
Hace un par de años recibí una llamada de intento de extorsión. Entre dimes y diretes, terminé por sacar mi lado más xenófobo y visceral ante el acento del delincuente interlocutor: “Me saludas a tu custodio, pinc$% chilango pend$%&”. La respuesta fue un silencio vacío que se rompió con un orgulloso: “Soy jaibo, pu$%&. Y tú salúdame a tus vacas hediondas, pinc$%& rancherito pend$%&”.
He pensado en ese diálogo los últimos días, tanto por las campañas del gobierno del estado contra la extorsión como por algo que va más allá de nosotros mismos: la identidad. Uno de los constructos que más diferencia nuestra naturaleza humana de lo animal.
Nacida en nuestro imaginario, la identidad es una narrativa que nunca deja de construirse. Se compone de valores, símbolos y tradiciones que otorgan pertenencia en un mundo hecho de relatos. Por eso es una pieza fundamental para nuestra existencia.
Incluso en los confines de la muerte civil, el extorsionador aún guardaba un destello de humanidad al recordar, jactancioso, el gentilicio del terruño que lo vio nacer. La ciudad de Tampico, en Tamaulipas, elevó el nombre de la jaiba —un tipo de custaceo que abunda en ese lugar— como símbolo de pertenencia y orgullo que hoy es presumido a nivel nacional, sobre todo ante el éxito y posterior fracaso de su equipo de futbol profesional: La Jaiba Brava.
Sin embargo, esta ciudad no es un caso aislado. El deporte ha sido uno de los principales propulsores de la identidad de ciudades e incluso de naciones. Los Balcanes han sido una de las regiones que mejor ejemplifican esto.
Después de la guerra y la división de Yugoslavia, las naciones nacientes comenzaron a construir su propia identidad nacional. La mayoría adoptó al deporte como uno de sus principales motores para generar nuevos héroes que brindaran ese sentimiento de orgullo, tal y como la lógica del capital lo exigía en la posguerra.
Atrás quedó la identidad heroica militar, y apostaron por nuevos planes deportivos que dieran frutos para alimentar el nacionalismo emergente. Serbia llevó su narrativa a lo épico, convirtiendo a sus deportistas en héroes nacionales que hoy dominan en deportes como el basquetbol, con Nikola Jokic, y el tenis, con Novak Djokovic.
Croacia aprovechó su técnica en el futbol para lograr una unificación nacional sin precedentes en los Balcanes. Con el Balón de Oro, Luka Modric, como estandarte, consiguieron un subcampeonato en la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018.
Eslovenia construyó un plan deportivo para formar atletas exitosos que representaran los valores de eficiencia de la nueva nación que buscaban construir.
Este renacer de la identidad balcánica surgido en el auge deportivo puede ser un comparativo inmediato con lo que sucede en Nayarit: el éxito del equipo profesional de beisbol de los Jaguares como proyecto deportivo y comercial.
Si bien la identidad nunca deja de construirse, en esta economía de lo inmediato se ha generado en nosotros algo que Zygmunt Bauman nombró como identidad líquida: esa constante fluidez en nuestros valores, costumbres y rituales según el momento o el círculo en el que nos encontremos.
Para el jaibo que intentó extorsionarme, yo era un ranchero; aunque, para nuestro gentilicio en apodo, los tepiqueños preferimos el término relacionado con el pueblo indígena asentado en este territorio: Coras. Aunque bien pudiéramos decirnos nervistas por Amado Nervo, o tigres, por Manuel Lozada.
La realidad es que, en la identidad moderna moldeada por el capital, los nayaritas no hemos encontrado ese gran símbolo de orgullo ante la nación. El fenómeno de los Coras en el futbol profesional nos dio ese mote, pero con los años de ausencia del equipo, nuestra naturaleza mestiza y la modernidad líquida han ido diluyendo esa identidad indigenista.
Es así que los Jaguares de Nayarit nacen como una nueva esperanza de sentirse parte de algo más grande. El éxito deportivo que hoy muestran en una liga profesional alimenta ese orgullo regional, que se traduce en estadios llenos y ventas exuberantes.
El Coloso del Pacífico se ha convertido en un nuevo santuario para el ritual de lo que significa ser nayarita, sobre todo cuando termina la última entrada y retumba el Corrido de Nayarit con una victoria felina.
En el mundo del capital, la necesidad de identidad es uno de los negocios más lucrativos, y el deporte es prueba de ello.
Sin embargo, es indispensable la creación de macronarrativas que mantengan enganchada a una región donde confluyen múltiples culturas locales, altamente influenciadas por el mercado estadounidense.
EN DEFINITIVO… La construcción apresurada de una identidad regional puede ser un territorio riesgoso. Del éxito deportivo dependerá si los Jaguares se consolidan como un símbolo duradero que se convierta en un éxito comercial; o, por el contrario, serán un destello más en esta modernidad líquida que exige y desecha con la misma velocidad.



