Cuando Kamala Harris suba al escenario de la Convención Nacional Demócrata en Chicago esta semana como candidata presidencial del partido, lo hará sabiendo que muchos de los asistentes que la aplauden y ovacionan algún día la desestimaron.
Harris, de 59 años de edad, ha enfrentado años de dudas por parte de algunos miembros de su partido sobre su capacidad para postularse al cargo político más importante de Estados Unidos, incluyendo las del presidente Joe Biden, con quien sigue trabajando como vicepresidente.
Desde que reemplazó a Biden como candidata demócrata a mediados de julio, Harris ha visto una ola de entusiasmo por su candidatura, reflejada en las encuestas, la recaudación de fondos y las enormes multitudes que han salido a encontrarla en los mítines en todo el país.
Pero nunca se consideró que el impulso político y la energía que ha generado en las últimas semanas entre los demócratas estuvieran garantizadas.
Y durante los últimos tres años y medio en la Casa Blanca, ha luchado para abrirse paso entre los votantes estadounidenses.
Los asesores y aliados dicen que en los años transcurridos desde esas primeras luchas, Harris ha agudizado sus habilidades políticas, ha creado coaliciones leales dentro de su partido y ha ganado credibilidad en cuestiones como el derecho al aborto que dinamizan a la base demócrata.
En otras palabras, se ha estado preparando para un momento exactamente como este.
El jueves, cuando acepte formalmente la candidatura demócrata, Harris tiene la oportunidad de volverse a presentar en el escenario nacional a menos de 80 días de una elección que podría convertirla en la primera presidenta del país.
Al mismo tiempo, tendrá que demostrar que es capaz de liderar un partido que nunca la vio como su líder natural y que sigue dividido por la guerra de Israel en Gaza.
Pero, sobre todo, tendrá que disipar cualquier duda persistente entre los fieles demócratas de que puede afrontar el desafío de derrotar al expresidente Donald Trump en lo que sigue siendo una contienda reñida e impredecible.
El camino a la Casa Blanca
Antes de que Kamala Harris se convirtiera en una figura nacional, la ex fiscal de distrito de San Francisco y fiscal general de California se había forjado una reputación de estrella en ascenso en el partido, consiguiendo el apoyo del presidente Barack Obama en su campaña de 2010 para convertirse en la principal abogada de ese estado.
Pero quienes siguieron de cerca su carrera vieron un historial mixto.
Como fiscal, se enfrentó a la indignación pública por negarse a solicitar la pena de muerte para un hombre condenado por matar a un joven policía.
Y luego, como fiscal general, su oficina defendió ante los tribunales la aplicación de la pena de muerte en es estado, a pesar de su oposición personal.
Tras alcanzar la cima de la política estatal de California, fue elegida para el Senado la misma noche en que Donald Trump derrotó a Hillary Clinton en la elección presidencial de 2016.
En su breve mandato, fue noticia por el cuestionamiento mordaz y directo que le hizo al juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh durante sus tensas audiencias de confirmación de 2018.
“¿Puedes pensar en alguna ley que le dé al gobierno el poder de tomar decisiones sobre el cuerpo masculino?”, le preguntó al juez nominado por Trump, en un intercambio que se propagó por las redes sociales y los programas de televisión nocturnos.
Al igual que Obama, era una senadora joven de ambición ilimitada. A mitad de su primer mandato, lanzó una campaña presidencial.
Esa campaña, como esta, fue recibida con gran fanfarria. Más de 20.000 personas se reunieron en su ciudad natal de Oakland, California, para su lanzamiento.
Pero su esfuerzo por convertirse en la candidata demócrata fracasó y colapsó antes de que se emitiera la primera votación de las primarias presidenciales.
Harris no logró forjarse una identidad política clara ni distinguirse en un campo de rivales que incluía a Biden y al senador de izquierda Bernie Sanders.
Los críticos dijeron que apoyaba una variedad de políticas progresistas, pero parecía carecer de una convicción clara.
Un momento decisivo en un debate de junio de 2019, en el que desafió el historial de su entonces oponente Biden sobre la desegregación racial en las escuelas, resultó en un breve aumento en las encuestas.
