“Nos metimos a su embajada, los eliminamos de Copa América y les ganamos a los puñetes. Ecuador 3-0 México”, rezaba una publicación que Facebook me sugería como algo de interés para mí, acompañada de un video que presentaba una lamentable riña en las gradas del partido celebrado en la Copa América.
Esto no es una casualidad. La mayoría de las redes sociales se han convertido en un multimillonario monstruo que como su naturaleza requiere necesita de la interacción social para subsistir. Este argumento, tampoco es nuevo, ha sido una advertencia constante por parte de especialistas en tecnología, que han identificado como los algoritmos de Facebook, Tiktok, entre otras redes sociales, buscan promover el conflicto y la polarización social con tal de que se sigan reaccionando o comentando sucesos de todo tipo.
Desde hace unos meses, la red social ha tenido una ingesta sobresaliente. En México, el proceso electoral exhibió la marcada polarización del país, y por ende un deterioro de la propia comunidad que se mostró dividida entre el partido oficial y la oposición. El debate virtual se volvió más intenso, que incluso hoy en día podemos observar a gente lamentando y otro vanagloriando los resultados del 2 de junio.
Lastimosamente, la política al ser una de las principales actividades humanas, nos otorga la ilusión de sentir que por naturaleza tenemos cierta pericia para hablar sobre estos temas, especialmente cuando son electorales. Una condena que curiosamente comparte con otra actividad humana, que hoy genera espectáculo alrededor de todo el mundo: el futbol.
Por lo que no es de sorprenderse, que una vez pasadas las elecciones e iniciado el verano futbolero, las redes sociales abocaran su debate a los temas del deporte rey del entretenimiento universal. No obstante, el detalle aquí que, al formar parte de las estructuras sociales, el apasionamiento deportivo puede llevar a episodios oscuros que en los últimos años se perciben en aumento.
Para explicar esto, debemos recordar a Pierre Bourdieu, ya que, con su teoría sobre las estructuras sociales, podemos identificar que el comportamiento de barrabravista del futbol está íntimamente ligado a un sentimiento de poder, que el sociólogo francés define como capital simbólico. De acuerdo con su teoría, este capital da al ser humano un sentido de existencia social, y por ende de pertenencia, que al igual que todo poder busca generar jerarquías.
Es decir, existen personas que encuentran en apoyar un equipo de futbol un sentimiento de poder sobre sus pares, siempre y cuando la institución que respalde cuente con mayor legitimación en la sociedad, lo cual se puede traducir en hazañas como logros deportivos, influencia social e incluso capital económico.
Este capital simbólico se vuelve más relevante aún en épocas de competiciones mundiales. La razón es obvia, ya no son organizaciones, sino países quienes juegan su prestigio y por ende su calidad hegemónica dentro de la jerarquía social. Por lo que efectivamente, el aficionado no sólo está defendiendo a un grupo de jugadores que patean un balón, sino luchan porque su bandera, escudo, colores e incluso historia se impongan sobre las demás.
Esto aviva los debates en redes sociales, al igual que en los medios de entretenimiento, en los que percibimos no sólo a los hinchas, sino hasta supuestos especialistas en este deporte liarse en acaloradas discusiones, que terminan cumpliendo con la demanda de espectáculo que el público amante del futbol ama. Sin embargo, existe un problema que quizá no se está tomando con la seriedad necesaria.
A diferencia de la política, en el futbol la alienación está alcanzando niveles preocupantes. Se está dejando atrás el debate virtual, y la lucha deportiva por encontrar la supremacía en esta jerarquía social, está dejando al propio deporte en segundo plano.
Hace unas semanas, el periodista David Faitelson, advertía junto a otros colegas, que en México algunos deportes estaban gozando de un auge de aficionados, que bien pudiera traducirse en un espejismo, ya que lejos de admirar al deporte, sólo buscaban acudir al estadio a embriagarse y generar episodios de violencia contra quienes veían como contrincantes.
Este suceso tampoco es nuevo en el mundo, mucho menos en el futbol, desde hace décadas existen registros de hinchadas extremistas que lejos de esperar que sus equipos de futbol impongan su capital simbólico con goles, lo hacen los puños. Los famosos hooligans de Inglaterra han sido el ejemplo más claro de ello.
No obstante, en Latinoamérica, este problema está escalando cada vez más. Tan sólo en esta Copa América se han reportado diversos connatos de violencia en las gradas de distintos partidos. El más lamentable, sucedió ayer, ya que no sólo involucró a aficionados, sino a los propios futbolistas de la selección de Uruguay, quienes sin pensarlo subieron a las gradas a intercambiar empujones, aruños y bofetadas con hinchas colombianos, a quienes acusaron de estar borrachos y agredir a sus familiares.
En contraste en Europa la situación parece estar más controlada. Sin embargo, allá el rol simbólico parece tener un juego más político. Desde el inicio de la Eurocopa, los organizadores estuvieron temerosos de los grupos ultras, que, apoyándose en movimientos de extrema derecha o izquierda, acudieron a apoyar a sus selecciones. Cánticos racistas, insultos gráficos y una lluvia de multas a distintas selecciones formaron parte de las primeras jornadas de esta competición. Recordemos que, a diferencia de Latinoamérica, la política europea ha estado tomando caminos radicales, principalmente hacia la ultraderecha, lo que ha alimentado la polarización, sobre todo cuando se tiene una guerra tocándote la puerta.
EN DEFINITIVO… En dos años Norteamérica será la sede del mundial de futbol y debería discutirse que tan preparado se está para ello. Además de la violencia, la Federación Internacional de Futbol Asociación deberá poner especial énfasis en el consumo de alcohol y drogas que pudiera suscitarse en la máxima justa de este deporte. Si en Alemania, se pudo ver a ingleses inhalando cocaína en plenas gradas, que se puede esperar en países con mayor acceso a estos productos.
Por cierto, ya que hablamos de política y futbol, se debe hacer un último comentario respecto al papel que jugaron los deportistas franceses en la victoria de la izquierda sobre la ultraderecha de Marine Le Pen. Mbappé, Thuram, Koundé y Démbele fueron algunas de las voces que resonaron en la juventud gala que hicieron un llamado a no votar por Agrupación Nacional. Como dijeron los especialistas en política de ese país, vaya sorpresa que antes nuestra influencia venía de grandes pensadores de la filosofía, y hoy viene de futbolistas, pero ese es tema para una próxima reflexión.