Sin duda, nuestra Constitución Federal delinea los componentes de un proyecto social. Ese proyecto social es el Estado de Bienestar. A eso se ha referido el Gobernador Miguel Ángel Navarro Quintero la semana pasada, durante la reunión realizada en la flamante Ciudad de las Artes Indígenas. El mensaje del mandatario estatal lleva una densa carga de significados que deben y merecen ser analizados.
La relevancia del discurso de Navarro Quintero se hace mayor por varias razones. Una de ellas tiene que ver con la presencia del Presidente Andrés Manuel López Obrador y de Claudia Sheinbaum, la Presidenta Electa. El significado del encuentro de las dos personalidades deja en claro que lo que sigue es continuidad, aunque sin execrable continuismo. Esa continuidad le garantiza a Nayarit mantenerse en la ruta de las transformaciones que han empezado a concretarse en el estado.
Otra lectura de la reunión sostenida en la Ciudad de las Artes Indígenas es el hecho mismo de lo que significa el lugar y la obra ya cristalizada. Fue promesa, luego un compromiso y ahora es un hecho, una misión cumplida. El reconocimiento al valor de las culturas originarias ha sido una constante en la administración encabezada por el titular del Ejecutivo Federal. La dimensión del significado y del valor de los pueblos originarios y su aportación a nuestra identidad nacional, también está presente en el gobierno que preside el doctor Navarro.
La Ciudad de las Artes Indígenas es un espacio recuperado para la sociedad nayarita y en especial para la gente de Tepic. Esos terrenos habían sido conquistados por el abandono y la irracionalidad, por lo que se había convertido en zona de desastre. Numerosas batallas debieron ganarse para recuperar ese espacio como parte del patrimonio de todos. El mando firme se demostró; el rumbo claro ahora se percibe como un hecho indiscutible que beneficia a los pueblos originarios.
¿Cuáles son esos pueblos originarios? La Ley de Leyes hace una definición: los pueblos indígenas “son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”. Para el caso que nos ocupa, procede remitirnos a la Constitución local. Esta, en su ingenuidad originaria, señala que “Nuestra composición étnica plural, integrada por Coras, Huicholes, Mexicaneros y Tepehuanos” (artículo 7 –fracción IV, párrafo segundo–).
Ahora bien, procede interrogarnos en otro sentido. Con esa obra, apoyada de manera decidida por el doctor Navarro Quintero, ¿solamente se benefician esos cuatro pueblos originarios? La respuesta es clara y contundente. La Ciudad de las Artes Indígenas beneficia a todos, de una manera u otra, en un nivel u otro.
La historia de los pueblos originarios, también en nuestro país, es la historia del despojo, de la humillación, de la marginación y de un presente de discriminación. La entrega de esta obra es una pequeña pero simbólica muestra de la voluntad de reconocer la aportación decisiva en la construcción de nuestra identidad nacional.
No se trata de cualquier cosa, no es una aportación irrelevante en la construcción de nuestra identidad nacional. No se trata de una aportación a la gastronomía o a la forma de vestir o a los ingredientes de cocina. Se trata de una aportación en la definición de una nueva identidad nacional tras el pasado indígena puro, tras la conquista y tras la colonización y tras el despojo y mutilación del territorio nacional. Aquí procede atenernos a las palabras de don Octavio Paz, uno de los dos soles que iluminan al firmamento del sigo XX. El poeta sostiene en “El laberinto de la soledad”, que “toda construcción política de veras fecunda debería partir de la porción más antigua, estable y duradera de nuestra nación: el pasado indígena”. Esa parte de la sangre que corre por las venas de cualquier mexicano, se reconoce en su trascendencia.
Es ahí donde radica la importancia de las palabras del mandatario estatal Miguel Ángel Navarro, que alude al Pacto Federal como fuente inagotable del Proyecto Social que se plasma en esas letras. El Estado Benefactor tiene en la Constitución su fuente de legitimidad. La Carta Magna no es un Códice para los pueblos originarios: es un acuerdo fundacional que abre las puertas a todos, que reconoce todos los derechos para que todos se puedan beneficiar y hacer individual y colectivamente su camino hacia la felicidad.
Es enorme la dimensión de las palabras del Gobernador Navarro Quintero. Podemos concluir lógica y justamente en un elemento que nos une en nuestra diversidad. El reconocimiento constitucional de la aportación a nuestra identidad nacional, hecha por los pueblos originarios, nos honra y a la vez nos universaliza.