La Fuente de la Plazuela del Cuartel: Introducción del agua potable a Tepic | Una historia pendiente de contar

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Por Javier Berecochea García

El olor a tierra húmeda que de entre el barrido empedrado brotaba embelesaba al sentido. Inmediato al izar de bandera nacional en edificios públicos, los repiques a vuelo y las salvas de cámaras se escucharon por toda la ciudad, silenciando a los gallos su canto del amanecer. Mientras en las céntricas calles que lucían adornadas con guirnaldas de colores patrios las bandas musicales iniciaban su recorrer tocando dianas. Motivo había para festejar: Tepic celebraba el acontecimiento del huir despavorido de los francos en Puebla ante la embestida feroz de las tropas mexicanas, y qué mejor ocasión que ese día glorioso para cortar listón al anhelado sueño por fin alcanzado: la introducción del servicio de agua potable.

Corría 1901. Era el primer domingo de mayo. La cita fue al atardecer. Las cinco y media marcaba el nuevo reloj de Catedral. El jefe político, general Pablo Rocha y Portu, acompañado por el alcalde José María Menchaca y comitiva abordaron carruajes. Las fuerzas de la guarnición iniciaban la impresionante valla de honor por donde habrían de pasar en los ángulos de las calles de México y Lerdo, frente al Palacio Municipal, extendiendo su contingente hacia el norte hasta el entronque con la Miñón. De ahí el cercado humano se prolongaba a las siete esquinas de Ures y Colima, continuando por ésta rumbo a la Pedroza (hoy Eulogio Parra), de donde enfilaba al oriente para llegar al camino del arroyo de El Sabino (Prisciliano Sánchez). Ya por éste la formación de los verticales milicianos concluía en los recién construidos tanques de agua situados detrás del hospital militar (Convento de la Cruz), hasta donde los funcionarios llegaron sin novedad. No hubo protocolo. El ingeniero Porfirio Lomelí, director de los trabajos, guio al jefe político para abrir la llave de comunicación del agua de los abovedados tanques a la cañería conductora; el retorno por el camino andado fue rápido, en la gran fuente de la calle México situada al norte de la plaza principal el pueblo los esperaba entretenido escuchando a la orquesta municipal. Un breve discurso del secretario del Ayuntamiento, licenciado Roberto Valadez, fue el prólogo para la apertura, al giro de llave el borbotón de agua cristalina se elevó por más de tres metros provocando en su caer al plato y pila de la fontana multitud de gotas que parecían danzar, unas al ritmo de las melodías y otras al aplaudir de la gente.

La mejora estrenada no podía esperar. Por lo menos desde dos décadas atrás urgía sustituir la vieja cañería de barro de tiempo inmemorial y ya obsoleta, por una moderna de hierro. Estaba tan destruida que de manera constante se lamentaba el vecindario por la falta del líquido en las fuentes públicas en periodos de ocho o más días consecutivos. No había otra solución, sólo el resignarse hasta que a fuerza de costosas reparaciones los trabajadores de la alcaldía lograban corregir el daño. El primer intento con miras de dar eficiencia al servicio y mutar las tuberías que facilitarían proveer con “mercedes” suficientes de agua a particulares, lo dio la iniciativa privada reuniéndose un martes 18 de junio de 1895 por la noche en el patio central de Casa Aguirre, estableciendo los siguientes acuerdos:

1º.- Crear una sociedad anónima, bajo la razón social de Compañía Tepiqueña Abastecedora de Agua. 2º.- La sociedad suscribiría un capital de sesenta mil pesos en acciones de cien pesos cada una. 3º.- Al ser aportada la mitad del capital se declararía constituida la sociedad. 4º.- Constituida la Sociedad, ésta contrataría con el Ayuntamiento la adquisición, entubación y distribución del agua en la ciudad. 5º.- Aprobadas las bases por las personas incluidas en el proyecto de entubación del agua, se nombraría de entre ellas una Junta Directiva comisionada para contratar con el Ayuntamiento, emitir las acciones, estudiar y presentar los estatutos bajo los cuales se regiría.

