Los órganos “autónomos”, o simulación de “instituciones”

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“El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas”

Octavio Paz

Por Ernesto Acero C.

La autonomía es una entelequia. Para el caso que nos ocupa, autonomía significa nula influencia o intervención en un ente público. La definición del vocablo nos remite a la idea potestad “para regirse mediante normas y órganos de gobierno propios”. Los órganos autónomos no crean su propia legislación y sus instancias de gobierno se integran con decisiones externas. La autonomía no existe si esta depende de la no intervención o influencia de fuerzas externas.

En la praxis política de México, los órganos autónomos se integran en la lógica del reparto de posiciones en beneficio de personas. A esas personas se les suele denominar “partidos políticos”. Teóricamente, esos “partidos” representan el instrumento que se utiliza para la integración del poder público. Dada la inexistencia de partidos políticos en México, la representación política recae en élites que controlan los procedimientos formales al seno de los acrónimos que suelen denominarse “partidos políticos”.

Teóricamente, la representación de un partido debería ser resultado de un proceso de deliberación interna en el plano de las que deberían ser sus instancias de gobierno. Dada la inexistencia de partidos políticos en México, eso no ocurre. Cuando se dice que un partido “propone” candidatos para integrar órganos autónomos, lo que realmente ocurre es que eso lo deciden unas cuantas personas al seno de los acrónimos “locales” o “nacionales”. De ahí el pecado original que hace imposible la autonomía de los órganos autónomos.

Una breve revisión de los dispositivos constitucionales nos muestra que esos entes autónomos se integran con la intervención del Poder Ejecutivo o del Legislativo. El Ejecutivo reside en una sola persona (el Presidente en el caso del gobierno federal y un Gobernador en el caso de los estados de la Federación) y el Legislativo en 628 individuos (500 diputados y 128 senadores).

En el caso del Ejecutivo, la responsabilidad total de las “propuestas” recae en la figura presidencial. En el escenario Legislativo, las “propuestas” suelen provenir de acuerdos mucho más complejos. Esos acuerdos tienen como eje a los representantes de los grupos en el Legislativo. Ahí pueden influir legisladores y el mismo titular del Ejecutivo. Todo esto al margen de procedimientos democráticos dada la ausencia de partidos políticos.

Los órganos autónomos en México son inexistentes, aunque se expulsa lava hirviendo por la boca en su defensa. Así, se defiende lo inexistente o los ranchos feudales que se han creado en México luego de haberse retorcido el espíritu original que impulsó la reforma reyesheroliana de 1977. ¿Qué son esos ranchos feudales? Los “órganos autónomos” son los ranchos feudales, que simulan la existencia de verdaderas instituciones autónomas.

La simulación es la clave para entender la lógica de esos ranchos feudales, a esos que algunos denominan “órganos autónomos”. El epítome de esa autonomía simulada son los gobiernos de las universidades. Estas se muestran como organismos en los que domina la endogamia, el nepotismo y una especie de grotesca monarquía hereditaria. La autonomía en este caso, significa que se financian con dinero público, pero para beneficio de pequeñas camarillas.

Nos dice el diccionario que simular significa “Representar algo, fingiendo o imitando lo que no es”. La autonomía así, simula lo que realmente no es. ¿Qué se simula bajo el cobijo de la “autonomía”? La falsa autonomía simula la existencia de instituciones que realmente no lo son, que operan bajo la lógica de los ranchos feudales. Los beneficiarios integran camarillas o son individuos que se aprovechan de los recursos públicos. Lo hacen a la sombra de la simulación institucional, de la simulación democrática.

Las instituciones se definen como aquellos organismos que desempeñan “una función de interés público, especialmente benéfico o docente”. El interés público está ausente en los “órganos autónomos”; lo que prevalece son los intereses personales, no institucionales.

Nos dice Douglas North que “Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, los constreñimientos u obligaciones creados por los humanos que le dan forma a la interacción humana”. ¿Cuáles son las reglas del juego en el plano de la simulación institucional que se manifiesta como simulación institucional, como simulación democrática? Los “órganos autónomos” se sujetan a las mismas reglas que las del “chambismo”, que convierte la representación popular en empleo, en “chamba”. El chambismo lleva a escenarios espurios; también abre las puertas a la mediocridad, a la prevaricación y a la corrupción de la que es origen y destino.

Las afirmaciones que aquí se hacen pueden demostrarse de manera absolutamente sencilla. Basta con averiguar el origen familiar o de grupo de las personas que suelen designarse para ocupar cargos públicos, ya sea por designación o por “elección popular”. La trampa está en los procedimientos, infantilmente creados para simular componentes democráticos.

Los procedimientos son pieza clave para procesar imposiciones, para simular instituciones, autonomía y hasta la misma democracia. Al respecto, procede el razonamiento de Castoriadis, para quien los procedimientos son aplicados por seres humanos. Así es, aunque procede su interrogante: “¿quiénes son estos seres humanos, de dónde vienen?”. La respuesta a esta pregunta es clave para entender el origen y el destino de la simulación de autonomía y hasta de institucionalidad y democracia.

Cuando las personas se enteran de una convocatoria para ocupar el cargo de Ministro de la Suprema Corte, para una magistratura, para integrar cualquier “institución”, prefieren desentenderse. Saben qué si no son “invitados”, mejor deben alejarse de esos espacios. Las personas saben que pueden ser invitados a participar en los “procesos de selección”, por cualquiera de dos razones: para engordar el caldo o para ocupar el cargo. Los que van a “engordar el caldo” lo hacen para reforzar los parámetros de la simulación procedimental (esto merece análisis aparte).

El procedimiento para construir instituciones democráticas, debe ser democrático. Las instituciones democráticas son indispensables en un sistema democrático. Simular la existencia de instituciones democráticas desemboca en una democracia simulada.

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