“Todo va hacia delante / y hacia arriba. / Nada perece. / Y el morir es una cosa distinta de lo que algunos suponen. / ¡Y mucho más agradable!”
Walt Whitman
Por Ernesto Acero C.
El tiempo y las circunstancias los llevaron a los mismos cruces de caminos. Con grandes diferencias, los dos fueron magníficamente creativos. Alí Chumacero, de Acaponeta, Nayarit, nace el 9 de julio de 1918. Héctor Gamboa, de Acaponeta, Nayarit, nace un 7 de enero de 1934. Ambos parten en la misma fecha, un fatídico 22 de octubre de 2010.
No hay duda que todos debemos fustigar a la memoria desmemoriada, para una historia que se pierde una y otra vez en comportamientos malinchistas. Nuestra historia reclama gambusinos del tiempo que sepan valorar la obra de quienes parecen condenados a dar validez al viejo aforismo que dice que nadie es profeta en su tierra. Y menos en su tiempo. No reconocer la obra de hombres de tales tallas, nos empequeñece y nos desvalora.
Es una pena que no se haya dimensionado la obra de nayaritas de tanta estatura como la de ambos personajes. Lo peor es que quizá se hayan debido autoexiliar para estar en condiciones de hacer obra trascendente y para ser dimensionados en su producción literaria y biográfica. Eso no habla mal de los que se fueron, sino de los que nos quedamos. Quizá ambos escritores habrían acabado sus días redactando la nota roja en algún pasquín de mala muerte, financiado y distribuido por ellos mismos, de haberse quedado en nuestra querida entidad. Se fueron y trascendieron.
El amigo Salvador Mancillas platica que el querido Héctor Gamboa solía reconocer que empezaba a perder la memoria. Recuerda Mancillas las palabras de Gamboa: “Tienen razón; estoy perdiendo la memoria”, dijo algunas veces con gesto de obnubilación; “ya no sé ni a quien le debo; me he olvidado de mis deudas y hasta del último mes de renta”. Así ocurre con buena parte de la historia que debe rescatarse. Memoria desmemoriada, historia des-historiada.
La historia de Nayarit parece que la dejamos pasar para estar en condiciones de luego practicar la arqueología entre tumbas y archivos y bibliotecas que cada día nos recuerdan más y más a las pirámides de Egipto, llenas de mitos, leyendas y esfinges sin secretos. Con la historia de Nayarit parece que ocurre algo análogo a lo que nos relata Tito Monterroso en su cuento sobre la oveja negra.
Contaba don Héctor Gamboa, gran amigo-hermano que encontraba su otredad en Alí Chumacero, que su casi alter ego realmente se llamaba, según el acta de nacimiento, Antonio Eustolio Mahoumed Alí, “nombre enredoso y estrambótico” que hizo declinar legalmente por el de Alí, solamente.
De pocos hombres puede decirse que su vida es su propia obra, además de su otra obra. Ese es el caso de Alí y de Héctor. Ambos añadieron una relativamente breve obra que nos puede iluminar como soles ardientes, como esos soles amarillos a los que alude don Alfonso Reyes.
Fue un verdadero pesar saber del sueño que iniciaron Héctor Gamboa y Alí Chumacero, desde el 22 de octubre de 2010. Más adelante, retomaremos el tema de don Alí y de don Héctor. Rescato en esta ocasión algunas frases que conozco por voz del mismo Alí, por conversaciones con mi querido Héctor y de mi estimado Salvador Mancillas, amicísimo adorador de ambos personajes.
“No es cierto que los pendejos no piensan: sí piensan, pero piensan puras pendejadas”.
“Moriré a los 200 años apuñalado por un marido celoso”.
“El mejor estado del hombre es la viudez, aunque tú seas el muerto”.
El poeta Juan Gelman Burichson, también pasajero de un viaje interminable (2014), registra los siguientes aforismos “chumacerianos”:
“Bebo porque no puedo comer con el estómago vacío”.
“No conozco un abstemio longevo”.
“Soy pobre, pero tacaño”.
“Soy un genio, pero no se me nota”.
“El señor …(x) es de una incultura envidiable”.
Reitero mi llamado para reivindicarnos con la historia que nos dignifica. En un momento promoví la iniciativa para llevar con letras de oro al Muro de Honor del Congreso nayarita, el eximio nombre de don Alí Chumacero. Me he retirado de ese afán dado que, me parece, ya no es un Honor ser parte de ese muro de honor.
Imposible hacer un poema para ambos viajeros de la eternidad. Mejor refresquemos nuestra memoria y nuestro pesar con las propias palabras de don Alí, que podemos encontrar en «Realidad y sueño»: “Siento que un mar lejano,/ hundido como puerto bajo niebla,/ hasta mí llega, cuando poso mi mano ávida/ sobre el temor de mi sombría piel,/ igual que un río inmóvil camina por los campos,/ y de la sombra de mi aliento,/ lento y desnudo, fiel a mi destino,/ con mi sangre en el hielo,/ más fría que la estatua bajo el agua,/ con el frío en las manos/ y la desnuda voz enmudecida,/ hacia mi sombra vuelvo,/ retorno a mi naufragio”.