Harris atacó a Biden por un momento anterior de la campaña en el que recordaba con cariño haber trabajado con dos senadores segregacionistas y lo acusó de oponerse al transporte de estudiantes en autobús entre las escuelas para ayudarlos a integrarse.
“Había una niña en California que formaba parte de la segunda generación que integraba sus escuelas públicas, y la llevaban en autobús a la escuela todos los días”, dijo Harris. “Y esa niña era yo”.
Pero las luchas internas de la campaña y la indecisión sobre qué temas enfatizar finalmente hundieron su candidatura presidencial.
La campaña estuvo marcada por “muchos errores de novato”, dijo Kevin Madden, asesor de las campañas presidenciales de 2008 y 2012 del republicano Mitt Romney.
“La sustancia que necesitaba tener para pasar la prueba de comandante en jefe y realmente llenar algunos de los espacios en blanco para los votantes, simplemente no estaba allí y, como resultado, sus oponentes llenaron los espacios por ella”.
Ocho meses después, Biden dejó de lado su rivalidad en las primarias y anunció a Harris como su compañera de fórmula.
Se convirtió en la primera mujer de color en ser nominada para ese puesto y, en enero de 2021, la primera vicepresidenta en la historia de Estados Unidos.
Un comienzo difícil
Habían pasado cinco meses en su trabajo como vicepresidenta de Biden cuando Harris sufrió su primer tropiezo público durante un viaje al extranjero.
El viaje a Guatemala y México tenía como objetivo mostrar su papel en la búsqueda de iniciativas económicas para frenar el flujo de migrantes desde Centroamérica hacia la frontera sur de Estados Unidos, una misión de política exterior que le asignó Biden.
Pero rápidamente se vio eclipsado por un incómodo intercambio en una entrevista con Lester Holt de la cadena NBC, en la que desestimó las reiteradas preguntas sobre por qué aún no había visitado la frontera entre Estados Unidos y México.
Después, durante una conferencia de prensa con el presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, Harris intentó retomar la narrativa y lanzó un mensaje contundente a los migrantes que estaban pensando en llegar a Estados Unidos. “No vengan”, les dijo. “No vengan”.
Si bien la entrevista de NBC alimentó los ataques republicanos que continúan hasta el día de hoy, los comentarios que siguieron provocaron la ira de los progresistas y fueron rápidamente criticados en las redes sociales, a pesar de que otros funcionarios de la administración habían hecho eco de la misma retórica.
Los aliados de la vicepresidenta culparon a la Casa Blanca de no haberla preparado adecuadamente y de asignarle un asunto imposible de ganar.
Se quejaron de que, como la primera mujer afroamericana y asiático-americana que ocupaba el cargo de vicepresidenta, se le habían impuesto expectativas desmesuradas desde el comienzo mismo de su mandato, lo que le había dado poco tiempo para adaptarse.
“Al principio, había una presión inmensa para que tuviera todo bajo control”, dijo un ex asistente al que se le mantuvo anónimo para que hablara con franqueza sobre su tiempo en la Casa Blanca.
En los meses siguientes, Harris soportó un mayor escrutinio al enfrentarse a varios reemplazos de personal, una serie de titulares negativos sobre su desempeño y apariciones decepcionantes en los medios.
Acorralada por las restricciones de la covid, sus compromisos públicos estaban limitados, lo que alimentó la percepción de que era invisible.
Cuando los críticos la etiquetaron como utilería por pararse detrás de Biden en las ceremonias de firma de proyectos de ley -como hacían habitualmente sus predecesores blancos en el cargo-, se tomó la decisión de eliminarla por completo de esos eventos, según sus asistentes, lo que desencadenó más críticas por su ausencia.
“La gente esperaba verla como vicepresidenta como si fuera Michelle Obama, pero estaba desempeñando un trabajo… creado para Al Gore o Mike Pence”, señaló Jamal Simmons, un veterano estratega demócrata que fue contratado como su director de comunicaciones durante el segundo año.
*con información de BBC Mundo
@salvadorcosio1