El célebre profesor Enrique Hernández Zavalza fue mi jefe en el hoy extinto Observador de Nayarit, un diario que revolucionó el periodismo estatal. Después me reencontré con él en la administración pública federal en proceso de descentralización, donde continuó conmigo sus lecciones del laicismo hasta sus extremas consecuencias. Ya en sus últimos años lo veía poco, él con su nueva afición al cine, yo con el torbellino laboral. Un día me platicó la trama de una película cualquiera que acababa de ver, donde un viejo se reúne en Nochebuena con sus hijos, a los que entrega envueltos los juguetes que no pudo regalarles cuando niños. Advertí que no pudo controlar las lágrimas, pero antes de que yo hiciera lo mismo cambió el tema a la política local, excelente antídoto contra la plática profunda.