Por Carlos Avila
Comencé en la fotografía a los 15 años, con mi teléfono móvil. Logré participar en un par de proyectos juveniles y hacer mis primeras prácticas con una cámara digital que compré con mis ahorros. Sin embargo, no fue hasta hace 5 años que, a través de un obsequio, llegó a mí una Ricoh 35 ZF, una cámara telemétrica de 35 mm (análoga), y fue ahí donde experimenté un verdadero “clic” con la fotografía. La experiencia de trabajar con medios análogos me resultó mucho más cómoda, personal y menos monótona que la fotografía digital.
Ese proceso, ahora algo romantizado, de la fotografía análoga me resultó terapéutico desde el principio. Elegir emulsiones (rollos) que producen resultados distintos, experimentar con los procesos químicos y confiar en lo que se ve y se hace a través del visor de la cámara fueron aspectos que me engancharon.
La fotografía análoga es bastante variada; se puede abordar desde la simplicidad hasta el tecnicismo. En lugar de un sensor digital, contamos con una rica variedad de emulsiones o películas en las cuales plasmar la imagen. Cada una ofrece resultados, usos y procesos distintos. Por eso, mi proceso creativo comienza con la elección de una emulsión, ya sea de grano fino o grueso, alto o bajo contraste, e incluso formato (135 o 120). La elección de la cámara también es igualmente importante, ya que puede afectar positiva o negativamente la interacción al tomar la fotografía. A diferencia de las cámaras digitales, las analógicas son pesadas, algunas superan los 4 kilos. Además, las ópticas que se utilicen tienen un impacto directo en la imagen. Por ejemplo, hay lentes que funcionan de maravilla con todo tipo de emulsiones, mientras que otros destacan en grano fino, pero pierden nitidez con grano grueso. En mi caso, también suelo llevar una bitácora donde anoto los valores (metadatos) de cada fotografía. Esto me sirve para tener información precisa sobre cómo se capturaron las imágenes y para lograr un revelado preciso con los resultados esperados.
A pesar del tiempo relativamente corto que he estado involucrado en la fotografía, he participado en convocatorias y exposiciones. He logrado mostrar mi trabajo en varias exposiciones locales, tanto colectivas como individuales. Destaca “Emilia”, realizada en el Centro Cultural Casa Fenelón. También he tenido la oportunidad de exponer en ciudades como Guadalajara o Ciudad de México. A nivel internacional, mis obras se han presentado en Guatemala, Colombia y España. Además, he colaborado con artistas musicales, creando un par de portadas, y he participado en medios digitales del ámbito analógico. Mi trabajo ha sido compartido por marcas fotográficas como Ilford.
En realidad, abarco una amplia gama de estilos fotográficos, pero disfruto particularmente de la fotografía arquitectónica. También soy un ávido visitante del parque Tachi´i (ecológico), donde, aunque parezca una broma, he acumulado una gran cantidad de negativos de patos. Todas mis imágenes son en blanco y negro. La luz, los contrastes y las texturas adquieren un papel protagónico en lo monocromático, permitiéndome expresar una amplia gama de emociones, desde la tranquilidad hasta el caos total de una ciudad en movimiento. Actualmente, trabajo como arquitecto y también imparto talleres de fotografía química. Si alguna vez nos encontramos en el Tachi´i, te invito a que tomemos una foto juntos a un pato.