Por Javier Berecochea García
“Guadalajara, 2 de enero de 1844.
Señor Don Mariano Otero.
México.
“Mi apreciable amigo: Ante todas cosas deseo a usted un feliz año nuevo. Vine a esta ciudad a encontrar a mis dos hijos mayores recién llegados de Europa; permaneceré aquí unos días y regresaré después a Tepic con toda mi familia que está en esa …
“ Texas o debe reconquistarse, o debe reconocerse su independencia. Texas como Yucatán será la muerte de nuestra industria. Texas unido a los Estados Unidos será el buzón que se tragará consecutivamente a Nuevo León, y Nuevo México, será la irrupción de los Godos y Visigodos en el Mediodía de Europa. Texas unido o cedido a la Inglaterra será el Portugal y Gibraltar, para España. Será el depósito que arruinará nuestro comercio e industria, será el Bengala de las (Indias).
“Texas es en efecto nuestra muerte, y sólo se puede remediar en gran parte, conquistándola o reconociéndola independiente. Si lo primero, es necesario formar una barrera china o japonesa para impedir nuestra comunicación con los yanquees nuestros naturales enemigos. Si lo segundo, poco nos podrá perjudicar en muchos siglos.
“Los ingleses nos regañarán, prometeremos la enmienda y en esto quedaremos, pagándoles lo que nos pidan”.
“José María Castaños.”
¿Que tan acertada sería la opinión del fundador de Bellavista y el ingenio de Puga sobre cómo resolver el conflicto que significaba Texas? No lo sabremos, la historia tomó otro rumbo.
“Agua pasada no mueve molino”, los errores se pagan, primero la corona española y después la naciente República Mexicana fueron incapaces incluyendo también el breve lapso del imperio iturbidista, de colonizar las posesiones septentrionales del vasto territorio, fue este último el que otorgó concesión para ello a Stephen Austin el 18 de febrero de 1823, aunque la realidad era que en diciembre de 1821 las familias introducidas a Texas ya sumaban alrededor de quinientas sin ningún permiso, unas establecidas por Austin a orillas del río Brazos y otras de aventureros que de forma arbitraria ocupaban predios en las cercanías de Nacodoches.
En 1832 el censo texano contabilizaba alrededor de 24 mil 700 habitantes incluyendo en él a 3 mil 400 individuos de origen mexicano. Con esta fuerza poblacional un año después Texas pide su separación de Coahuila, bajo el pretexto de que el 23 de octubre de 1835 México abandona el sistema federalista por el centralista. En noviembre los texanos integraron un gobierno al que llamaron convención, el cual decretó la separación de México y a la vez declaraba de manera formal la guerra, guerra que por la liviandad de Antonio López de Santa Anna fue perdida, aceptando la independencia texana mediante el Tratado de Velasco el 2 de marzo de 1836.
NEW YORK, VIERNES, ABRIL 4 DE 1845
El rostro contraído de don Juan Nepomuceno Almonte era la combinación del dolor causado por la hinchazón de su pierna y el sufrimiento que vivía al no poder llevar a buen término la misión encomendada, evitar que Texas se convirtiera en la estrella 28 de la bandera norteamericana. El hijo del Generalísimo Morelos con una leve inclinación de cabeza saludó a los pasajeros del Anáhuac que harían junto con él viaje a Veracruz, entre los que se encontraba el americano James Stephens, sí el originario de Poughkeepsie que esparció apellido e hizo huesos viejos como director en la fábrica de Bellavista hasta su muerte en mayo de 1892. La respuesta tajante del Secretario de Estado James Buchanan a sus argumentos de ver consumado por parte del gobierno americano un acto de agresión al despojar a una nación amiga como México, de una parte considerable de su territorio al avalar la ley emitida por el congreso el 28 de febrero rebotaban en su mente:
“…habiéndose sancionado así por el cuerpo legislativo como por el ejecutivo la admisión de Tejas como uno de los estados de esta Unión, ella está ya irrevocablemente decidida en cuanto concierne a los Estados Unidos. Solo la negativa de Tejas a ratificar los términos y condiciones de que pende su admisión, puede frustrar ese objeto. Por tanto, es demasiado tarde ya para volver a abrir una discusión que está agotada, y para probar nuevamente que Tejas consumó su independencia de México largo tiempo ha, y hoy ocupa en el mundo, así de “jure“ como de “facto” la posición de estado soberano e independiente en la familia de las naciones. Habiendo mantenido esa posición y manifestado un vivo deseo de hacerse miembro de nuestra confederación, ni México, ni ninguna potencia tiene justo motivo de queja contra los EstadosUnidos porque la admitan a esa Unión.
“Washington.
“10 marzo 1845.”
