Peloteo | Leyenda viviente

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Con excelente ánimo, actitud positiva y buen humor, a pesar de haber perdido la vista, Antonio Carbajal pasa los días en su casa de la calle Cañada en León, a pocos meses de llegar a los 94 años de edad.

Lúcido, conversa con fluidez y recuerda casi todo de su participación en cinco campeonatos mundiales y unos juegos olímpicos. Jugó en las copas del mundo de Brasil 50, Suiza 54, Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66.

Defendió la portería de los equipos España y León en 18 años de carrera profesional. Después de retirado, impuso su sello ofensivo como entrenador en los clubes León, Unión de Curtidores, Atletas Campesinos y Morelia. Cómo olvidar tantas mañanas de gloria con los Ates en el viejo estadio Venustiano Carranza de la capital michoacana.

Tras haber cerrado su famosa vidriería, La Tota sigue yendo con frecuencia a orientar a jóvenes drogadictos de la ciudad zapatera. Abre la plática con ellos con una canción pegajosa, que no tiene empacho en entonarme, para luego soltar una carcajada que retumba hasta el estadio del equipo esmeralda.

Enternece verlo sentado en su sillón, al pie de un enorme crucifijo de madera, escuchando los partidos que se transmiten por televisión. Lo miman su hija Ángeles y su nieto Íñigo, súper futbolero y profundo conocedor de la trayectoria del Cinco Copas, leyenda viviente, personaje extraordinario que es orgullo de México.

El pasado fin de semana tuve la fortuna de visitarlo en el Bajío y decirle cuánto lo respeto, aprecio y admiro.

Triunfal

Con éxito resolvió Diego Silveti su encerrona del sábado pasado en la ciudad cuerera con seis toros de distintas ganaderías. Hizo gala de técnica, variedad y recursos.

Lo más destacado lo consiguió con un toro castaño de sangre española de la ganadería de Fernando de la Mora. Tras el brindis póstumo a su padre, el llorado Rey David, y bajo las notas de El Rey de José Alfredo Jiménez, Silveti se gustó en la faena de muleta frente al imponente ejemplar de procedencia Domecq. Para entonces ya había cambiado el vestido de luces por un traje de charro negro con vistosa botonería. En el dorsal de la casaca llevaba bordada una calavera y dos huesos cruzados, en nostálgica evocación de su bisabuelo, el legendario Juan Silveti Mañón.

Tras una certera estocada, Diego obtuvo las orejas y el rabo, saldando así una tarde memorable para una de las dinastías más largas e importantes en la historia del toreo nacional e internacional. 

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