Por Heriberto Murrieta
Estremecedora, larga y vibrante fue la ovación que recibió el abogado Raúl Pérez Johnston durante la asamblea de la organización Tauromaquia Mexicana, al día siguiente del levantamiento de la suspensión que pesaba sobre la Monumental Plaza México. Estoy seguro que recordará las aclamaciones el resto de su vida.
Pérez Johnston fue pieza clave en el duro proceso jurídico que desembocó en el anuncio de la próxima reapertura del coso taurino más grande del mundo.
Fue un triunfo de la tauromaquia, pero sobre todo un gesto de libertad y tolerancia. Raúl había pronosticado un final “de fotografía”, entiendo que “apretado”, pero en realidad fue holgado y unánime: los cuatro jueces involucrados votaron a favor de la reanudación de las corridas en la capital, la cual se llevará a cabo a principios de 2024.
Esta victoria histórica es asimismo la de todos aquellos ciudadanos que de manera respetuosa y argumentada defienden a la tauromaquia en cualquier foro, por ejemplo los Echevarría, que han luchado con denuedo por blindarla y promoverla como patrimonio cultural inmaterial en Nayarit y por extensión, en todo el país. Ellos son partícipes y estandartes en esta labor titánica contra los afanes liberticidas.
Ahora bien, considero que esta situación coyuntural debe ser aprovechada para mejorar la forma en que se presenta el espectáculo taurino en México, con más categoría, sin dejar cabos sueltos y repudiando la desunión reinante entre los taurinos.
Éste tiene que ser el punto de partida para la cimentación de una nueva tauromaquia nacional.
