Por Gustavo Vargas
Mi mejor amiga y yo tenemos un ritual. Lo hacemos casi todos los días. Les cuento, son las 11:11 y pedimos al Universo, a las Diosas y a los Dioses: abundancia, salud, amor bonito, proyectos, mejora en finanzas, y que por fin salga su camioneta.
Es habitual que hablemos todos los días, y dejemos conversaciones a medias o después las volvamos a armar o desarmar dependiendo del caso y del caos.
Su nombre es Tania. Yo le digo: “Yin”. Siempre he creído que su alma es vieja y que es gitana, o al menos lo fue en una de sus últimas vidas, quizá, hasta yo fui hechicero, brujo o curandero.
Me gusta, Yin; pero no desde un aspecto romántico. Me gusta ser su amigo y me gusta que ella sea mi amiga. Me ha enseñado un mundo distinto desde la perspectiva femenina y me ha ayudado a ser más empático con el mundo y conmigo, incluso me ha enseñado a cuidarme más y no solo en temas de salud, a detectar mis oportunidades de crecimiento o cuando meto las cuatro. A empoderarme y también a comprarme flores. ¿A poco creen que nomás ustedes?
Y bueno, también la cuido aunque no necesita mucha ayuda, sabe detectar muy fácil a los patanes y a los narcisistas. Tiene métodos infalibles. Aunque cuando se le resbala, llego al auxilio y hacemos un análisis profundo del comportamiento humano, aunque muchas veces son más bestias que hombres.
Me apoya ahora que estoy en “Modo Guerra”, que me estoy descubriendo y que después de tanto, me dedico a mí, no coincidimos en todo y tampoco espero que así sea, se volvería aburrido.
Debo de confesar que para algunas mujeres con las que he salido, el saber que tengo una amiga tan cercana es complejo. Y sus mentes comienzan a viajar más de lo que los pies le permiten a la tierra. Pero es que ella es parte de mis días y parte de mi vida. Siempre tendrá su lugar y si llega alguien especial, tendrá su propio lugar.
A los dos nos rompieron el corazón más de una vez, y si no hubiera tenido su acompañamiento, es probable que mi salud mental quedara por los suelos, pues escucharme y destapar una cerveza o unas cervezas, es parte de la magia que fortaleció nuestra amistad.
Todos los días me hablaba por teléfono, se esperaba a escuchar que me preparaba mi café y hablábamos de los horóscopos del día. Muchas veces salía el Ermitaño y me sigue molestando el Mercurio Retrógrado.
Amistad es amiga. Y es divertido conocer la realidad desde los ojos de una “compita”. Pues siempre te dirá la verdad, sabrá qué y quién no es para ti. Aunque en el camino aprendes a distinguir.
Ojalá todos tuvieran una “Yin”. Por cierto, yo soy su “Yan”.