Por Maricarmen Núñez
Donald Trump no ha tenido empacho en afirmar que fue salvado por Dios para hacer grande de nuevo a Estados Unidos de Norteamérica, el hombre que debajo de su peluquín pasan ideas bautismales que han dejado congeladas hasta las costas del Golfo de México. Primero como candidato y ahora como presidente del país de las barras y las estrellas, ha declarado que le cambiará el nombre a la cuenca oceánica de 1.6 millones de kilómetros cuadrados que abarca litorales de nuestro país, la Unión Americana y Cuba, denominándolo ahora Golfo de América. Con aires de San Juan el Bautista, atrajo la atención y hasta la sonrisa de Hillary Clinton cuando bautizó con aguas salivales al golfo que naciera hace trescientos millones de años como producto de la unión de mantos terrestres en esa zona que desde mi punto de vista, pretende rebautizar y arrebatar al bautizado cuya riqueza pesquera se basa en la producción de atún, pez vela, truchas, pero si no nos ponemos “truchas”, irá tras el 14 por ciento del petróleo crudo y el 5 por ciento del gas natural de la Unión Americana que se produce en el área marítima que por vez primera fue navegado por Américo Vespucio en 1492 y que imagino sería un suficiente argumento semántico para querer honrar la memoria del italiano por el que se le dio el nombre a nuestro continente. No va a ser fácil para el mandatario norteamericano, modificar los mapas europeos del siglo XVI y que en 1630 recibiera el nombre de Golfo de la Nueva España bajo el Virreinato, modificándose hace cuatrocientos años como el Golfo de México según la Organización Hidrográfica Internacional. ¿Es posible que “el bautizador de Brooklyn” pueda llevar ante la pila bautismal a nuestro golfo aún sin el consentimiento de México y Cuba? Estoy segura que la respuesta, es no y también sí, pues ocupa el consentimiento de organismos mundiales marítimos y las legislaturas locales de cada país involucrado que lo parió. Es como llamar “File” a un amigo que es Filemón en los archivos del Registro Civil. En fin, yo creo que no hay que asustarnos pues no sería la primera vez que México y nuestro vecino del norte difieren en cómo llamar a un cuerpo de agua fronterizo. Para ellos es Río Grande, para nosotros y Los Tigres del Norte, es el río Bravo. Así que, resistencia ante “la oficialización del nuevo nombre” por parte del gobernador de Florida, Ron DeSantis y vamos aplicando el refrán: “A chillidos de marrano, oídos de carnicero” al dicho de Elon Musk que de manera simplista dijo que “El Golfo de América se escucha bonito”. Dicen que el canto de las sirenas suena bonito, pero quiebra la voluntad de los hombres hasta llevarlos a la muerte. Finalmente, estoy segura que las declaraciones serán el maná de cada día y las reacciones también, pero habrá que estar en estado de alerta a los pronunciamientos del Juan Bautista neoyorquino.