Pero tal vez al señor Nepomuceno más le preocupaba la contestación tan diplomática a lo expresado por él en nombre del gobierno mexicano: “…la citada ley en nada puede invalidar los derechos que asisten a la nación mexicana para recobrar la repetida provincia de Tejas, de que ahora se ve injustamente despojada, y que sostendrá y hará valer en todo tiempo dichos derechos por cuantos medios estén a su alcance.
“Washington.
Marzo 6 1845.”
Respuesta: “El presidente siente, no obstante, sinceramente, que el gobierno de México se haya ofendido por estos procedimientos, y ansiosamente espera que más adelante esté dispuesta a considerarlos bajo un aspecto más favorable y amistoso…declara de antemano, que consagrará sus mas constantes esfuerzos al amistoso arreglo de todo motivo de queja entre los dos gobiernos, y al cultivo de las relaciones más benévolas y amistosas con las repúblicas hermanas.
“James Buchanan.
“ Washington
“10 de marzo 1845.”
Sabía Almonte que el hilo entre las relaciones de ambas naciones era muy delgado, y conociendo la ambición yanqui el mínimo error de México sería el pretexto para una invasión armada, como a la postre sucedió.
De nada sirvió el documento elaborado el 10 de mayo de ese año por México, y presentado a la convención texana en junio a través del ministro barón Alleye de Cyprey de Francia y el capitán Charles Elliot cónsul general inglés en esa república para entrar en negociación con la finalidad de reconocer su independencia, lo propuesto fue desechado. El presidente de Texas Also Jones anunció la aceptación de ser parte de la Unión Americana el 4 de julio de 1845.
TEPIC, MIÉRCOLES 13 DE AGOSTO DE 1845
Don Antonio Escutia Ubirichaga preparaba todo lo necesario para partir al día siguiente a San Blas, a mediodía la goleta La Mazatleca que capitaneaba don Antonio Reyna partiría a Mazatlán, en donde haría escala y abordaría el bergantín Soledad para regresar a Guaymas, puerto donde desempeñaba el cargo de administrador de la aduana. Don Antonio llevaba una placentera vida familiar, había casado en agosto 7 de 1821 en la villa de Acaponeta con María Dolores, hija del originario de Fresnedo, Cantabria, Cosme Martínez de Elguera y Zorrilla y la criolla María Felipa Quintero y Barrón de la hacienda de Buenavista; el matrimonio había engendrado nueve hijos de los cuales aun conservaban vida José Antonio de 21 años, Francisco Gil de 20, María de Jesús Porfiria con 19, Juan Bautista Pascasio que el 22 del mes de febrero anterior había cumplido 18, María Micaela del Rosario de trece y se agregaba a la familia María Antonia Apolonia, una niña de la tribu apache que la familia había adoptado a los 8 años en la ciudad de Durango en abril 12 de 1841.
La vida era apacible en Tepic, y holgada para los Escutia-Martínez. Don Antonio ya tenía una carrera en el entramado administrativo de la república. Años antes se había desempeñado como administrador de la aduana terrestre de Tepic, después fue nombrado Jefe Superior de Hacienda de Durango, lugar donde la familia residió algunos años hasta que en abril 14 de 1842 el sostén familiar recibió el cargo de administrador de la aduana de Guaymas con un sueldo anual de cuatro mil pesos, lo que los llevó a tomar la decisión de retornar y establecer residencia en Tepic, en la calle ancha del comercio (hoy calle de Hidalgo) en una casa que Manuel Zelayeta de los Ríos les rentó, mientras don Antonio cumplía su labor en el puerto sonorense.
Tepic no ofrecía mucho a los jóvenes de esos años si no tenían una sólida preparación o un capital para emprender. Si es cierto que estaba en un despegue industrial el Cantón con el establecimiento de la máquina de Jauja en 1838 y la entrada en operación de la textil de Bellavista y el ingenio de hacer azúcar de Puga en 1843, esto no entraba en los planes de los hijos varones de los Escutia que iban más encaminados a seguir los pasos del padre en el ramo legal administrativo, y por consecuencia era obligada la salida de acuerdo a las posibilidades a estudiar a Guadalajara o a la Ciudad de México donde residía el tío José María Esteban, hermano de la progenitora, y no al extranjero como lo hacían los Castaños, Ortigoza, Fletes, Rivas, Barron que procedían de familias encumbradas.
CIUDAD DE MÉXICO, MARTES AGOSTO 10 A LUNES SEPTIEMBRE 13 DE 1847
El optimismo desbordaba, a las dos de la tarde de ese día 10, gente de toda clase, en la plaza, en los patios e inmediaciones del Palacio Nacional se agrupaba. Los gritos de viva la República, viva el excelentísimo presidente Santa Anna, mueran los enemigos de la patria se sucedieron al disparo de cañón que anunciaba que el enemigo se dirigía a ella, y al mismo tiempo las bandas de música tocaban generala. En los cuarteles de la Guardia Nacional desde el momento que se anunció la alarma los voluntarios ciudadanos se disputaban el ser alistados. “La patria va a salvarse. El triunfo de la nación es ya seguro, con el auxilio del Dios de la justicia, pero cuando en sus decretos inescrutables esté resuelta otra cosa, que no lo esperamos de su misericordia, entrarán a México esos inmundos y salvajes yankees, pero entrarán bañados con nuestra sangre, a sentarse a dominar sobre los escombros de México”, los discursos arengaban.
