Por José Luis Olimón Nolasco
Un fenómeno interesante es, sin duda, el de los ciclos anuales que, poco a poco se van transformando y que, a pesar de sus semejanzas, cada uno de ellos tenga una serie de elementos que le hacen —como suele decirse de las personas en corrientes psicológicas de corte humanista— “único, insustituible e irrepetible… Y, todavía que, dentro de esos ciclos —a la vez tan parecidos y tan distintos—, sea posible detectar días de especial densidad o significación que también, poco a poco, se van transformando…
Pues bien, hace ya varias semanas que hemos sido testigos de la llegada de uno de esos días de especial significación: el día de los muertos [es curioso, pero aún no he leído o escuchado que se mencione como “día de los muertos y las muertas”, dicho sea de paso].
Como suele ser en “la era de las mercancías” o en “el reino del capitalismo neoliberal”, es muy probable que, los primeros signos del advenimiento del “día de los muertos 2022” lo hayamos visto en algún centro comercial, a través de algunos de esos símbolos que han llegado a tener cobertura nacional, como el pan de muerto, las calabazas, las calaveritas, las flores de cempasúchil, las máscaras; tal vez, a través de los medios masivos de comunicación en sus formatos tradicionales o de surgimiento reciente, con el anuncio de ciclos de terror, de brujas, zombis y similares; o bien, a través de algún evento programado en los centros escolares, en los que, poco a poco, ha ido siendo vencida la resistencia a la entrada de la tradición del Halloween, que era considerada una intromisión cultural ajena e indebida que amenaza una de las tradiciones en que, probablemente, se dio una de las fusiones culturales más fuertes y bien logradas entre las tradiciones y creencias de los pueblos originarios y del cristianismo.
Ahora bien, que durante el periodo comprendido entre el día de muertos 2021 y el 2022 el número de muertos por Covid-19 haya sido aún de alrededor de 35,000, que haya habido alrededor de 30,000 víctimas de homicidio doloso en el mismo periodo y el probable fallecimiento de la mayor parte de los miles de desaparecidos, pintan un panorama que hace que la pregunta ¿a dónde van los muertos? tomada de un poema que Amado Nervo escribió con motivo de la muerte de su madre, cobre una relevancia singular…
Comienzo estas “palabras” con las que la imaginación del bardo nayarita plasma en esos versos, unas palabras, la verdad, no muy optimistas, ya que para describir la travesía “post-mortem” de su madre, menciona “noche callada”, “limbos inciertos”, “ola [onda] negra, distante y muy, muy honda”, “zona glacial, muy fría”, “playa remota y desolada, frente a un océano sin límites, convulso a todas horas”, “torvos horizontes”, “abismos hostiles y encubiertos”, “espacios brumosos y desiertos”, “un planeta bañado de penumbra sin fin, alumbrado por un solo opaco, casi extinto”.
Y, en medio de ese panorama, Nervo pregunta al Señor: “¿A dónde van los muertos, Señor, a dónde van?” Y sin tener a la mano la respuesta, se limita a implorar:
“Guiad hacia la Vida sus pobres pies inciertos…
¡Piedad para mi muerta! ¡Piedad para los muertos!”
Y a concluir, con el estribillo interrogativo: “¿a dónde van los muertos, Señor, a donde van?”
Sin saber de qué arcano interior ha venido a mi conciencia, a propósito de esta pregunta y de las “palabras” con las que he de proseguir esta reflexión las aportaciones heideggerianas acerca de los seres humanos como “entes hacia la muerte” [para la muerte dicen los traductores más radicales] o, simplemente, como “los mortales”, que lo que pretenden es llamar la atención acerca de la centralidad de la muerte en los seres humanos en cuanto que no solo morimos como lo hacen todos los seres vivos, sino que sabemos que vamos a morir, y que si tomamos en serio esta nuestra posibilidad “más propia, irrespectiva, insuperable, cierta e indeterminada” o la mortalidad como lo que nos hace humanos, es muy probable que nos hayamos planteado esa pregunta con la que Amado Nervo tejió su poema, que no lo hayamos hecho una sola vez en la vida y que, si hemos rebasado con creces “il mezzo del cammin” [la mitad de camino de nuestra vida] nos la planteemos con mayor frecuencia. Y no solo eso, sino que, del haz de respuestas que deambulan en la multiculturalidad que nos envuelve, es muy probable que hayamos hecho nuestra una —o varias— de ellas: que nuestra alma irá al cielo o al infierno de acuerdo con nuestras obras; que de nosotros solo quedará el recuerdo en nuestros seres queridos y en aquellos que nos conocieron; que, perduraremos a través de algo que hayamos hecho, producido o escrito y que los componentes físico-químicos de nuestro cuerpo al final de nuestra existencia seguirán en este mundo cumpliendo otras tareas en el universo; que nos fundiremos como muñeca de sal que se introduce en la mar en el Todo-Uno; que tendremos que iniciar un nuevo ciclo en una encarnación diferente a aquella que concluimos; o bien, que, de acuerdo con el tipo de muerte que hayamos tenido, iremos a aquel de los tres destinos que nos corresponda: el Tlalocan , el Omeyocan o el Mictlán.
A final de cuentas, esa pregunta nerviana ¿a dónde van los muertos? se transforma en un ¿a dónde se fueron mis muertos? ¿a dónde iré cuando muera? O de manera más radical aún: ¿los muertos van a algún lado? ¿hay algún tipo de vida para los humanos después de la muerte?
Y sí, el bardo nayarita, que en sus poemas no alcanza certezas, en su prosa parece tenerlas siete años antes de su propia muerte y ante la muerte de Ana, su amada inmóvil:
“¡Ah! Señor, cómo no creer en ti, cuando vemos disolverse todo esto en la incomprensible negrura de la muerte! Un instinto invencible nos fuerza a asirnos con crispada mano a la promesa de Jesús: ‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá!’”
Y no solo acerca de la vida después de la muerte, sino acerca del reencuentro con su amada, en lo que denomina “un raciocinio piadoso”:
“Ahora que se ha ido, cada instante que pasa os acerca, porque es un instante menos de vida y por lo tanto de ausencia, porque abrevia el plazo, vencido el cual, tu alma que se exhalará de tus labios descoloridos, y su alma que te aguarda en la ribera, se fundirán locamente en un divino beso de amor!”