Un grito en la pared es el sentido de urgencia o desesperación del emisor que en alguna medida sacude al receptor.
Los gritos son breves, balas que proceden de un disparo único para dar en el blanco.
Vete. Asesino. Rata. Fuera. Son palabras que se repiten alrededor del mundo escritas en la oscuridad de la noche para que deslumbren a plena luz del día. Encierran la rabia, el repudio.
En la contraparte de estos gritos rebeldes, están los Te amo, Ven, Urge, Cielo, Te necesito, que tienen el poder de un susurro para conmover y seducir.
En el laboratorio de ideas de Meridiano que de manera informal se genera al inicio de la jornada laboral soñamos la fecha en que en esta ultraprovincia una portada en blanco diga más que las palabras. Que una o dos palabras nos sacudan. Que un NO o un ¿Cuándo? o ¿Por qué? o ¡Mierda! sobre la desnudez del papel en blanco o comulgando con una fotografía comuniquen las dudas, los miedos, la rabia de las personas y la comunidad, pero también la esperanza con un Ya, Se pudo, Aquí estamos, Amaneció, que alegren nuestras almas y las de nuestros lectores tradicionales y audiencias digitales.
Entre más palabras tienen esos gritos pierden su intensidad y su poder. Salvo las excepciones de la poesía tanto en verso como en prosa. Pero eso es, como dice el publicista bancario, otra historia.
Centrémonos en nuestro propósito: Los gritos en los informativos (prensa, radio y televisión) gozan de mala fama. Nacieron en los diarios de la conocida nota roja, los sensacionalistas políticos o la prensa del corazón. El periodismo autoasumido como serio los rechaza y adopta titulares tan extensos y descriptivos como huecos.
En el periodismo 360 aspiramos al grito en la pared (el papel del diario) y el ecosistema digital que tenga el atributo de atraer a lecturas atentas que susurren el significado de los hechos o sugieren los vasos comunicantes entre acontecimientos aparentemente inconexos.
La única fuerza que está de nuestro lado frente a los jóvenes que nacieron en la era digital es conocer el valor de la palabra, su fuerza transformadora, su naturaleza redentora, su vocación seductora, iluminadora.
En el laboratorio de ideas de Meridiano que de manera informal se genera al inicio de la jornada laboral soñamos la fecha en que en esta ultraprovincia una portada en blanco diga más que las palabras. Que una o dos palabras nos sacudan. Que un NO o un ¿Cuándo? o ¿Por qué? o ¡Mierda! sobre la desnudez del papelen blanco o comulgando con una fotografía comuniquen las dudas, los miedos, la rabia de las personas y la comunidad, pero también la esperanza con un Ya, Se pudo, Aquí estamos, Amaneció, que alegren nuestras almas y las de nuestros lectores tradicionales y audiencias digitales.
Para nosotros es algo inédito. Ya lo decíamos ayer: no sabemos nadar en el embravecido océano digital. Nacidos en las dinosáuricas y destartaladas redacciones de periódicos, pero la necesidad nos ha obligado a retarnos cada día para no repetirnos, para no permitir que la rutina y mecanización sean el corazón del periodismo.
La única fuerza que está de nuestro lado frente a los jóvenes que nacieron en la era digital es conocer el valor de la palabra, su fuerza transformadora, su naturaleza redentora, su vocación seductora, iluminadora.
Hablamos del grito que defina nuestros titulares. Pero después de esa luz que brote del pálido valor de nuestras palabras, deberá venir la narración, la crónica, el análisis, la reflexión. El grito sólo es y será una promesa.
El grito es, por supuesto, el poder supremo de la palabra. Y entre más breve, mejor.
Tenemos una prueba originaria del valor de la brevedad: bastaron tres palabras para crear el mundo. Según el Génesis dijo Dios “Sea la luz y fue la luz”.
Hablamos del grito que defina nuestros titulares. Pero después de esa luz que brote del pálido valor de nuestras palabras, deberá venir la narración, la crónica, el análisis, la reflexión. El grito sólo es y será una promesa.
Es lo que entendemos como periodismo 360.