Todas las familias tienen algo de disfuncional. En eso nos parecemos todas. La diferencia es cómo algunas se autogestionan para ciertas ocasiones de enfermedad, desgracias o eventos festivos. Hacen pausas a los conflictos inter e intrageneracionales o entre cónyuges. Intentan el perdón, en el mejor de los casos, o pactan una tregua al menos. Los obliga la necesidad de cuidados, sepultar a algún miembro, acompañar en las graduaciones o casar a los hijos. Se valora aunque dure la noche de una fiesta o las horas funerarias. Pudimos este 5 de febrero, el México disfuncional que somos, hacer pausa y estar juntos sus integrantes, aun cuando para unos fuera el funeral de la Constitución y para otros su resurrección gloriosa. Si se trató con respeto al vecino orate, qué nos costaba tolerarnos entre hermanos.