Me obsequiaron un curso de lectura veloz que prometía el entrenamiento para leer dos mil 500 palabras por minuto. Ver por encima de las letras, recomendaban. Para no ahuyentar la suerte, todo lo que recibo en sorteos, premios y regalos sigue en mis manos. Hice la excepción y el paquete, moño incluido, encontró un feliz destinatario entre mis amigos consumidores de libros de motivación y soluciones milagrosas. El café soluble, la sopa instantánea, las fotos impresas en un minuto rigen nuestro sentido del tiempo. Pero nada que valga la pena se hace en un rapidín. Por eso me quedo con la lentitud: para manejar, leer, vivir, hacer el amor. Si otros se conforman con el vértigo como única recompensa sensorial de la rapidez, allá ellos. Yo en cuestiones de placer aspiro a más.