La escasez de agua ha sido representada en el arte de múltiples formas. Aunque con frecuencia se encasilla en la ciencia ficción, como si se tratara de un escenario lejano o de una distopía improbable, el cine ha abordado este tema desde distintas perspectivas. Películas como Oro azul: Guerras mundiales del agua, Waterworld, Chinatown, Años de sequía, Mad Max: Furia en el camino y Rango muestran cómo este recurso vital se convierte en un bien preciado, disputado y, muchas veces, monopolizado por los más poderosos.
En todas estas historias, el agua deja de ser un derecho y se convierte en una moneda de cambio. Lo inquietante es que estas narrativas, que apelaban a la imaginación, se están volviendo parte de nuestra realidad, una que duele, preocupa y aparentemente, nadie se ocupa.
Un ejemplo reciente ocurrió el 10 de abril de este año, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó al gobierno mexicano con imponer aranceles si no se cumplía lo estipulado en el Tratado de Aguas de 1944, que obliga a México a entregar agua a Texas. Trump llegó incluso a acusar a México de “robar” el recurso a los agricultores texanos, asegurando que el único ingenio azucarero de ese estado cerró por culpa de nuestro país.
En sus redes sociales, Trump afirmó que México le debe a Texas 1.3 millones de acres-pie de agua, lo que equivale a más de mil 600 millones de metros cúbicos, de acuerdo con el tratado firmado hace más de ochenta años.
Esto refleja una política hídrica completamente desfasada. Hoy no sólo somos más personas; el consumo se ha disparado y el contexto climático es mucho más adverso. Si realmente no se estaba enviando agua a Estados Unidos, ¿cómo se explica el conflicto de 2020 entre campesinos de Chihuahua y la Guardia Nacional? Los agricultores defendían la presa La Boquilla para evitar que el agua se siguiera enviando al país vecino, mientras las fuerzas federales mexicanas la custodiaban para garantizar el cumplimiento del tratado.
Este episodio reveló una relación profundamente desigual. México quedó reducido al papel de ejemplo pasivo: “miren cómo impongo mi poder y México ni las manos mete”, como me dijo alguna vez mi colega Pablo Hernández en una charla de oficina.
Al final, los campesinos fueron retratados como los villanos por intentar proteger su derecho al agua. Pero lo que realmente se evidenció fue algo mucho más profundo: el estrés hídrico que México enfrenta y que, desde 2020, no ha hecho más que agravarse.
Seamos honestos: el término “estrés hídrico” suena casi como un eufemismo. Técnico, distante, poco alarmante. Una forma de suavizar la gravedad del problema. Pero ya no estamos en los tiempos de nuestros abuelos, que decían con indiferencia: “Que se encarguen nuestros hijos o nietos, nosotros ya vamos de salida”.
Hoy no podemos darnos ese lujo. La escasez de agua no es un problema del futuro: es el desafío del presente. Las sequías prolongadas en muchas regiones del país así lo confirman. No podemos seguir postergando soluciones, ni legar el problema a las próximas generaciones. Porque el problema ya está aquí. Al 31 de marzo de este año, el Monitor de Sequía de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) reportaba que el 59.3 por ciento del territorio nacional se encontraba afectado por algún grado considerable de sequía.
Y aun así, a pesar de estos datos, muchas veces no reaccionamos. Escuchar noticias como estas no siempre genera conciencia, porque las vemos como algo distante. Por ejemplo, se estima que cada imagen generada por inteligencia artificial (IA) al estilo Studio Ghibli consume entre dos y cinco litros de agua. “No es tanto”, podríamos pensar. Pero si consideramos los miles de prompts (órdenes dadas a las IA) que estas tecnologías procesan diariamente, tan solo en una semana podrían gastarse aproximadamente 216 millones de litros de agua para sostener su infraestructura. Según estimaciones, esta cifra podría triplicarse para 2028. A escala global, se proyecta que la industria de la IA necesitará entre 4 mil 200 y 6 mil 600 millones de metros cúbicos de agua para 2027, una cantidad similar al consumo anual de Dinamarca o la mitad del Reino Unido, de acuerdo con datos del MIT Technology Review.
Y aun con cifras tan alarmantes, seguimos sin ver el problema como algo inmediato, a pesar de que está justo frente a nosotros. En Nayarit, por ejemplo, de los 12 mantos acuíferos existentes, tres se encuentran en estado crítico. Esto representa una cuarta parte del total. Comparado con 2020, cuando sólo uno presentaba déficit, la situación ha empeorado visiblemente, y todo indica que esta tendencia continuará.
La crisis más severa se registra en el Valle de Ixtlán-Ahuacatlán, donde se pasó de un saldo positivo de +2.19 hectómetros cúbicos por año en 2020, a un déficit de -22.24 hectómetros cúbicos anuales en 2023.
Y como si la escasez no fuera suficiente, gran parte del agua disponible está contaminada. En 2020, el 78.95 por ciento de los cuerpos lóticos del estado como ríos, arroyos, manantiales, entre otros, presentaban altos niveles de contaminación. Un 12.28 por ciento se encontraba en semáforo rojo, es decir, con niveles peligrosos, y sólo el 8.77 por ciento estaba en condiciones óptimas. Para 2023, la situación no mejoró: el 84.93 por ciento de los cuerpos lóticos seguían en semáforo amarillo, un aumento del 7.29 por ciento con respecto a 2020, lo que indica una contaminación considerable y persistente.
Y los pozos tampoco escapan a esta crisis. La Conagua reveló que en 2022 el 39.13 por ciento de los pozos del estado ya estaban en semáforo rojo por altos niveles de contaminantes y en tan sólo un año, en 2023, esa cifra aumentó al 43.48 por ciento.


Sí, es alarmante. Y sí, hoy parte del gran gasto hídrico se les atribuye a ciertos sectores emergentes. Pero la verdad es que durante décadas hemos utilizado el agua como si fuera un recurso inagotable. La industria refresquera, alimentaria, cervecera y textil la consumen de forma desmedida. Basta recordar que producir un sólo pantalón de mezclilla requiere entre dos mil y diez mil litros de agua.
La escasez ya está aquí. ¿Qué más necesitamos para actuar? ¿Cuándo cambiaremos de actitud? Cada día surgen más preguntas… y menos respuestas mientras aumenta la sed.