Peloteo | Tristeza

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Fernando Valenzuela murió la tarde del martes, pocas horas antes del inicio de la Serie Mundial entre sus Dodgers y los Yankees.

En los días anteriores a su partida, recordábamos el entrañable tercer juego del Clásico de Otoño de 1981, cuando Fernando nos dio una gran alegría. Tras ponchar al Lou Piniella, causó un positivo alboroto en millones de hogares mexicanos. Tommy Lasorda salió disparado de la caseta angelina y con su feliz trote de pingüino llegó hasta el montículo para apapachar al fantástico lanzador. Era el punto máximo de una carrera deslumbrante.

El nombre de Fernando Valenzuela está escrito con letras de oro en el pabellón de los grandes deportistas mexicanos de todas las épocas. El suyo se unió al de Hugo Sánchez y Julio César Chávez para completar una tercia triunfadora, inusual en un deporte mexicano plagado de decepciones, altibajos, intermitencia y sinsabores.

Lo más importante de Valenzuela no son sus números ni su rocambolesco estilo, elevando la mirada antes de desprenderse de la esférica, sino lo que nos hizo sentir. La zurda maestra de Fernando fue depositaria de la ilusión ganadora de millones de compatriotas en los años ochenta.

Hace unos ocho años, vi al Toro por última vez. Fue en Dodger Stadium. El desaparecido empresario norteño Carlos Bremer nos invitó a John Sutcliffe y a mí a presentar uno de sus eventos en apoyo al deporte.

En uno de los palcos del viejo parque, Fernando nos trató con deferencia. Hombre parco y reservado, era corto de palabra pero nunca descortés. Atendió pacientemente a cada aficionado que se acercó a pedirle una fotografía y no desesperó cuando uno de ellos tardó en ingresar su contraseña y activar la cámara del celular.

Sencillo, nunca olvidó sus orígenes humildes en el pueblo sonorense de Etchohuaquila, bajo un sol justiciero y el polvo de los llanos.

Antier en las cabinas de ESPN, Ismael “Rocket” Valdés, otro ilustre serpentinero de los Dodgers, nos hacía notar que han transcurrido 43 años desde aquella memorable serie que marcó la consagración de Valenzuela. “¿Y qué pasa si invertimos el número 43?”, jugueteó el tamaulipeco. “¡Pues nos encontramos con el 34, el número de Fernando!”, descubría el “Rocket” con una gran sonrisa al evocar a su ídolo y predecesor en la lomita californiana.

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