A diferencia de otras diócesis y arquidiócesis, la Diócesis de Tepic no se ha caracterizado por un alto número de obispos que hayan salido de su presbiterio.
Hasta donde me da la memoria, creo que ese número se podría reducir a 5: Mons. Anastasio Hurtado y Robles, nacido en Mascota, Jalisco, fue ordenado obispo el 12 de abril de 1936 y se mantuvo al frente de la diócesis de Tepic hasta el 16 de julio de 1970 en que la Santa Sede aceptó su renuncia; Mons. Manuel Piña Torres, oriundo de El Roble, Sinaloa, pero perteneciente al presbiterio de Tepic, quien fue ordenado obispo el 15 de agosto de 1958 y se desempeñó como obispo auxiliar de monseñor Hurtado hasta la llegada de Don Adolfo Suárez Rivera; Mons. Jesús Antonio Lerma Nolasco, ordenado obispo el 10 de junio de 2009 y quien se desempeñó, primero como obispo auxiliar en la Arquidiócesis de México y, posteriormente, como primer obispo de la Diócesis de Iztapalapa y, por supuesto, el ahora Obispo de la Diócesis de Mazatlán, Mario Espinosa Contreras y el Cardenal Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes.
Pues bien, estos dos obispos tepicenses por nacimiento y promovidos al episcopado desde el presbiterio de Tepic, están celebrando este año 2023 cincuenta años de su ordenación presbiteral y, en estas “palabras”, sin mayores pretensiones, trataré de ayudar a reconocer sus caminos episcopales tan semejantes como distintos.
Carlos y Mario ―perdón por la confianza― nacieron en el ahora denominado Centro Histórico de Tepic; Carlos, hijo de Don Carlos Aguiar y de Doña Teresa Retes, miembros de la clase media católica; Mario, hijo del Doctor Espinosa y de Doña Raquel Contreras, miembros también de la clase media de la capital del estado.
Ambos iniciaron sus estudios en la ciudad de Tepic e ingresaron al Seminario Diocesano de Tepic, en donde realizaron sus estudios de Humanidades [Latín] y Filosofía, para pasar, posteriormente a realizar sus estudios de los tres primeros años de Teología en el Pontificio Seminario de Montezuma, en el estado norteamericano de Nuevo México y volver a México para realizar el cuarto y último año de Teología y ordenarse presbíteros: Carlos, el 22 de abril [Domingo de Pascua] de 1973 y Mario, el 14 de julio de ese mismo año.
Una vez ordenados presbíteros, siguieron recorriendo caminos parecidos, si bien, desde aquellos años se podía prever el talante diferente que tendrían sus ejercicios ministeriales respectivos.
Ambos colaboraron como formadores y profesores en el Seminario Diocesano de Tepic, fueron estudiantes de licenciatura en Roma [Mario en la Universidad Pontificia Gregoriana y Carlos como estudiante del Instituto Bíblico] y becarios del Colegio Piolatinoamericano de la misma Ciudad Eterna [del que se dice que solía ser el aparato reproductor del episcopado latinoamericano] y, posteriormente, estuvieron a cargo de la residencia en la Universidad Pontificia de México y fueron profesores en esa misma institución, cada uno en el área en que se habían especializado en Roma: Mario en el ámbito de la espiritualidad; Carlos, en el ámbito de la Sagrada Escritura en el que no solo había obtenido la Licenciatura, sino un Doctorado en Teología Bíblica, antes de ser nombrado obispo.
Hacia el final de la estadía de Mons. Girolamo Prigione ―primero como Delegado Apostólico y, después del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado Mexicano y la Santa Sede como Nuncio― Mario y Carlos [en ese orden] fueron ordenados obispos: Mario, como tercer obispo de la Diócesis de Tehuacán, Puebla el 11 de mayo de 1996 y Carlos, como tercer obispo de Texcoco, Estado de México, el 29 de junio de 1997.
Eso sí, como ya decía párrafos atrás, sin negar las múltiples semejanzas de los caminos de ambos obispos tepicenses ―a los que se podría añadir el haber sido promovidos por Don Adolfo Suárez Rivera― se pueden encontrar también, sin tener que realizar demasiados esfuerzos, las diferentes sendas que han recorrido en el ejercicio de su ministerio presbiteral y episcopal.
La senda de Mario, presbítero y obispo, tiene ―más allá de los cargos administrativos desempeñados― un carácter eminentemente pastoral [“olor a oveja”, diría el Papa Francisco]: como presbítero, dejó huella en la Vicaría de Tetitlán y en los Ranchos de Arriba de Ixtlán del Río y, como obispo, en Tehuacán, en donde se dice que su labor episcopal se relacionó más directamente con la de Don Rafael Ayala y Ayala que con la de su antecesor Norberto Rivera, precisamente, por su cercanía con la gente, así como en la diócesis de Mazatlán, a donde llegó también como obispo en marzo de 2005 y en donde ha celebrado sus bodas de oro presbiterales y los primeros diecisiete años de episcopado…
La senda de Carlos, por su parte, tiene un carácter más bien eclesiástico-administrativo, iniciado, a los veintiocho años en que fue nombrado ―recién desempacado de sus estudios de Sagrada Escritura en el Pontificio Colegio Bíblico― Rector del Seminario Diocesano de Tepic, puesto en el que permaneció desde 1978 hasta 1991, no sin antes haber sido nombrado Presidente de OSMEX [Organización de Seminarios Mexicanos].
Ya como obispo, es nombrado Secretario General del CELAM [Consejo Episcopal Latinoamericano] para el periodo 1999-2003; Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano para el periodo 2003-2009 y Presidente de dicho organismo episcopal de 2009 a 2012. Fue elegido Presidente del CELAM en 2011 y, en 2016 pasó a formar parte del Colegio Cardenalicio, por decisión del Papa Francisco [a quien había conocido de cerca durante la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en Aparecida, Brasil], desempeñándose ya en ese entonces como Arzobispo Primado de México…
Dos obispos tepicenses celebran, pues, cincuenta años de presbiterado y diecisiete y dieciséis de episcopado, mientras ven acercarse, el final de su ejercicio ministerial, ese que suele llegar al cumplir setenta y cinco años de edad…
Por lo pronto, celebremos y alegrémonos con ellos y pidamos que Jesús el Buen Pastor lleve a buen fin esas obras buenas iniciadas —en ellos y por medio de ellos— hace ya medio siglo.
¡Felicidades, Mario! ¡Felicidades, Carlos! En nombre propio y en nombre de su siempre amigo Manuel, ese que compartió con ustedes múltiples experiencias gozosas y dolorosas, mas no el ejercicio episcopal, entre otras cosas —como bien saben— por no ser dócil.