En Definitivo | Reality Shock

0
609

El domingo por la noche, Televisa volvió a confirmar por qué es el rey de las narrativas en el país. En pleno horario estelar, presentó sin pudor alguno a cuatros actores profesionales en pantalla, los cuales forman parte de un experimento televisivo traducido en un reality show, que tras semanas de confinamiento fueron expuestos a videos de sus familiares más cercanos y queridos con los que no han tenido contacto, desatando una serie de sollozos y lamentos.

Así es como vimos a una de las principales figuras de esta empresa quebrarse a cuadro, y vivir lo que algunos han descrito como una crisis de ansiedad en la hora pico de la televisión pública nacional, o por lo menos eso se percibía. 

Hoy la Casa de los Famosos México 2024 se ha convertido en un fenómeno nacional, siendo presumida por la televisora de San Ángel como el programa más visto de la caja mágica en el país, con más de 3.7 millones de espectadores, además de jactarse de registrar un total de 35 millones de votos en su modalidad para “salvar” a uno de los nominados a ser expulsados, cifra similar a la que obtuvo Claudia Sheinbaum para convertirse en la primera presidenta en la historia de México.

Desde su creación, los realitys show han sido motivo de orgullo para las televisoras del mundo. Un producto estrella del capitalismo que logra comercializar cosas intangibles como los sentimientos o las experiencias de quienes los protagonizan y los observan. Es decir, las estrellas de estos programas televisivos se convierten en mercancías que venden sensaciones a quienes sintonizan su pantalla, convirtiéndose en antagonistas o héroes de las narrativas que dicho sea de paso crea la propia producción del programa.

Y si, aunque se nos vende la idea de que en estos programas las personas actúan como son en realidad, la verdad es que la mayor parte del tiempo los participantes se encuentran bajo un sistema panóptico, en el cual al ser conscientes de que están siendo grabados y vigilados las 24 horas, autoregulan su comportamiento, además de adaptarse a las reglas de la producción.

Por lo cual en la mayor parte del tiempo se rigen bajo un guion televisivo, similar a las telenovelas, con el fin de generar el espectáculo que mantenga a los televidentes con sentimientos encontrados, convirtiéndolos en sujetos pasivos que dejan de percibir su propia realidad para ubicarse en la realidad que ven en la pantalla.

Aquí es donde entra la crítica de Guy Debord (La Sociedad del Espectáculo) y de Giovanni Sartori (Homovidens), quienes dirían que el espectador se aliena a este entretenimiento al borde de perder el sentido crítico, algo similar a lo que sucede con las hinchadas en el futbol, por lo que un ejemplo trillado de esto sería afirmar que mientras un sector del país lucha por defender a estrellas televisivas que se enfrentan en discusiones banales, otros temas que deberían ser más relevantes para la opinión pública quedan en segundo plano, como el debate que confronta la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados, la reforma al Poder Judicial o incluso las acusaciones del narcopoder en Sinaloa.

La pasividad del espectador lo vuelve un sujeto moldeable, que aprovechan las élites, traducidas en la producción del show, no sólo para construir la opinión pública, sino para obtener datos de la audiencia que después le puede apoyar a posicionar otros productos.

Ejemplo de eso se traduce en el récord histórico que también han presentado los programas de revista matutinos, que a través de la retroalimentación que hoy ofrecen las redes sociales, proyectan discursos afanes a los héroes que la televisora ha construido con el reality, que dicho sea de paso ha permitido aplicar un “lavado de rostro” a figuras televisas que habían recibido el repudio de la audiencia de las redes sociales pero que hoy con su actuar han ganado nuevo capital cultural con un renovado poder carismático, y si estoy hablando de casos como Arath de la Torre y Andrea Legarreta, quienes hasta hace unos años eran acusados de todo lo malo que significaba la televisión pública para el país.

Por si fuera poco, los realitys como La Casa de los Famosos son una excelente plataforma para exponer publicidad encubierta, provocando que los moldeables espectadores se conviertan en potenciales clientes de las marcas que gastan millones para aparecer en las manos de los protagonistas de estas narrativas, consolidando así la apreciación de que estos programas son el producto máximo del mundo de los capitales, que han entendido como adaptarse a la era de las redes sociales, al mismo tiempo que reviven al que por años fue su principal instrumento: la televisión. 

EN DEFINITIVO… En todos lados hay política y el hecho de hablar de esto no nos exenta de lo propio. Empecé a ver el programa por el interés en un personaje en particular, Adrián Marcelo. Una figura pública de la televisión regia, que se convirtió en influencer nacional a través de Youtube y que hoy está en boca de todo el país por su carácter disruptivo que destruye todos los valores y códigos que la televisión ha pregonado y mantenido durante años.

Hoy es el villano de la narrativa cuya audiencia piensa que está acabando con su carrera al participar en este reality show, sin saber que simplemente está construyendo su figura política para aparecer en las boletas electorales en los próximos años. No será el primero ni el último que busque imitar lo que Donald Trump hizo en Estados Unidos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí