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sábado, agosto 2, 2025
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Narcotráfico: del disimulo a los pactos con criminales

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“Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”

Juana de Asbaje

Con PRI y PAN, en México, el narcotráfico se convirtió en una de las más grandes industrias transnacionales. Ahora, PRI y PAN han industrializado la demagogia cargados de todas las culpas: “Al ladrón, al ladrón, grita el ladrón”. La mentira descarada es el mejor escudo de los cínicos.

No obstante, la violencia relacionada con el crimen organizado es tema central de las oposiciones a Morena y sus gobiernos. Tanto el PRI como el PAN, en las campañas pasadas centraron campañas en culpar al gobierno de la violencia tras la que están bandas de narcotraficantes. Siguen culpando al gobierno de esa violencia para desacreditar a los candidatos de Morena y para engañar a la gente.

Los publicistas de esas siglas no sabían que esa campaña se les iba a revertir. Si es que sabían les importó un pepino, pues ellos ya están obteniendo enormes ganancias engañando a sus clientes y mintiendo a millones de electores mexicanos.

La violencia de hoy, desatada por el narcotráfico en México, es una catástrofe provocada por el PRI y el PAN. Durante el siglo XX el narcotráfico nació, creció y se multiplicó. La mayor parte de ese tiempo, el país era gobernado por el PRI. Luego vino el PAN y las cosas empeoraron al despuntar el siglo XXI.

El colmo de la ineptitud de Vicente Fox en la presidencia, empeoró las cosas. El colmo de la complicidad lo vimos con Felipe Calderón, que entregó el gobierno al crimen organizado, haciendo secretario de seguridad a un narcotraficante. La abulia y la frivolidad marcaron al gobierno de Peña Nieto, que dejó crecer la hecatombe del narcotráfico.

No descartaría que las cifras que da a conocer la oposición PRI-PAN, sobre las muertes relacionadas con el narcotráfico, sean más ciertas que las que da a conocer el gobierno de López Obrador. El PRI y el PAN tienen información privilegiada. El recluso en cárcel de Estados Unidos, Genaro García Luna, representante de Felipe Calderón en el mundo del crimen, debe tener información privilegiada.

En el sexenio de Felipe Calderón los narcotraficantes asumieron las riendas del gobierno. Con Felipe Calderón, los narcos estaban como en el cielo. Cuando Milton Friedman hablaba de la legalización de las drogas, hacía el siguiente razonamiento: “Al no permitir esos productos y arrestar, por ejemplo, a los cultivadores locales de marihuana, el gobierno mantiene alto el precio de esos productos. ¿Qué más querría un monopolista? Tiene un gobierno que se lo pone muy difícil a todos sus competidores y mantiene alto el precio de sus productos. Es como estar en el cielo”. Los narcos con Felipe Calderón no estaban en el cielo; mejor, estaban en el gobierno, ¡eran el gobierno!

La producción y consumo de drogas es en el mundo la causa de una crisis global. Unos países producen más que otros, pero en términos generales ninguno escapa de la lógica de la oferta. Tampoco es posible escapar de la demanda, que cubre prácticamente todo el orbe.

Esas drogas en cualquiera de sus formas son una mercancía con presencia mundial. Son mercancías que generan movimiento de dinero. Datos de la ONU revelan que el mercado de las drogas representa cerca de 320 mil millones de dólares, lo que significa casi el uno por ciento del PIB mundial. Aclarando: hay datos que describen un panorama peor. Ese es el suelo en el que se siembran ambiciones desmedidas y provocan una batalla campal en la que nadie da tregua.

Uno de los mayores mercados mundiales, en cuanto a oferta y demanda, es el de los Estados Unidos. Ese es también el mayor mercado de las armas que se envían a otras naciones, como México. Tanto dinero, tanta ambición, tantas armas y tantas drogas, provocan un clima de violencia que se manifiesta de manera casi proporcional a la actividad que se registra en el mercado de las drogas.

Durante gobiernos como el de Salinas, Zedillo y Fox, se hicieron los disimulados (dicho sea al modo de don Octavio Paz) y la actividad creció. Esa actividad creció aún más tras la muerte de Pablo Escobar en Colombia (diciembre de 1993). Más adelante, con Felipe Calderón se declara una guerra que se atuvo a la pauta descrita por Friedman. Esto es, se hacía la vida imposible a bandas que estaban fuera del pacto firmado con Genaro García Luna, representante de Felipe Calderón.

Luego, vino el gobierno de Peña Nieto, que retomó la lógica del “disimulo” al que se refiere Octavio Paz («Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir “Disimule usted, señor”. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos»). Dejar hacer y dejar pasar, esa parece haber sido la divisa central.

Esa es la inercia que se debió contener en los años recientes. No era sencilla la tarea ni para el Ejército, ni para la Marina y menos para corporaciones que habían sido corrompidas es sus altos mandos. De los cuerpos policiales en el plano municipal, mejor ni hablar, pues es el eslabón más débil de la cadena: casi desarmados, mal-pagados, sin jurisdicción clara, con escasa movilidad y con deficiente sistema de comunicaciones e inteligencia.

Se debe reconocer. Hay mucho que hacer en la materia. Los próximos años serán clave para reducir al mínimo posible la economía de las drogas que desata tanta violencia. Mucho que hacer dentro del país, estado por estado, municipio por municipio. No obstante, se deberá añadir, sin duda, una estrategia que vaya más allá del territorio nacional, más allá de las acciones de un solo gobierno.

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