“Buenos días Paloma Blanca, hoy te vengo a saludar, saludando tu belleza, en tu reino celestial”, se escuchan al unísono miles de personas que desde temprana hora, recorren más de 11 kilómetros con un mismo deseo, volver a venerar y entregar ofrendas a la llamada madre de todos los mexicanos, la Virgen de Guadalupe, en la barranca de El Pichón. 

Sin importar la inclemencias del clima decembrino, armados con bufandas, sudaderas, chamarras y todo tipo de ropa invernal, después de dos años de ausencia por el Covid, los peregrinos se abren paso sobre una de las principales vialidades de la ciudad, algunos cumpliendo con el sacrificio que han ofrecido a cambio “del favor de la virgencita”, caminando descalzos o incluso de rodillas arriban al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, lugar que durante años ha sido la casa guadalupana de todos los nayaritas. 

Algunos otros llegan caminando por veredas o cerros colindantes, mientras madres de familias y personas de la tercera edad arriban a bordo de camiones del transporte público o vehículos particulares que tienen que llenarse de paciencia ante el tráfico ansioso de formar parte de esta celebración, a la cual no faltó la juventud motociclista. 

Poco a poco, familias, parejas o incluso feligreses solitarios, comienzan a abarrotar el atrio del santuario, algunos con devoción silenciosa que contrastaba con el clima que se vivía en la calzada de Tepeyac que colinda con la autopista Tepic-San Blas, la cual lució llena de comerciantes que colocaron sus puestos para ofrecer diversos productos, como las bellas y conservadoras imágenes religiosas, que en su aura los contradice la venta de prendas íntimas y juguetes de aquellos vendedores que aprovechan la monumental afluencia de guadalupanos. 

Vendimia que era complementada por el banquete que ofrecían los exquisitos gustos del pueblo, como puestos de café de olla y pan, así como otros más sencillos de camote tatemado y chayotes cocidos que podían disfrutar los marchantes, quienes en todo momento eran vigilados por decenas de agentes policíacos de los tres niveles de gobierno, así como por elementos municipales de Protección Civil que poca actividad habían tenido, ya que afortunadamente la paz reinó durante los trayectos, y las atenciones no pasaban de fatigas o mareos. 

“Apenas recupero lo que invertí”, se escuchó decir a uno de los comerciantes que con esperanza en la guadalupana esperaba poder costear el pago realizado al ayuntamiento y al ejido de El Pichón por cada metro cuadrado que ocupó su puesto, con una cara larga que contrastaba con los rostros de alegría de los padres y sus hijos que vestidos con ropas de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe peregrinaban por el poblado. 

“El amor y la devoción a la Virgen de Guadalupe requiere de sacrificio”, pronunció un adulto mayor, que veía como algunos de sus pares en sillas de ruedas eran acompañados por sus jóvenes familiares que realizaban un doble esfuerzo físico para llevar a sus abuelitos ante los ojos de la Reina de México.  

Entre la silenciosa devoción y la apaciguada fraternidad, una estruendosa risa se escuchó ante la confusión que originaban los patos lugareños que de forma instintiva formaron parte de la peregrinación. “¡Mira los gansos!”, gritó un feligrés, “¡Son patos!”, lo corrigió otro en una anécdota que se llevarán los asistentes a casa.

“La seguridad en El Pichón está garantizada”, dijo un alto mando días atrás, frase que se convirtió en una profecía, ya que por los tramos carreteros de la autopista Tepic-San Blas y el periférico de la ciudad se observaron varias patrullas de la Policía Estatal División de Caminos, las cuales aplicaron el operativo Carrusel, que obligó a los camiones de carga disminuir su velocidad, protegiendo así la vida e integridad de los peregrinos en los distintos tramos carreteros. 

Finalmente, la penumbra se apoderaba del festejo guadalupano mientras cientos de veladoras encendidas iluminaron los pasillos del templo, cada luz representa una promesa o un anhelo que a su vez se convierte en guía para todos los creyentes que buscan ingresar a la puerta principal del templo, honrar a su madre y salir discretamente por las puertas laterales del recinto, con la satisfacción de haber cumplido ante la Emperatriz de las Américas. 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí