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viernes, agosto 1, 2025
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Veredas hacia la tiranía

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En días recientes, un artículo periodístico ―cuya fuente no soy capaz ahora y aquí de precisar― me condujo a una serie de Netflix que originalmente se denomina “How become a tyrant” y que al español se ha traducido por “Cómo se convirtieron en tiranos”.

Como hace tiempo no me sucedía, en un espacio temporal dominical singular ―en pleno Domingo de Ramos― vi ―uno tras otro― los seis capítulos de que está compuesta, lo que creo que me permitió obtener una mirada panorámica y detectar, con una especie de análisis fenomenológico rudimentario, algunos de los elementos esenciales que configuran una tiranía.

Confieso que no pude evitar, en muchos momentos, hacer las referencias al proceso singular de concentración de poder que hemos vivido a lo largo de un sexenio que se acerca a su fin.

Independientemente del contenido de la serie ―al que me referiré a lo largo de estas “palabras”― me llamó la atención que el lenguaje utilizado por el narrador tiene como destinatario a quien está viendo la serie por si quisiera convertirse en tirano, así como la frase final, de acuerdo con la cual cualquier persona puede convertirse en tirano si sigue las instrucciones del manual que a lo largo de los siglos han ido escribiendo los tiranos de ayer y de hoy.

Aunque, el sentido original de “tirano” ―al igual que el de “déspota”― era “amo” o “señor” [incluso con posibles referencias divinas]―, a partir de la clasificación platónica de los sistemas de gobierno, la tiranía adquirió un sentido peyorativo cercano a dictadura y se ha referido, no solo a un mal sistema de gobierno [el peor de todos para el propio Platón], sino a un sistema en que el poder se concentra en una sola persona que, además lo ejerce de manera arbitraria y abusiva.

Ahora bien, la serie que nos ocupa, toma seis tiranos del siglo XX como prototipos que encarnan distintos aspectos de una tiranía o, mejor aún, seis sendas específicas para convertirse en tiranos [de ahí que la traducción de la serie al español “Cómo se convirtieron en tiranos”, sin ser exacta, tiene sentido ya que el uso de esos mecanismos ―dispositivos diría Michel Foucault―, les permitieron convertirse en tiranos].

Dentro de las posibilidades y limitaciones que una serie televisiva con una duración total de tres horas, “Cómo se convirtieron en tiranos” es capaz de ir conduciendo al espectador por seis veredas que conducen a la tiranía, las que son presentadas claramente en la página correspondiente de Netflix.

1. Conquistar el poder. “El manual para tomar el control comienza con uno de los dictadores más brutales de la historia: Adolf Hitler”.

2. Acabar con tus rivales. “Para mantenerse en la cima, es necesario cuidarse las espaldas… Y nadie lo ha hecho mejor que Sadam Huseín [sic]”.

3. Gobernar mediante el miedo. “¿Qué es mejor para someter a la población? ¿Sembrar el amor o el terror? Sin duda, Idi Amin creyó tener la respuesta correcta”.

4. Controlar la verdad. “Con su propaganda, desinformación y censura, Iósif Stalin encontró la manera de controlar la verdad”.

5. Construir una sociedad nueva. “¿Libertad de expresión? ¿Derecho de asamblea? Muamar el Gadafi entendió que, para remodelar la sociedad, debía reprimir las libertades civiles. Pero su rigor se debilitó”.

6. Gobernar para siempre. “Tomar el poder es difícil, pero retenerlo lo es mucho más. En Corea del Norte, la dinastía Kim desentrañó el secreto de gobernar para siempre: se autoproclamaron dioses”.

En uno de los comentarios consultados en relación con esta serie ―valorada desde perspectivas diferentes y con muy variadas calificaciones―, el autor escribe al final de su comentario: “mientras uno está tranquilo viendo Netflix, a veces da la impresión que alguien en Palacio está siguiendo, con peligrosa cercanía estas lecciones al pie de la letra”. Como ya lo dije párrafos atrás, personalmente experimenté algo semejante…

Sin embargo, no creo que alguien pueda seguir al pie de la letra esas que he denominado “veredas que conducen a la tiranía”, ya que, por un lado, el seguir una, dos o las seis veredas depende del contexto y de la historia de los pueblos a cuyo poder se intenta acceder y, por otro, cada aspirante ―consciente o no― a tirano, tiene características propias que le dan un tono singular en cada caso.

En un intento de relectura un tanto temeraria del “manual” desde el México actual encuentro lo siguiente:

La conquista del poder fue posible después de años de gestación de un movimiento amplio con una cabeza visible que se identificó como parte del pueblo y que como tal compartiría sus dolores, sus anhelos y su indignación y que se presentó como alguien capaz de cambiar las cosas de raíz, combatiendo no solo la corrupción, sino el sistema que la sustenta.

El combate a los rivales ha sido, una vez en el poder, uno de los ejes de la presente administración y ha tenido como destinatarios principales a los medios de comunicación social tradicionales y, más recientemente también a las redes sociales, a los intelectuales, al poder judicial, a los organismos autónomos, a las organizaciones de la sociedad civil y, de manera más personal, a Felipe Calderón y a su secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna.

En el ejercicio de gobierno ha venido sembrando tanto el terror, como el amor; aquel con sus enemigos, particularmente con acusaciones de corrupción ante la FGR con apoyo de la UIF y del SAT; este, no solo defendiendo a sus cercanos de acusaciones fundadas o no, sino con dádivas contantes y sonantes como muestras de justicia y compra de lealtades y votos de amplios sectores de la población.

El control de la verdad a través de “Las mañaneras” ha sido, muy probablemente, el mecanismo más eficaz de gobierno por su amplia penetración más allá de la que pueden tener los medios tradicionales de comunicación en los que también ha marcado ordinariamente su agenda y con los que utilizado el “garrote” siempre útil.

La nueva sociedad, el nuevo México, por otra parte, es sin duda la utopía que mueve a la presente administración, una transformación que más bien parece ser una restauración del modelo presidencialista [la “dictadura perfecta” de Vargas Llosa o la “dictablanda” de Enrique Krauze por no ser tan dura] de los años del desarrollo estabilizador, con algunas variantes, entre las que destacaría el carácter mucho más personal que institucional y la poca presencia en el ámbito internacional.

Finalmente, la perpetuación del régimen restaurado tiene también un rasgo muy mexicano en cuanto que ―contra lo que se temió durante algún tiempo― no tendrá ―a diferencia del ejercicio a lo largo del sexenio― un carácter personal, sino, de alguna manera, institucional, para lo cual sería poco menos que indispensable, alcanzar una mayoría calificada que permita consolidar a largo plazo el régimen restaurado e impedir cualquier intento de cirugía mayor o de regresión…

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