Cuando los ánimos se incendian en el terreno escolar, laboral o político recuerdo las palabras de una acaponetense ilustre sobre su lugar de origen: “En mi tierra todos somos parientes o un día lo seremos”. Se refería a la amplia red de parentesco que se va tejiendo con las relaciones de amor y amistad de nuestros hijos y los hijos de nuestros hermanos. Un día, el entonces segundo hombre más poderoso del estado declaró la guerra a mi persona, familia y empresa. Supo después que había actuado así por un malentendido. Pasados los años, su hijo fue buen amigo de mi hija, ajenos a nuestros desencuentros. Él y yo nunca volvimos a cruzar palabra pero supimos respetar la amistad de nuestros vástagos. Ni las pasadas ni las presentes son guerras que tengan sentido.