusa a sus críticos de proyectar su propia corrupción. Más tarde, remachó el reto, pidiendo a quienes hablan “detrás de las redes” que lleven a Derechos Humanos si es necesario, que él les enseñará dónde está “cada uno de los recursos”.
Pero el movimiento más astuto vino después. Tras lanzar el guante, Navarro ofreció el escenario para el duelo. Y nos lo ofreció a nosotros.
“Yo quisiera pedirle a usted”, dijo, dirigiéndose a mí, “para que pudiera ser aquí, dando todas las garantías, aquí con usted el foro de discusión y análisis de dónde se encuentran las propiedades”. Lanzó nombres de su gabinete, Gabriel Camarena y Juan Enrique Suárez, como sus representantes para ese debate.
La invitación, precisa: un debate permanente, abierto, con “esas personas que merecen mis respetos, pero que ahora están haciendo críticas”.
Y entonces, la estocada final, la frase que desarma a quienes judicializan la política: “No vamos a demandar por difamación, que no se preocupen”. Era una provocación envuelta en cortesía. Una forma de decir que el debate que él propone no es en los tribunales, sino de cara a la sociedad. Es la antítesis, dijo, de “quien arroja desde una tribuna llena… un objeto y se esconde entre los demás”.
Lo que el gobernador está haciendo es peligroso y calculado. Sabe que ha afectado “intereses grandísimos”, intereses que, asegura, están patrocinando las críticas en su contra. Y ha decidido que la única forma de blindar su operación no es replegarse, sino redoblar la apuesta, obligando a sus críticos a salir de las sombras de las redes sociales.
Todo esto nos lleva al tercer pilar de su discurso, el que da sentido a los otros dos: su relación con el poder.
Le preguntamos por el final de su mandato, por la sucesión que ya asoma. Su respuesta fue la de un hombre que, habiendo tomado decisiones “fuertes, polémicas” que inevitablemente “desgastan”, ya ha hecho las paces con la transitoriedad del cargo.
“Así como estuve preparado para acceder a la responsabilidad”, nos dijo con una calma absoluta, “estoy preparado para dejar la responsabilidad en manos de quien la sociedad mandate”.

En esta recta final, su obsesión no es la reelección o el siguiente puesto; su obsesión es “consolidar”. Quiere que las estructuras que ha creado, desde el Fondo Soberano hasta la reforma de pensiones, queden ancladas en un “marco jurídico que sea muy estricto, que no permita márgenes de maniobra a la desviación o a la corrupción”.
Quiere dejar, como me dijo en otro momento, “una vara alta”.
Lo que vi este lunes con sabor de domingo, por este Buen Fin, por este puente revolucionario, fue a un político que entiende que el último tercio de su gobierno no es para administrar, es para definir su historia. Miguel Ángel Navarro ha decidido que su historia no será la del gobernador que evitó conflictos, sino la del que los buscó, los expuso y, en un acto de desafío final, retó a sus adversarios a un debate público, sabiendo, como dijo, que “prefería dejar el gobierno a ser presionado”.
Su último año de gobierno, me dijo, nos dijo, se regirá por una palabra: “la gratitud”. Pero a juzgar por el tono de nuestra conversación, esa gratitud vendrá envuelta en firmeza.



