Por Julio Casillas Barajas
La simulación es parte de la condición humana; cuando se generaliza procrea la corrupción y la impunidad que degrada y destruye instituciones. Este periodista no se anda por las ramas y apunta que en México abundan los simuladores, poniendo ejemplos de personas incongruentes que dicen una cosa y hacen otra, sin recato ni mucho menos congruencia. Los nombres sobran.
La falsedad ha sido siempre un componente del sistema político mexicano, pero el que haya sido y sea así, no quiere decir que deba ser así. En términos generales, nos hemos acostumbrado a políticos que dicen, por ejemplo, que van a terminar su periodo en un cargo “y que no aspiran a otro, que los den por muertos”, para luego ‘destaparse’ y pedir el voto para buscar otra boyante posición. Otros más, juran y perjuran que son leales a sus partidos o grupos políticos pero ya andan haciendo otros planes, brincando como chapulines e igual pasa en los gobiernos, muchos servidores dicen una cosa, pero en los hechos hacen otra, engañando al pueblo.
QUIEREN PERPETUAR SU POSICIÓN
Igualmente aparecen enardecidos debates donde leyes nuevas parecen la llave secreta al desarrollo, la clave del éxito nacional, cuando en realidad lo que buscan esos tipos es perpetuar el ‘estatus quo’, los privilegios y las ganancias. Hay ejemplos vivos de simulación: las reformas al ITAI, en la que todos se persignan frente a la transparencia, pero prefieren la opacidad y otro ejemplo es el de la reforma educativa, que nunca llegó a un lado positivo, puro simular. Discursos y “pomposidades” aparte, si no hay evaluación y consecuencias para servidores públicos que presentan insuficiencias para estar frente de un cargo, todo queda en una carta de buenas intenciones y nada más, y te lo digo Juan para que lo entienda Pedro.
FUERA SIMULADORES E INCONGRUENTES
¿De verdad la simulación es parte de nuestra cultura política? Algunos creen que este defecto se forjó en las élites políticas a partir de una máxima que lo resume todo: “el que se mueve, no sale en la foto”, que acuñó el líder cetemista, Fidel Velázquez Sánchez.
La receta: si hay que aplicar la ley, mejor prudencia; si quieres un cargo público, no lo digas; si vas a atacar a tu adversario, invítalo a comer y tómense juntos una foto; si vas a aprobar una reforma políticamente costosa, no lo aceptes, sólo afirma que lo analizarás con toda cautela; si vas a archivar un caso di que se abrirá una investigación exhaustiva y se llevará hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga; si tu colaborador es un ladrón, “lo agarraron y será despedido” pero luego lo nombras de Embajador, asesor plenipotenciario o secretario de cualquier otra cosa, no pasa nada. Si vas a pactar con el rival pronuncia un encendido discurso donde menciones que jamás claudicarás en las causas que defiendes, y así las cosas: “salidas airosas”.
LA INCONGRUENCIA
En suma, “las supremas leyes” de la simulación y la incongruencia, dictan a nuestros políticos a actuar en contra de lo que dicen para luego decir lo contrario de lo que han hecho. Pura palabrería. La evolución democrática de México tendría que pasar, necesariamente, por castigar desde las urnas la simulación y la farsa, la pantomima en la que la clase política se siente tan cómoda, sobre todo las izquierdas radicales y la derecha convenenciera, pasando por los partidos folklóricos y coyunturales que aparecen cada vez con mayor frecuencia. Nosotros creemos que México necesita políticos congruentes que obedezcan lo que demanda el pueblo. Políticos congruentes con lo que dicen y lo que hacen, políticos cumplidores y apegados a la verdad. Congruencia entre el decir y el hacer, así de fácil.