“El que encubre el odio es de labios mentirosos; / Y el que propaga calumnia es necio”
Proverbios 10:18
Por Ernesto Acero C.
El que odia, es un muerto insepulto. El que expresa a gritos su odio, es un muerto estridente. Por eso, mal, pero mal en extremo se han visto quienes desearon todos los males del mundo al Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Esos mismos personajes son los que han contribuido a la polarización en vez de sumar a la racionalización y la diversidad de pensamiento. Esa polarización que alimentan se basa en el odio. En la campaña presidencial de 2018, se recurrió a la siembra del miedo en reedición del terror promovido en la campaña de 2006.
Todos los mexicanos tenemos el derecho de discrepar de cualquier opinión. También, todos tenemos el derecho de odiar a cualquier persona. No obstante, entre el odio y el disenso existe una diferencia abismal. El odio es visceral, la discordancia es racional. Odiar enferma, discrepar alivia. Así, podemos concluir que el odio enferma. Odiar es una mala idea, pues como se suele decir, “el odio es un veneno que toma uno esperando que muera el otro”.
El país requiere de la multiplicación de los puntos de vista en torno a los mismos problemas que nos afectan a todos. No obstante, la serie de posicionamientos y el odio al que ahora recurren los malquerientes del Presidente, es desde todo punto de vista, execrable. Enfermar de odio a las personas, resulta peor que propagar un virus como el COVID, que tanto mal ha hecho al mundo.
Hace ya seis décadas, en 1963, se presentó la película “El infierno de odio”, dirigida por Akira Kurosawa. Aparentemente, el protagonista central es el personaje protagonizado por Toshirô Mifune (a quien vimos en “Ánimas Trujano”, de Ismael Rodríguez). No haré aquí ni una apología ni una sinopsis del filme. En pocas letras, puedo decir que la película relata el caso del secuestro de un hijo de un alto industrial japonés, aunque por equivocación los delincuentes capturan al hijo del chofer del empresario.
Se muestra el drama del adinerado padre que cae en la disyuntiva de pagar el rescate de su hijo, o de aportar su capital para una empresa industrial de mayores proporciones. No obstante, uno de los actores protagoniza el drama que vive el líder de los plagiarios. La ira profunda es el motor que mueve al delincuente, que muestra el odio en su rostro de tal manera que parece personificar al mismísimo mal. El infierno de odio es lo que vive el criminal.
Alimentar el odio implica alimentar la irracionalidad. Por eso procede hablar de “furia irracional”. Lo que no procede es hablar de furia racional. En todo caso, podríamos hablar de pasiones racionales, aunque parezca que estamos ante un oxímoron. Cuando se trata de convencer a otra persona, de las ideas propias, puede haber exaltación de los ánimos. La manifestación de las ideas no son pura racionalidad, sino que en ello intervienen los ánimos, las pasiones. Se puede registrar en la realidad, una acalorada discusión, un apasionado debate.
Frente a los mensajes que comparte el Presidente, se pueden registrar dos posturas. La primera de coincidencia y la otra de divergencia. No obstante, los matices también tienen cabida, puesto que las circunstancias diversas de los opinantes, influye en los puntos de vista. Esa sobada frase, “Cada cabeza es un mundo”, no es tan errada como podríamos suponer. A esto se refiere Descartes, al señalar que “la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otras, sino tan solo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas”. No obstante, el Presidente ha construido un valladar contra las diversas formas que se utilizan para sembrar miedo o como en este caso, odio, furia, ira profunda.
Siempre, de manera indubitable, nuestros interlocutores son inteligentes hasta que no demuestren lo contrario. En ocasiones, unas pocas palabras bastan para mostrar sabiduría o estupidez. Otras veces, basta callar un poco para mostrar sapiencia o, en todo caso, imbecilidad. El prejuicio cierre las puertas al debate irracional, y ese prejuicio puede ser alimentado por el odio o por el miedo. A eso se atienen los promotores del odio, de ese odio que revelan contra la figura presidencial.
Los intereses en juego, que se expresa en forma dineraria, son los que mueven la sombra de odios. Ante la ausencia de argumentos, a lo que se suele recurrir es a promover bajas pasiones, como el odio o el miedo. La ausencia de argumentos lleva a la definición de posturas, y estas solamente nacen de la negación del debate frente al disenso.
La simulación democrática a la que se refiere López Obrador, se expresa en forma de reparto del pastel al que llaman “construcción de equilibrios”. ¿Cómo se reparten el pastel? Sencillamente repartiéndose cargos públicos, cargos de “representación popular”, o las mismas “dirigencias” de las siglas que suelen denominar “partidos”. Desde esas esferas se promueve el odio y ese odio no se ha sabido ocultar en este caso. No se ha sabido ocultar o el Presidente los ha exhibido. El caso es que el odio lo han mostrado los mayores beneficiarios de una forma de hacer “política” que beneficiaba solamente a pequeñas élites. Esas élites son el motor del odio.
No se ha podido, no se ha querido o no se ha sabido ocultar el infierno de odio donde se cocina la ira profunda que enferma y mata a los que desean el mal de aquellos a los que ven como sus “enemigos”. Los “odiantes” seguirán fracasando si se empeñan en creer que tienen el monopolio de la razón.
El fracaso perseguirá a los corifeos de las furias, si continúan suponiendo que pueden utilizar a la gente como carne de cañón, mediante la siembre de odios. Lo peor de todo es que los que siembran el odio, corren el serio peligro de cosechan venganzas y paredones. En lugar de privilegios, los sembradores del odio podrían cosechar el desprecio. Ya andan en ese camino.