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lunes, diciembre 8, 2025
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Tiempo de Adviento

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Hace unos días, al enviar a Jorge Enrique mi colaboración más reciente ―que bajo el título de “retornos” se centraba en el retorno de “los Tigres” de su derrota ante los “Xolos” en la Liga MX y en el de Max Verstappen en la Fórmula 1 y en el que confesaba la baja de mi interés por el deporte experimentado desde los inicios del ciclo deportivo 2025-2026 hace unos meses―, le comentaba que tenía “en el tintero” una colaboración en la que pensaba abordar el tema del Adviento 2025…

Sin embargo, hasta hoy [03 de diciembre] me he decidido a intentar poner “en blanco y negro” [en negro sobre fondo blanco sería más preciso] algunas “palabras” sobre el asunto…

Entre los motivos para retrasar la redacción de esta colaboración he de mencionar la avalancha de pensamientos [y algunos sentimientos] que emergieron en mí ―en buena medida a causa de “deformaciones de formación”― a propósito del “tiempo” ese término que se cuenta entre aquellas que más “dolores de cabeza” han producido en quienes pretenden esclarecer su sentido, desentrañar su “ser”…

Así, vino a mí la definición clásica del tiempo de Aristóteles “el número o medida del movimiento según el antes y el después”, la cual contrasta con la célebre reflexión agustiniana acerca del tiempo en sus “Confesiones” en la que intentando responder qué es el tiempo llega a la conclusión provisional de que es un instante que desaparece en cuanto se hace “presente” [ese instante que ahora, en los cronómetros con milésimas de segundo utilizados, por ejemplo, en la Fórmula 1 muestra su carácter efímero], mientras que el pasado “no es”, “fue” y el futuro “tampoco” es, “será” y, que, sin embargo, ese tiempo objetivamente efímero, adquiere densidad en nuestro interior, en donde el presente, el pasado y el futuro se experimentan como duración mayor y menor y se prestan a todo tipo de extensiones que, en último término, se abren a la eternidad y su compleja relación con el tiempo…

Vino también a mí la concepción kantiana del tiempo como el “a priori” clave de la sensibilidad humana y capaz, entre otras cosas, de hacer posibles las matemáticas y, por supuesto, las concepciones kierkergaardiana y nietzscheana del instante, entendidos como una especie de acceso a la eternidad y como la eternidad misma hecha presente por el eterno retorno…

Creo que con lo dicho hasta aquí, ha quedado evidenciada mi “deformación formativa”…

Pero, por otro lado…

Las menciones al tiempo como “pasadizo” hacia la eternidad, abren la senda hacia el tema del Adviento…

Porque el Tiempo de Adviento ―que, ante todo, tiene que ver con el [¿arbitrario?] inicio de un nuevo año, en lo que compite con el inicio del año civil, del año mexica, del año solar y del año chino, entre otros― tiene un sentido a la vez terrestre y celeste, temporal y eternal, en cuanto tiempo de preparación para un momento clave para la historia de la creación y, muy especialmente, de la humanidad por la llegada a este mundo del Mesías esperado que, sin dejar de ser “de carne y hueso”, era también el Hijo de Dios “hecho carne”.

Ahora bien, que el nacimiento del “Niño-Dios” se celebre la noche del 24 de diciembre tiene no tiene que ver con su constancia de nacimiento, sino con el inicio de un nuevo año solar, tiene antecedentes en diversas fiestas en torno al solsticio de invierno y con una expresión evangélica puesta en boca de Juan el Bautista “es preciso que él crezca y que yo disminuya” por lo que las fiestas de Jesús y de Juan están estratégicamente ubicadas en torno al día más corto y al día más largo del año [eso sí, ¡solo en el hemisferio norte!].

En cuanto a las dimensiones que suelen referirse a propósito de este tiempo con el que inicia el Año Litúrgico católico [el que, a pesar de la creciente secularización sigue rigiendo el ritmo del año en un buen número de países] se suelen mencionar tres:

Tiempo de preparación para celebrar, “con un gozo inmenso”, el nacimiento del “Niño Dios” en Belén hace dos mil años y fracción.

Tiempo de preparación, en la esperanza, de la segunda y definitiva venida del Hijo de Dios encarnado y resucitado para siempre “para juzgar a los vivos y a los muertos”.

Tiempo de preparación personal, comunitaria y, en la medida de lo posible, universal [abierto a toda la humanidad] para un nuevo nacimiento, para iniciar una vida nueva…

Incluso en un mundo crecientemente “descatolicizado” y descristianizado en el que predomina “lo terrestre” [por decirlo de alguna manera] ―si no es que se convierte en la única dimensión de la vida vigente―, el adviento sigue teniendo un encanto particular, ya que es un periodo del año en que, para quienes tienen el privilegio de contar con un trabajo formal, experimentan un aumento en sus ingresos y ven abrirse la posibilidad de adquirir algo que anhelan, hacer regalos a los seres queridos, visitarlos o, al menos disminuir las deudas adquiridas; porque los pequeños comerciantes [¡y sobre todo los grandes!] suelen ver mejoradas o, al menos “desempeoradas” sus ventas…

Una mención especial parece merecer la figura de “Santa” por tratarse de un personaje en el que se unen lo celestial, lo terrenal y lo comercial ya que, sin dejar de tener un carácter misterioso, mágico, mítico y, hasta cierto punto, religioso.

Detrás del Babbo Natale, Father Christmas o Święty Mikołaj está la figura histórica de San Nicolás de Mira, un obispo del siglo III reconocido por haber repartido su herencia entre los pobres y por su atención a los más necesitados, en especial los niños y cuya festividad se celebra el 5 de diciembre.

Ahora bien, la figura de San Nicolás ―que en nuestro país, ya con la imagen icónica creada por la Coca-Cola en 1931 ha desplazado crecientemente al “Niño-Dios” y a los “Santos Reyes” como quien hace llegar regalos a niños y niñas― llegó a territorio americano [en sentido amplio y estricto] en 1674 con los holandeses que crearon la Nueva Ámsterdam en la isla de Manhattan y se convirtió en Santa Claus en la “Historia de Nueva York” de Washington Irving, adquiriendo los rasgos que conserva hasta nuestros días en un poema de Clement Clarke Moore…

Disfrutemos, pues, el encanto de este tiempo ―ese que entre nosotros se conoce como “puente Guadalupe-Reyes―.

Que podamos tener regalos terrestres y celestes y, ojalá, al menos, un poco de esa paz y armonía que anhelan los mejores corazones y que, a lo largo del año, parecen imposibles de alcanzar…

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