Al mediodía la Guardia Nacional salió rumbo al Peñón Viejo, lugar estratégico distante cinco leguas de la ciudad para franquear el avance norteamericano. Integrada por los batallones de Hidalgo, Victoria, Dolores y Bravo, cuerpos compuestos sobre todo el Hidalgo por jóvenes y adultos, la gran mayoría acomodados, que abandonaban empleo, estudios, tiendas de comercio, intereses y afecciones familiares por el noble deber de pelear y morir en defensa de la patria. Destacaba en este batallón la compañía integrada por profesores, cirujanos y estudiantes de medicina al mando del doctor Miguel Francisco Jiménez y otra de alumnos de jurisprudencia a las órdenes del licenciado Miguel Alatriste.
Desde su desembarco al mando del general Winfield Scott el 9 de marzo de 1847 en playas de Veracruz, la columna norteamericana continuaba su avance con más triunfos que descalabros a la Ciudad de México sin poder ser detenida. Para las tropas mexicanas fortificarse en el Peñón Viejo les daría la ventaja estratégica de contener al enemigo y cortar su incursión en definitiva. Los generales yanquis se dieron cuenta el suicidio que significaba continuar en linea recta por una lengüeta de tierra que tenía inundados ambos laterales hasta las faldas del Peñón, por lo que variaron su camino rumbo a Churubusco donde se contendió el día 20 de agosto una encarnizada batalla con bajas considerables de ambos bandos y otra consecutiva derrota mexicana.

Después de esta acción bélica el ejército americano envió el siguiente comunicado al general Antonio López de Santa Anna:
“Cuartel general del ejército de los Estados Unidos de América.
“Coyoacán
“Agosto 21 de 1847
“A S. E. el presidente y general en gefe de la República de México.
“Señor.
“Demasiada sangre se ha vertido ya en esta guerra desnaturalizada entre las dos grandes repúblicas de este continente. Es tiempo que las diferencias entre ellas sean amigables y honrosamente arregladas, y sabe V. E., que un comisionado por parte de los Estados Unidos, investido con plenos poderes para este fin, está con este ejército. Para facilitar que las dos repúblicas entren en negociaciones, deseo firmar en términos razonables un corto armisticio. Quedo con impaciencia esperando hasta mañana por la mañana una respuesta directa a esta comunicación; pero en el entretanto tomaré y ocuparé aquellas posesiones afuera de la capital que considere necesarias al abrigo y comodidad de este ejército. Tengo el honor de quedar con alta consideración y respeto, de V. E. muy obediente servidor.
“Winfield Scott.”
Al día siguiente se llega a un acuerdo para entrar en negociaciones de paz en la villa de Tacubaya firmado por parte de México por Ignacio de la Mora y Villamil, y Benito Quijano, y por los Estados Unidos los generales J. A. Quitman y Persifor J. Smith.
El 7 de septiembre los acuerdos de paz como la gran parte del pueblo mexicano vaticinaba no se consumaron, la acusación de traición a la patria realizada por el diputado Ramón Gamboa contra el “héroe de cuarenta derrotas” Santa Anna enviada al Congreso reunido en Queretaro, el 27 de agosto resonaba, y los voluntarios de la Guardia Nacional ya no acudían al llamado a las armas, acusaban habérseles dado a la hora de la batalla cartuchos de instrucción, es decir sin bala, o con aserrín o arena. Los 17 días de tregua fueron bien aprovechados por las huestes norteamericanas para recuperarse y avituallar todos sus faltantes, mientras tanto las mexicanas recorrieron sus trincheras a las goteras de la ciudad a esperar la embestida del ejército de las barras. El día 8 a las cinco y media de la mañana las hostilidades contra Molino del Rey y Casa Mata inician, y el día 13 sobre Chapultepec que se defendió por los cadetes del Heroico Colegio Militar, el Batallón Activo de San Blas y el de Hidalgo de la Guardia Nacional por el flanco izquierdo de la fortificación, coartando el camino que comunicaba a la hacienda de la Condesa, donde se batió bien, pero por desgracia con funesto resultado.
Sólo el silencio fantasmal y la destrucción por doquier reinó en el alcázar días después de la derrota. Los cadetes quedaron como prisioneros de guerra dentro del perímetro urbano de la ciudad hasta la total desocupación de las tropas americanas en junio 15 de 1848, el primer día de julio se reintegraron al Colegio Militar teniendo como sede el llamado Cuartel del Rastro, inmediato a la plaza de San Lucas, hasta la total rehabilitación del fuerte de Chapultepec al que se mudaron el 1 de agosto del siguiente año.
