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La educación 60 años después

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Al gran equipo de maestras y maestros que construyeron conmigo el Proyecto Educativo De la E.T.I. No. 1 de Tepic entre 1976-82 

Por Miguel González Lomelí

Cuando me inicié como maestro de educación primaria  en la lejana, en ese entonces Matamoros,  Tamaulipas,  llevaba muy frescas las disertaciones de un estimado maestro  de la Normal  acerca de las dos posiciones filosóficas y pedagógicas que interpretaban el hecho pedagógico, a saber: el optimismo pedagógico y su opuesto, el pesimismo pedagógico.

Obviamente, recién egresado de mis estudios normalistas mi posición era a favor del optimismo pedagógico que plantea que el ser humano es bueno por naturaleza, nace bueno y lo que hace  la Educación es sublimar esas bondades que el niño, el joven traen y llevarlas a su máxima expresión y desarrollo.

La contraparte,  el pesimismo pedagógico propone lo contrario, el humano es malo de origen y la educación tiene que luchar contra esas malas disposiciones para poder llevar a los jóvenes a estadios superiores de desarrollo. El poema de Rubén Darío,  Los motivos del lobo,  resume esa tesis en una frase: “el hombre tiene mala levadura”.

No es que el pesimismo proponga que el humano es ineducable, sino que la educación es una batalla del maestro, la escuela y la cultura para eliminar las malas inclinaciones  que sujetan al humano.

Como educador joven, en mis inicios me planteaba que bastaba mi voluntad y mi accionar pedagógico para contrarrestar las  malas prendas de la constitución de cada alumno para llevarlo a los niveles superiores de desarrollo. O sea, era un optimista pedagógico.

Y así, me enfrenté con cuarenta chiquillos de una barriada marginal de esa ciudad fronteriza que ya en ese entonces, años 60s.,  era lugar importante en el trasiego de droga, y actualmente constante noticia de la criminalidad que se vive en ella. Pero ahora lamentablemente, la criminalidad y  el narcotráfico es un cáncer nacional.

Eso me lleva a reflexionar: todos los criminales o la gran mayoría fueron a la escuela; tuvieron maestros quiero creer, que trabajaron con el optimismo de estar formando mujeres y hombres para vivir en sociedad bajo los más altos valores del Humanismo, para ser seres sociales, útiles a sí mismos y a su sociedad y,  llevando el optimismo pedagógico al extremo idealista, útiles a la Patria y a la Humanidad.

Ahora, ya retirado de las tareas docentes me pregunto: ¿por qué los individuos dedicados al mal no respondieron a la acción bienhechora de la educación y optaron por la criminalidad? Será que, como plantean algunos psicólogos, hay individuos que nacen con taras psíquicas y en el transcurso de sus primero años adquieren taras morales que los incapacitan para distinguir entre el bien y el mal.

O ¿será que entre esas taras tienen una propensión a deleitarse con la maldad y el dolor del prójimo, disfrutan con la perversidad que ejercen  contra sus congéneres y la sociedad?

Concluyo, que el debate sigue tan vivo cincuenta años después como en mis inicios de Profesor. Y que la gran paradoja es que en mi vida profesional coincidí con cientos de maestros entregados  sin  límites a la tarea educativa, con quienes hice equipo e impulsamos proyectos. A todos ellos mi reconocimiento y mi afecto enorme.

Pero, en lo social, la maldad de cientos, quizá miles de individuos sigue reproduciéndose sin tregua.

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