Por Ernesto Acero C.
El Gobernador de Nayarit Miguel Ángel Navarro Quintero se ha propuesto transformar al estado. Conoce a ciencia cierta, el grado de dificultad que implica tal propósito; sabe que la tarea es de naturaleza heraclida. Uno de los obstáculos es el hecho de que el estado carece de una estructura económica robusta. Las finanzas públicas del sector gubernamental (en toda su vastedad) se encuentran comprometidas en dos dimensiones: gasto irreductible y deuda. No obstante, la transformación es posible y sobre todo, está en curso.
Existe una tercera dimensión del universo de dificultades que se manifiestan ante cualquier intento de cambio. Me refiero a ese espacio que se le suele denominar “política”. Coloco entre comillas el vocablo “política”, al modo del Nobel Naipaul, porque en la escena lo que vemos es anti política o cosas que en nada se parecen a la política, así, sin comillas. Una cosa es la “política” que vemos, y otra es la política que nos describe la teoría. Se trata de dos cosas muy diferentes y distantes entre sí: “política” y política.
En efecto, además de los problemas estructurales que caracterizan al estado, existen serias resistencias al cambio provenientes de personajes que se han privilegiado con el estado de cosas. Me refiero a esas que, displicentemente, se suelen denominar “resistencias políticas”.
Quizá varios gobernadores se hayan propuesto transformar al estado. El más emblemático caso es el de don Antonio Echevarría Domínguez. Su propuesta fue de serios cambios, entre los que destacan el tema de la revocación de mandato y la extinción de cacicazgos. No prosperó por diversas razones que no cabe analizar en este espacio. De lo que no hay ni la menor duda, es la resistencia de algunos protagonistas de la vida pública, que se atravesaron en ese proyecto.
Ahora, los cambios se han empezado a procesar de manera clara y sentando las bases para que la vida pública se haga no solamente más pública, sino más democrática. Las resistencias al cambio son resistencias al cambio democrático.
El cambio democrático no lleva el signo del autoritarismo. El cambio democrático es un mandato popular que le fue confiado al Gobernador de Nayarit, por la inmensa mayoría de los nayaritas. Paradójicamente, algunos de esos opositores al cambio democrático, son los mismos que promovieron el cambio de signo democrático.
Ahora, es la oportunidad para construir acuerdos en los que caben todos, tirios y troyanos. Ese cambio lo requiere un estado en el que las cosas se han descompuesto de manera inusitada. En la lista del recuento de los daños registrados en los años recientes, destaca el hecho de que un ex gobernador se encuentra encarcelado por malos manejos de la estructura de gobierno. A eso se debe agregar el hecho de que el primer Fiscal General del Estado (el Gran “Pacificador”), se encuentra preso en una cárcel de los Estados Unidos. De plano, de manera trágica, un ex rector de la Máxima Casa de Estudios, ni siquiera aparece ni da señales de vida.
En Nayarit, al menos, no podemos hablar de partidos políticos como instituciones de la democracia. Cualquier definición de partido, formulada por los grandes pensadores de la materia, no cabe en la realidad de la vida pública local. El pobre Max Weber se sofocaría al toparse con la realidad, dado que desde su perspectiva, un partido sería una “forma de socialización que, descansando en un reclutamiento libre, tiene como fin, proporcionar poder a su dirigente dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales”. Otro que casi se cortaría las venas, sería Hans Kelsen, quien suponía que un partido agruparía “a los hombres de la misma opinión para asegurarles una influencia verdadera en la gestión de los asuntos públicos”. Naturalmente, en ambos casos se hace referencia a hombres y mujeres por igual, como parte de ese andamiaje institucional que en Nayarit, al menos, no parece materializarse por ninguna parte.
Ni Weber ni Kelsen tienen cabida en cualquier intento por explicar la realidad “política” de Nayarit. En todo caso, André Breton o Tzara, hacen de las suyas en el pueblo más cercano. Más todavía: quizá esté más presente Gonzalo N. Santos, El Alazán Tostado, muy lejos de Gramsci.
Así pues, las resistencias no provienen de los partidos, pues estos brillan por su ausencia en la vida pública del estado. Lo que observamos, ante el empuje de los grandes cambios que reclama la sociedad nayarita, son resistencias de quienes se han apropiado de las siglas que suelen caracterizar a lo que deberían ser, partidos.
Ahora, lo que vemos es peor de lo que podría haberse pensado hace unos cuantos años. ¿Dónde están esas personas de la misma opinión? ¿Dónde están las manifestaciones ideológicas que teóricamente deberían caracterizar a los partidos políticos?
Lo que está en nuestra realidad, es la alianza de partidos que formalmente postulan ideas muy diferentes. El PRI, por ejemplo, es integrante de la Internacional Socialista, mientras que el PAN se acerca más a las democracias cristianas. La alianza PRI-PAN-PRD, es de un callista espíritu clericalmente marxista. Puede uno reír de tanto llorar, o llorar de tanto reír.
En 1994, el visionario Octavio Paz, refiriéndose al PRD y al PAN, sostenía que “Situados en dos extremos opuestos de nuestra vida política, están condenados a vivir separados”. Hoy, el PRI, que arrasó en aquellas elecciones presidenciales, ronca al lado del PRD y del PAN, y lo hace a pierna suelta. El pobre Octavio Paz, que predijo el triunfo del PRI en 1994, que ese mismo año anunció la victoria del PAN en el 2000, no avizoró la orgía “ideológica” de hoy.
Las definiciones de PRI y PAN, se describen lacónicamente, al menos en lo teórico y en lo formal. En la realidad, los une el hecho de haber sido defenestrados del poder público. ¿A quién une esa lógica de las defenestraciones? No une a los partidos que no existen, sino a sus siglas que los describen. Une a quienes usan las siglas para defender su permanencia en las estructuras de poder.
Buscar mantenerse en el gobierno o presidirlo, es justo en un entorno democrático. Cuando el poder se ejerce sujeto a la lógica endogámica, no son los partidos los que se unen (puesto que no existen), sino algunos protagonistas que mantienen el control de las expresiones formales que se convierten en requisitos para acceder al poder público. Requisito y no, pues las candidaturas independientes, otra vez dicho sea en el lenguaje de lo formal, ya pueden utilizarse como medios para acceder al poder público.
Esos protagonistas que muestran resistencias al cambio, son los que están acostumbrados a repartirse el gobierno como lo harían con un pastel. El gobierno, en sus manos, se integra a partir de mecanismos endogámicos.
¿Qué es lo que propone Navarro Quintero en Nayarit? Lo que propone el Gobernador, es abrir a la sociedad las puertas del gobierno, mediante procesos democráticos. Para Cornelius Castoriadis, la democracia no solamente es régimen político, sino procedimiento. Los procedimientos, lo sabemos todos, se realizan solamente para cubrir apariencias.
Hasta ahora, el gobierno, la administración pública, se ha repartido sujetándose a las presiones y contrapresiones provenientes de algunos protagonistas. Sobre esa base, los llamados organismos autónomos, se han repartido en la lógica de las cuotas a los partidos, o sea, a favor de algunos protagonistas que usan al pueblo como carne de cañón.
El cambio, ante tales circunstancias, no puede frenarse en aras de beneficiar, en el mejor de los casos, a ciertas camarillas. La transformación de Nayarit, mandato popular que Navarro Quintero recibió en las urnas, requiere defenderse a partir de ese poder popular. El cambio que se procesa lleva la carga de la legitimidad de las urnas y de las aspiraciones populares que ya no pueden postergarse.