En esa misma asamblea los asistentes eligieron una Junta Directiva integrada por algunos distinguidos personajes de la época. Presidente.— Domingo G. Aguirre Vicepresidente.— Carlos Fenelón. Secretario.—Antonio Zaragoza. Prosecretario.—J. A. de Zuazo y Martiarena. Tesorero.— Carlos Castilla. Vocal.— Julio Frommhagen. Vocal.— Maximiliano Delius.

Lo planificado por la Compañía Tepiqueña Abastecedora de Agua no se llevó a efecto por oposición de la ciudadanía a la privatización del elemental líquido. Quedó sólo en una buena intención. Al siguiente año el Ayuntamiento Constitucional de Tepic presidido por Fernando S. Ibarra al considerar que tal mejora era de vital importancia comisionó al ingeniero Porfirio Lomelí “el realizar un estudio de la situación de los manantiales procedentes del cerro de San Juan, su altura en relación a la población, la cantidad de agua de que pudiera disponerse, a fin de apreciar con exactitud cuál sería el costo de la construcción de las obras necesarias para recoger, depositar y entubar el agua por cañería de fierro.” El ingeniero Lomelí cumplió la encomienda de manera minuciosa levantando el plano respectivo donde se apreciaba la nivelación y el trazo de un canal para conducir, depositar y entubar el agua de las vertientes del cerro de San Juan a fin de abastecer a la ciudad. Los trabajos no implicaban una difícil ejecución y el costo ascendía a diez y ocho mil pesos, cantidad que de acuerdo con la captación de las rentas municipales los productos de las mismas podrían emplearse en la mejora, la que generaría a la vez el rédito a la inversión a través del cobro del servicio de este bien compensando en pocos años lo erogado.

En 1897, ya autorizado el proyecto, una concurrida comitiva que desde temprano se había empezado a reunir en el Palacio Municipal, a las nueve de la mañana salió en coches rumbo sur de la ciudad al lugar donde el ingeniero Lomelí, constructor de vasta experiencia había designado para levantar la caja de agua que almacenaría el cristalino líquido emanado de los veneros que daban nacimiento al arroyo de El Sabino. Fue un lunes 2 de agosto, en el sitio bajo una elegante carpa el zapapico de punta plateada y paleta dorada empuñado por Rocha y Portu dio algunos golpes con el filo agudo en la tierra, el general ataviado con uniforme de campaña a través de esta acción daba por iniciados los trabajos. Enseguida las señoras María del Rosario Buen Romero de Rocha y Herminia Peña de Lomelí declararon inaugurada la obra a construir arrancando la ovación de la concurrencia. Después el licenciado Antonio Zaragoza hizo uso de sus dotes de orador dando un breve discurso que fue aplaudido por elegante, oportuno, sencillo y conmovedor, interpretando en él los sentimientos e ideas de todos.

En abril de 1898 se informaba el haberse construido 21 metros del canal principal, y el haber realizado un pequeño acueducto para desviar el agua que iba a la Alameda y unirla a ese canal principal, teniendo este acueducto una longitud de 100 metros por 30 centímetros de ancho por 25 centímetros de alto, se había techado la casa para el guarda y la colocación de los desagües de la barda de circunvalación de los terrenos donde se levantaban los tanques de almacenamiento.

En la reunión de cabildo del 31 de agosto de 1900, el presidente del mismo, José María Menchaca Martiarena, de acuerdo con el informe del director de Obras Públicas, quien acompañó con un plano para la entubación del agua de la ciudad un presupuesto por la cantidad de $8,745.95 para la compra e instalación de tubería, propuso la negociación de un empréstito con el recién establecido Banco de Jalisco por $8,000.00 por un plazo que no excediera los dos años, con un interés anual del 8% pactado con la gerencia de la sucursal bancaria. La compra de 2,003 metros de tubería de cuatro pulgadas inglesas y accesorios indispensables se hizo a la casa W. Loaiza y Cía. de New York, por conducto de su sucursal de San Francisco, California, ascendiendo a $4,978.98 el costo; a los señores W. Iberri e hijos se pagó $265.11 para gastos en Guaymas, $476.98 a Delius y Cía. para gastos en San Blas. En el mismo informe aparece que la firma W. Loaiza y Cía. de San Francisco, California, abona a la Casa Menchaca Hermanos, por cuyo conducto se realizaron las operaciones $412.56 en concepto de rebaja al precio concertado, pasando este beneficio la mencionada casa comercial a la municipalidad tepiqueña a través de su propietario José María Menchaca.