FUERTE DE CHAPULTEPEC, JUEVES 13 DE SEPTIEMBRE DE 1849
Todo estaba listo para la gran celebración acordada por el director del Colegio Militar, general Mariano Monterde, demás jefes y profesores, el homenaje por el aniversario de los caídos en la batalla de dos años antes. En la fortaleza a las 6 de la mañana el capellán inició por desviolar los diferentes puntos por donde los enemigos ejecutaron el asalto que aún mostraban huellas de sangre de los valientes que defendieron el ataque, el acto válido de quitar la profanación y reconciliar el lugar a través de la bendición se llevó con toda solemnidad con la asistencia de otros eclesiásticos. En el mirador adornado de manera sencilla y lúgubre los retratos del teniente Barrera, y de los jóvenes Melgar, Escutia, Montes de Oca, Suárez y Márquez recibieron el sufragio de honras por medio del santo sacrificio de la misa. Al término de ésta se ejecutaron las descargas de ordenanza para continuar con poesías y discursos por parte de alumnos y profesorado del plantel.
TEPIC, LUNES OCTUBRE 15 DE 1849
La canícula unida al temporal lluvioso significaba para Tepic aislamiento, las corrientes bajantes de las montañas estropeaban los ya pésimos caminos; por mar, encomendarse a la buena de Dios y a la pericia del capitán de la embarcación era el recurso, así que cartas e impresos noticiosos adolecían de lentitud, las esperanzas estaban cifradas en la “carretera de ruedas” Guadalajara-San Blas autorizada para su construcción por el gobierno federal el 21 de mayo del año que corría, mientras tanto no quedaba otra que resignarse a la calamidad de no estar informado en corto tiempo.
La llegada del correo ese día alborotó a la ciudad, había que ir a recoger cartas y periódicos. Don José Antonio tomó rumbo hacia la plaza, nueve pesos y cuatro reales le había costado la suscripción por seis meses al diario El Siglo Diez y Nueve. Sólo era presentarse en los bajos del hotel La Bola de Oro de don Antonio Santa María para que le entregasen los tabloides acumulados. Ya en casa una pequeña nota en la última página del fechado el día 2 de octubre lo hizo saltar de su asiento:
“ACTO DE JUSTICIA
“ En el salón principal del edificio de Chapultepec, se dispuso que se colocasen los retratos del teniente de zapadores D. Juan Barrera, y de los alumnos D. Francisco Márquez, D. Vicente Suárez, D. Vicente Escutia, D. Fernando Montes de Oca y D. Agustín Melgar, que murieron en asalto dado a aquel edificio por los norte-americanos.
“Para solemnizar aquel suceso, se celebró este año, el día de su aniversario, en el Colegio Militar, una función fúnebre, cuyos pormenores se esperan en un artículo que insertaremos mañana, para contribuir en la pequeña parte que podemos a que no perezca la grata memoria de esos jóvenes que, en la primavera de la vida, supieron sacrificarse gloriosamente por su patria.”
Siempre ha sido un tema de discusión el si Juan Bautista Pascasio Escutia Martínez fue cadete del Heroico Colegio Militar. Hay quienes aseguran sin tener un documento probatorio, que llegó cinco días antes de la batalla, un 8 de septiembre a pedir su ingreso a la institución, otros de igual manera sostienen que formaba parte del Batallón Activo de San Blas.
En la carta contestación a lo publicado por El Siglo Diez y Nueve, e insertada en la página 560, columnas 4 y 5 Tomo II No. 308 del día 4 de noviembre de 1849, su padre José Antonio expresa que su hijo era integrante del Batallón Hidalgo, y por añadidura pertenecía a los voluntarios de la Guardia Nacional.
“Señores editores del Siglo XIX
“Tepic, octubre 15 de 1849.
“Muy señores míos y de mi respeto:
“En el tomo segundo Núm. 275, del periódico que Uds. redactan, he visto un trozo con el rubro “Acto de Justicia” referente a que en el salón principal de Chapultepec se dispuso colocar los retratos de los señores alumnos que se sacrificaron defendiendo a su patria el día 13 de septiembre de 1847; y como quiera que entre aquellos jóvenes pereció mi hijo Juan Bautista Escutia, individuo del batallón Hidalgo, entiendo que fue una equivocación ponerle el nombre de Vicente que no tenía, y por esto me ha parecido conveniente salvarla, para que así llenen todo su objeto las recomendables intenciones que en ese artículo se propusieron sus redactores.
Soy de Uds. señores míos, su más obediente servidor Q. SS. MM. B.—José A. Escutia.”