En Definitivo | Furia al volante

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“La gente anda desquiciada”, concluí en una conversación con mi padre hace unos meses. Hablábamos de los distintos accidentes que se habían registrado en aquellas semanas, así como de los múltiples incidentes en el tráfico que en carne propia vivimos nosotros y nuestro círculo cercano.

Eran los primeros días en que las obras tan necesarias como incómodas sumergieron en el caos a una ciudad, que como la mayoría de urbes en el país, privilegia la movilidad de los automovilistas, que dicho sea de paso están acostumbrados a llegar en cinco o diez minutos a cualquier destino.

El cierre parcial de las dos principales vialidades de Tepic, avenidas Insurgentes y México, generó un caos vial sin precedente en la capital, que se agudizó con el inicio de obras en distintas vialidades céntricas o de desahogo y el tradicional paso del tren, lo que exhibió en aquel momento un accionar improvisado de las autoridades que se vieron sorprendidas ante los múltiples problemas que surgieron a raíz del cierre.

Los embotellamientos se apoderaron del tiempo de los tepiqueños quienes atrapados en las carcasas de sus automotores dejaron salir poco a poco al monstruo que esconden en su interior. Ese ser iracundo y vehemente que crece con el estrés de la vida diaria, y que, al sonido del claxon, encuentra el ritmo perfecto para hacer su danza de cortes de mangas, mentadas de madre y en el peor de los casos hasta amenazas o incluso golpes.

La furia al volante se ha convertido en un problema real para los ciudadanos de Tepic. Hace unas semanas, el analista Jorge Enrique González Castillo, destacó que en la entidad hay 15 veces más vehículos registrados que hace 40 años, al pasar de 34 mil 249 unidades en 1980 a 519 mil 899 en 2021, cifras proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

Este número incluye automóviles, motocicletas, camiones y camionetas de carga, así como camiones de pasajeros, de los cuales el 42 por ciento se encuentra en Tepic, es decir, más de 220 mil vehículos están habilitados para circular por la capital nayarita y sus calles en proceso de transformación.

Miles de personas nos vimos enfrascadas en largas filas, que convirtieron distancias de cinco minutos en media hora, desatando una furia que mostró nuestra cara más egoísta y violenta.

De acuerdo con expertos en psicología esto tiene una explicación: el anonimato. Al estar en nuestros vehículos, nos percibimos como ciudadanos desconocidos, que pueden hacer lo que quieran sin percibir represalias. El cascarón de nuestro vehículo se vuelve un escudo, en el que nuestros valores quedan de lado ante una persona que creemos jamás volveremos a ver.

Todos los que conducimos algún vehículo, fuimos, somos o vamos a querer ser ese juez y parte, que señale y sancione los errores de los demás, mientras nuestros errores los justificamos con la idea de una ciudad caótica.

Afortunadamente, con el tiempo viene la experiencia y los cierres de vialidades cada vez se muestran más analizados y planificados por parte de las autoridades, así como de la propia ciudadanía que modificó sus rutinas. No obstante, el monstruo ha despertado y hasta hoy se registran incidentes de furia al volante. Tan sólo ayer, mi compañero Diego Mendoza exhibió como una mujer a bordo de una Jeep color gris, se pasó el alto y golpeó a su señora madre en las calles de la ciudad, conductora que lejos de hacerse cargo del accidente o si quiera disculparse ante el reclamo solo gritó: “hágale como quiera”.

¿La solución?, pudiera ser invertir en más ingeniería vial y planificar al máximo cuándo se realizan obras en la ciudad, o bien considerar la salud mental en las pruebas de manejo y en los exámenes para solicitar licencias para conducir, con campañas que concienticen sobre la furia al volante. Pero en el mejor de los casos, la propuesta debería ser proyectar una ciudad que se centre en el peatón y no en los automóviles, con un transporte público eficiente, que nos convenza que utilizar vehículos es una opción y no una necesidad.

EN DEFINITIVO… Después de un año de silencio, he decidido quitarme el bozal y volver a expresar mis opiniones de forma escrita. Durante una de mis juergas nocturnas, un popular comerciante de dulces y frituras, que también labora como bolero en el Centro Histórico de la ciudad me reconoció y me hizo caer en cuenta que hay personas que me leen. Mientras tanto, sigo pensando si ese intencionado rayón con llave que desde hace unos días presenta mi vehículo será una inverosímil advertencia o la consecuencia de un momento de furia al volante con alguien que pensé que jamás volvería a ver.

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