Por Arturo Guerrero
Queta murió como ella siempre le pidió al Señor de la Ascención que sucediera: acostada en su cama, en su casa, con los suyos y en su amado Santiago Ixcuintla.
Casi vivió 99 años de edad, el 24 de octubre próximo sería su cumpleaños y seguro la festejaría con su hija Julia, sus sobrinos, amigas y amigos; estaría también abrazándola alguien con quien la unió por más de 78 años un lazo especial, y a quien ella quiso como un hijo, su niño, como lo llamaba, Antonio Echevarría Domínguez, exgobernador de Nayarit.
En Santiago Ixcuintla, su tierra natal, Rafaela Izar Casillas fue una mujer muy apreciada, tenía un carácter fuerte pero siempre amable en su trato. De arriba a abajo, por las calles de ese pueblo de la costa, era inconfundible su voz ronca, con la que tenía siempre una palabra de afecto y aliento.
Aficionada al rey de los deportes, casi no fallaba a los partidos de beisbol, lo mismo en Santiago que en Tepic, donde fuera. El amor la sorprendió fugazmente en su juventud; el afortunado fue un pelotero americano. La anécdota la platicaba ella misma al calor de una buena charla.
Hoy Queta descansa en paz, vivió casi 99 años. Hoy se ha vuelto a reunir con su mamá doña Higinia y su padre Ricardo, sus hermanos Amparo, Ricardo, Margarita, Concha y Rito, allá en el cielo donde se reencontrará con quienes quiso y la quisieron aquí en el plano terrenal, allá esperará reunirse de nuevo con quienes hoy están tristes por su partida.
Que descanse en paz Queta