En enero 5 de 1901 se recibieron en San Blas por la casa Delius y Cía consignado por W. Iberri e hijos de Guaymas a bordo del vapor Manzanillo las 327 piezas de tubería de cuatro pulgadas, cinco bultos de hidrantes y demás accesorios. La persona contratada para trasladar los objetos adquiridos del puerto de San Blas a Tepic fue el señor Joaquín Rodríguez, vecino de la hacienda de La Fortuna, propietario de recuas y carretones dedicado al transporte, a razón de dieciséis centavos por cada once kilos y medio.

Dos meses después el día 16 de marzo las Comisiones de Aguas y de Hacienda Municipal aprobaron el proyecto planificado por el mecánico fontanero Juan José Rocha Buen Romero para la entubación del agua del servicio público de la ciudad, con la sola modificación de que fuese recto y no angular el trazo desde los tanques hasta encontrar la calle de México. Lo presupuestado ascendió a $500.00, aceptando la retribución de sus trabajos en mensualidades de $100.00 y negociando le fuera encomendada también la dirección de los trabajos de ramificación de la tubería que desempeñaría por un sueldo anual de unos mil pesos diez centavos.

El total de la tubería de fierro del acueducto público resultó de 2,170 metros a partir de la caja del agua hasta la fuente de la avenida norte de la calle de México, por lo que fue necesario ampliar el presupuesto destinado y así adquirir a W. Loiza y Cía. el material faltante para completar la obra. A finales de mayo de 1901 ya estaba terminada la instalación del tubo troncal de fierro por la México, se instalaron en su mayor parte los ramales de las calles de Lerdo, Hidalgo y Veracruz para el servicio de las mercedes de agua concedidas a particulares; a partir de julio el Teatro Calderón recibió el beneficio del servicio, en condiciones de conectar una manguera de 15 metros de hule a la llave principal para proteger al edificio contra el percance de algún incendio. Se establecieron a la vez tres hidrantes para ser utilizados por la población en general, uno en la esquina de las calles de México e Hidalgo, otro en la Plazuela de Hidalgo, y se adicionó uno más en la Plazuela de Los Fresnos en la esquina de las calles de Lerdo y Puebla. Para ese mismo mes todas las tomas de agua domésticas en la calle de México que se surtían del acueducto antiguo, quedaron conectadas con el nuevo de la misma calle. Con el objeto de resguardar la conservación de los manantiales del Cerro de San Juan que surtían a la ciudad, fueron plantados 85 fresnos dentro de la pared que circundaba dichos manantiales y a inmediaciones de los mismos. Antes de finalizar el año se instalaron otros hidrantes en el cruzamiento de las calles de Querétaro y Bravo, en el de las calles de Durango y Zaragoza, y en el ángulo accidental (ancón) de la acera oriente de la calle San Luis próximo a la intersección con Zaragoza. Debido a la alta demanda de particulares el Ayuntamiento limitó la concesión de tomas pues las otorgadas ya pasaban de cien, lo que podría provocar un conflicto en el abastecimiento. La escasez de material para instalar el uso doméstico del agua se agravó a tal grado que el Ayuntamiento se vio obligado a dar prorroga por dos meses más al plazo que vencía el último día de diciembre de 1901.

Al paso del tiempo, poco a poco el chirriar de garruchas al extraer el agua de las románticas norias que engalanaban los patios centrales en las mansiones de la ciudad se extinguió. La hermosa fuente de la plazuela del cuartel, que durante años, décadas o quizá centurias archivadas en la amnesia del pueblo, alegró con sus gotas saltarinas al originario, sació al forastero buscador del refresco de sus labios, y más de alguna vez atestiguó el nacer de amores en las mañanas o tardes de viajes del cántaro, ya tenía la suerte echada, se convirtió en añoranza, el progreso le pagó con desdén. En 1906, un miércoles siete de febrero fue visto elevarse por última vez su chorro transparente, a escasos metros de donde estuvieron sus cimientos, cedió el protagonismo al impresionante monumento dedicado al benemérito Juárez que se develó un mes después, el día de la conmemoración del natalicio del ilustre mexicano.

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