Por José Luis Olimón Nolasco
La sucesión de hechos y de los dichos a propósito de esos hechos ha llegado a ser poco menos que inmanejable…
Hace apenas dos semanas se cumplieron cuatro años de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de México y del mensaje enviado a la Nación con esa ocasión, al recuento del cual dediqué las “palabras” de mi colaboración de la semana pasada…
Pues bien, esta semana quiero dedicar a esos dichos y a los hechos que subyacen a aquellos, mis “palabras” desde ese punto de vista crítico que en contextos como el actual en el que las percepciones derivadas de los dichos más que de los hechos [entre los cuales, conforme al refrán popular “hay mucho trecho”] han llegado a ser más importantes que los hechos o los “datos duros” resultan indispensables, incluso a sabiendas que se tiene que hacer frente a la percepción dominante que, en este caso, proviene de lo más alto del poder real, más que de los poderes fácticos tradicionales.
Pues bien, comienzo por una primera sombra cuatroteísta: el combate a la corrupción.
Esa bandera de campaña fue, muy probablemente, la que más contribuyó al triunfo del actual presidente, ante el hartazgo que se había acumulado en un amplio sector de la población en ese rubro, particularmente durante el sexenio anterior.
En ese orden de cosas, los símbolos de la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, la venta del avión presidencial, la disminución de salarios de los funcionarios de alto nivel y la captura de Emilio Lozoya con su consiguiente transformación en testigo colaborador tuvieron un impacto positivo en la población, además de que es innegable que una buena parte de los gastos excesivos de la alta burocracia han desaparecido.
Eppur [esa expresión galileana que rompe con lo previo], el caso Lozoya que tanto prometía, parece haberse quedado empantanado y ha llegado a quedar reducido a él y a su familia cercana, mientras, en contraparte, han salido a la luz actos graves de posible corrupción en entidades públicas como el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado y, más recientemente, en Segalmex, el organismo creado para buscar la autosuficiencia alimentaria en maíz, trigo, arroz, frijol y leche. A ello, habría que añadir, el alto porcentaje de adjudicaciones directas otorgadas, el casi seguro uso de recursos públicos para fines electorales y la amplia reserva de destino y uso de recursos públicos so pretexto de seguridad nacional, todos ellos, mecanismos que se prestan para la corrupción y su ocultamiento.
La segunda sombra por abordar en estas “palabras” tiene que ver con el sector salud, en el que no se puede ocultar el desabasto de medicinas, el fracaso del proyecto del Instituto de Salud para el Bienestar, el grave retroceso en materia de vacunación infantil y, sobre todo, el controvertido manejo de la pandemia de la Covid-19 que, más allá del hábil manejo gubernamental del discurso y del innegable factor de las comorbilidades, dejó un saldo muy alto de muertes, muchas de las cuales, muy probablemente, se habrían podido evitar.
La tercera sombra y, desde mi punto de vista la más relevante, tiene que ver con la violencia y la inseguridad, un asunto que es necesario abordar de manera más detallada.
En abril de 2019, a unos pocos meses del inicio de su administración, el presidente López Obrador pidió seis meses para bajar los niveles de violencia, para lo cual, entre otras medidas, propuso el Programa “Jóvenes construyendo el futuro”, dirigido a la población de entre 18 y 29 años y el cambio de la política pública en relación con el crimen organizado, bajo el lema “abrazos, no balazos”, con la finalidad, entre otras cosas, de acabar con las masacres y las ejecuciones extrajudiciales instrumentadas en sexenios anteriores, con la consiguiente violación a los derechos humanos, dejando pendiente el regreso de las fuerzas armadas a sus cuarteles.
Al darse cuenta de la gravedad del problema de la violencia, sin renunciar a la política de “abrazos, no balazos”, el presidente fue dejando en manos del Ejército y de la recientemente creada Guardia Nacional —con una mayoría de elementos de extracción militar, con mandos operativos militares y, más recientemente, integrada a la Secretaría de la Defensa Nacional—, la tarea de la seguridad pública, esa que, supuestamente, debería estar en manos de instituciones de carácter civil.
No se puede negar que han disminuido —no desaparecido del todo— las ejecuciones extrajudiciales por parte de las fuerzas armadas y de la [¿paramilitar?] Guardia Nacional, pero tampoco que la simple presencia de amplios contingentes desplegados por la mayor parte del territorio nacional, hayan sido capaces de brindar seguridad a amplios sectores de la población —muchos de los cuales se han visto en la necesidad de emigrar—, sobre todo en algunos estados y municipios, ni que han sido incapaces de evitar el creciente control territorial por parte de las organizaciones del crimen organizado, el aumento de su injerencia en el ámbito económico —cobros de piso, de “impuestos” a la producción y a la distribución— y en el ámbito político, como se pudo constatar en las elecciones intermedias, aunque, también aquí, el control de daños desde la hegemonía discursivo, logró hacer desaparecer ese tipo de información de la discusión pública.
Lo que también resulta muy difícil de ocultar son los altos números de homicidios dolosos y de desapariciones a lo largo de cuatro años ya de la presente administración, el alza en el número de feminicidios y los enormes porcentajes de impunidad no solo en los casos “ordinarios”, sino, incluso, en los casos de alto impacto, como los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, el asesinato de las mujeres y niñas de la familia Le Barón, el asesinato de los padres jesuitas y los recientes feminicidios de Ariadna Fernanda, Debanhi, Lesvy Berlín, entre otros.
Muchas sombras más, como estas tres, entre los saldos de cuatro años de transformación, la mayor parte de ellas difíciles de transformar en luces y que desalientan la esperanza de que se puedan disipar en los meses que restan del presente sexenio y, quizás, de los próximos, por su anchura y su hondura…