Por Ernesto Acero C.
Los opositores al Presidente de México, no se comportan como opositores, sino como enemigos a muerte. Esos enemigos no son paladines de la democracia ni abanderados de las “causas del pueblo”. Esos enemigos de Andrés Manuel López Obrador se esconden en las faldas de las siglas “PRI”, del “PRD” y del “PAN”. Se trata de una alianza que ya se había pactado desde hace años, y que ahora se muestra de manera inverecunda.
Cuando defienden “sus instituciones”, lo que hacen es defender su pasado de privilegios, que los llevó de casi morir de hambre, a la más grotesca ostentación. Antes morían de hambre, ahora lo hacen por brutal obesidad.
Sus “instituciones” son los cargos públicos que se repartían de manera endogámica. Ese mundo de privilegios se les ha recortado de manera significativa. No se les han acabado los privilegios, pero ahora ya son menos millonarios y ya no tienen los suficientes cargos públicos para regalar a sus amigos, parientes, compadres y compinches.
Se repartían el país, los privilegios, los espacios de poder, alegremente. Eso se acabó, aunque siguen tragando, cerdunamente, con privilegios, con prerrogativas. Pero no se hartan. Para regresar a su mundo de ostentación, intentan dinamitar al gobierno que los desplazó del centro de poder.
Llegan a tal grado de frescura, que se atreven a criticar hasta su propio pasado. Por eso, su consigna ahora es, ¡Al diablo con mis instituciones! Lo que ocurre para que reaccionen así, es que esas que eran “sus” instituciones, ahora ya están en otras manos. Antes eran matanceros, ahora son reses. Ni modo: eso ocurre cuando se le apuesta al ciclo de las venganzas y paredones, eso es lo que ocurre cuando suponen que “los otros” son una runfla de imbéciles. Por eso adornan con sus propias deposiciones, a esas instituciones que dicen haber creado y que ahora, evidentemente, se encuentran en proceso de transformación.
El PRI, el PAN y el PRD y en la cola se alinea MC (porciones de todas esas siglas). En bola, atacan al Ejército. Lo tildan de represor, lo califican de violador de los derechos humanos. Lo dicen aquellos que condenan el mismo pasado que ellos representan.
Es grotesco, surrealista, absurdo y pendejo, escuchar que digan furiosos: ¡El Presidente López Obrador, no ha podido ni sabido resolver, los problemas que nosotros creamos durante décadas de complicidad y corrupción galopante! (Para evitar ser excomulgado, valga decir que por “pendejo”, la Real Academia Española nos remite a las ideas de tonto, estúpido, cobarde, pusilánime, astuto y taimado –in domine dei–).
Ellos sacaron al Ejército a las calles y ahora lloriquean de manera hipócrita. El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha rectificado en relación con su postura de campaña electoral. No solamente es de sabios rectificar; yendo más allá, “Gobernar es rectificar” (expresión atribuida a Kung Fu-Tse).
Los lloriqueos provienen de la amargura, de la furia desatada, del resentimiento originado porque ahora deben tragar lo mismo que habían cocinado. Tragan lo que cocinaron, con cambios trascendentales y eso es lo que les duele y pesa. Ellos militarizaron la seguridad pública y hasta inventaron su propia guerra; ahora la institución armada, se ciudadaniza.
La triada y el citado apéndice, se dicen fundadores de las instituciones que ahora condenan, satanizan, atacan y descalifican. Ahora, al condenar la presencia del Ejército en las calles, hacen todo lo posible por mandar al diablo a “sus instituciones”.
Esa es su divisa: ¡Al diablo con mis instituciones! Lo hacen desde la cima misma de la hipocresía, del oportunismo, del odio y de la simulación.
No han entendido que el Ejército se encuentra en proceso de transformación. Ahora, las fuerzas armadas se han ciudadanizado, honrando su vocación original. La seguridad pública no se ha militarizado, sino que la institución armada se ha ciudadanizado. Ahí está la presencia de las fuerzas armadas en la construcción de obras fundamentales para el desarrollo. Ahí están las fuerzas armadas en actividades cruciales como la protección civil y la salud de todas las personas.
Ya enloquecidos, por decir lo menos, la emprenden contra aquellos que cambian de camiseta y los abandonan. Se lamentan del cambio de camiseta de algunos de sus diputados, senadores o simpatizantes. Antes ellos santificaban a los que salían del PRI o de los partidos “contrarios”.
En realidad, las pandillas que se han apoderado del usufructo de las siglas, han cambiado de camiseta a las siglas que se autodenominan “partidos”. Ahora duermen juntos el PRI, el PAN y el PRD: ¡Al diablo con mis instituciones y al diablo con mi “ideología!
Parecen decir, además: ¡si no les gusta mi declaración de principios, tengo los de mis “enemigos”! Los que hasta hace poco simulaban ser opositores mutuos, ahora se han quitado las máscaras y se muestran como lo que son: hipócritas, cabrones, fariseos, sepulcros blanqueados. (In domine dei, de nuevo valga decir que la Real Academia Española, con la locución “cabrón” nos remite a la idea de aquel que hace “malas pasadas o resulta molesto”).
En 2012, firmaron el Pacto por México para desaparecer OPLES y ahora se oponen a que desaparezcan. Ahora la propuesta ha sido formulada por López Obrador, y como lo odian, odian también todo lo que proponga. En lugar de ideas, odio, en lugar de ideología, las tripas que gobiernan sus actos.
Primero el PAN sacó al Ejército a las calles. Luego el PRI le siguió el paso. Ahora se mesan los cabellos y se rasgan las vestiduras porque López Obrador propone ciudadanizar al instituto armado. Se oponen a la presencia del Ejército en las calles, porque odian enloquecidamente a López Obrador.
Hay cosas que cambian, otras que se profundizan. El Ejército se ha transformado para bien. Una constante histórica, es que el instituto armado siempre ha defendido su honorabilidad. Los niveles de confianza en las Fuerzas Armadas, no dejan lugar a dudas. Nadie duda de la honorabilidad del instituto armado, ni siquiera a pesar de que, en el pasado, los pandilleros hicieron mal uso del mismo.
Los que odian a López Obrador y al Ejército, se refieren al ’68 y al ’71, años en los que ellos sacaron a las calles al Ejército para reprimir movimientos estudiantiles y populares. Lo dicen los representantes de ese pasado que ellos mismos condenan. Más surrealista y orangutánico, estúpido y grotesco, imposible.
Lo que no dejan de mostrar, es la amargura por haber sido defenestrados de Palacio Nacional. Al haber sido lanzados del mayor espacio de poder, ahora reaccionan furiosos, envilecidamente enloquecidos.
Los que siempre han violado la Constitución y las leyes, ahora exigen apego a la ley y a la Constitución. Para su desgracia, ahora es la ley y la Constitución la que se impone, solamente que no para su gansteril satisfacción.
Los que puercamente nunca respetaron la ley, ahora exigen apego a la legalidad y a la Constitución. Ahora que se respeta la ley y ahora que la Constitución es eje de las acciones de Gobierno, los ahora críticos, no entienden esa nueva realidad. Los que antes eran opositores, ahora son amantes desquiciados. PRI, PAN y PRD, juntos, hacen una familia disfuncional que no soporta vivir fuera de los privilegios del Gobierno.
Lo peor de todo es que, en verdad, esos que antes se repartían el pastel a su gusto, ahora siguen gozando de privilegios. Se siguen repartiendo “sus instituciones”, lo que queda de ellas, saquean lo que han podido resguardar del proceso transformador que vive el país. Tienen prerrogativas multimillonarias, viven en una opulencia de tal magnitud, que solamente así logran olvidar la miseria de la que provienen. No obstante, es ostensible que no tienen hartazón: ¡quieren más y más!
Como ya no tienen a la mano y al cien por ciento “sus instituciones”, para repartirse cargos públicos, las atacan. Se muestran agraviados porque ya no se pueden repartir los mismos porcentajes de cargos públicos porque “sus instituciones” ya no son “suyas”. López Obrador les dio el parón. Por eso lo odian. Por eso, los secuaces que usan porciones de las siglas PRI, PAN y PRD, ahora claman, ¡Al diablo con mis instituciones!