Traición a empresarios: ¿burguesía sin cabeza?

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“En el progreso de la sociedad, la filosofía o la especulación deviene, como cualquier otra labor, el oficio y ocupación principal o exclusiva de una clase particular de ciudadanos”

Adam Smith

Por Ernesto Acero C.

La actividad empresarial es justa, necesaria, benéfica. Los empresarios crean empleos, invierten en la producción de los satisfactores que necesitan las personas. El empresario se arriesga. En repetidas ocasiones, debe enfrentarse a barreras de todo tipo. La corrupción es la peor plaga para el empresario.

Esa actividad, la empresarial, también requiere de una teoría que le aporte racionalidad. Dada la existencia de dificultades para realizar la actividad empresarial, el sector requiere de una representación política. Esa representación pudo recaer en un partido ahora secuestrado por poderes fácticos, casi mafiosos.

Hace pocos días nos recordaban el contenido del ensayo de José Revueltas, titulado “Ensayo sobre un proletariado sin cabeza”. En ese trabajo, el huésped de las Islas Marías trataba de un “proletariado sin cabeza, de un proletariado sin su partido”.

Con las siglas del PAN, en su momento se intentó representar intereses de un sector de la sociedad mexicana, de una burguesía incipiente. Era justa esa aspiración, ¡es justa! El PRI, en su momento, intentó convertirse en una mesa de negociación a la que se invitaba a los obreros y a los patrones.

En ambos casos, la burguesía nacional fue traicionada por los “líderes” de sus “partidos”. A final de cuentas, los empresarios que se esforzaron por elevar su competitividad, por ampliar sus campos de acción sujetos a las reglas del mercado, se enfrentaron a “empresarios” creados de la nada en el caldo de cultivo de la corrupción y del tráfico de influencias.

En ese contexto, el movimiento transformador que está en curso en el país ha desatado un intenso activismo político con figuras destacadas. Ese movimiento transformador lo viene encabezando desde hace varios lustros quien hoy ostenta el cargo de Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. El activismo en ese flanco, tiene como finalidad la definición de otro liderazgo, el que continúe moviendo a la sociedad en aras de los cambios que reclama.

De ahí, como reacción en sentido contrario, se ha derivado un indebido adelanto de los tiempos electorales. Al no entender lo que ocurre en ese plano de la vida pública, se han asociado las siglas del PRI, del PAN y del PRD. Esa asociación se registra como bloque que ha decidido adelantar los tiempos electorales, para lo que ya se ocupan en la elección de su candidato a la presidencia de la república, que se realizará en 2024.

El escenario se presenta, por una parte, como activismo interno, lo que deja entrever señales de vida interna, de deliberación programática, de lo que debe ser la vida de un partido político o por lo menos, de lo que podría denominarse proto partido. Esto es mucho decir.

Los partidos son los grandes ausentes en la vida pública de México. Por tanto, la clase política también es la gran ausente en la vida pública del país.

En Nayarit, todo el siglo XX transcurrió sin partidos políticos. Los partidos políticos son el caldo de cultivo de la clase política. Si no hay partidos, tampoco puede haber clase política.

La inexistencia de partidos políticos y de una clase política, no significa que las figuras políticas sean inexistentes. Personalidades de la vida pública son figuras políticas, como Esteban Baca Calderón, Emilio González, Evaristo Jiménez Valdez, Crispín Durán Zamorano, Bernardo M. de León y Lamberto Luna. Las figuras políticas han debido nacer y crecer al margen de los inexistentes partidos.

Es una pena que en México existan definiciones constitucionales de lo que es un partido, pero que estos sean realmente inexistentes. Lo que tenemos a la vista son agrupaciones de siglas, acrónimos. Lo que cargamos todos los mexicanos, son costos de esas siglas. El conjunto de siglas, significan una carga para el erario; para este año, se entregará a los “partidos” la cantidad de 6 mil 233 millones 510 mil 798 pesos. Las siglas no valen lo que cuestan.

Seis mil 233 millones de pesos para las siglas en este 2023. Ese es el presupuesto en el ámbito nacional. Localmente se deben agregar otros costos, por la presencia de siglas locales, por lo que el presupuesto para los “partidos nacionales” es menor que la suma de presupuestos que reciben las siglas en el plano local.

La digresión anterior es necesaria para hacer una interrogante fundamental: ¿quién se queda con el dinero que se destina a los “partidos”? La respuesta corta, es sencilla: el dinero que se destina a los “partidos” queda en manos de quienes detentan la representación formal de las siglas.

En ese contexto vemos como se procesa desde ya, la sucesión presidencial. Es un contexto que involucra a un proto partido y a una serie de siglas que están fuera de control.

Si no hay partidos, entonces ¿de dónde puede salir una oposición a la propuesta de transformación? Lo que se observa en la escena pública, es un grupo de siglas en crisis, otras en agonía y otras prácticamente insepultas.

No, definitivamente no es para celebrar la inexistencia de partidos de oposición. Lo que vemos son grupos de interés que se han encontrado en la voluntad de mantener privilegios y el actual estado de cosas.

Un amplio sector de la sociedad, integrada tanto por segmentos de clase media, como por una burguesía nacional, está fuera de toda posible representación.

Es una pena que así sea, que no existan los partidos y menos, una oposición fuerte, vigorosa. En su lugar, vemos reacción negativa sistemática y desleal. La oposición engendra progreso, pero una oposición leal, comprometida con causas legítimas, como la que representan los empresarios de México.

Es grave que intereses mezquinos, sociedades integradas por camarillas endogámicas, se hagan pasar como partidos. Son como lobos vestidos de ovejas. El empresariado de México ha sido traicionado, es un empresariado sin cabeza.

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