“La ley del monte” y “usos y costumbres” son poéticas formas de nombrar al acto de ignorar la ley formal o la ausencia de norma. Se cobra venganza, definen prácticas, exigen conductas o esperan comportamientos fuera de la mínima lógica.
La jornada laboral en las dependencias de los tres niveles de gobierno y otros poderes abarca desde las tolerancias en el horario y la disposición del tiempo para tomar alimentos hasta ocupaciones ajenas al objeto de la institución y a las tareas para las que fueron contratados sus empleados. Dedican tiempo al trabajo territorial o de oficina a favor de proyectos políticos del titular o quien el titular defina.
Contratados para llevar temas administrativos, contables, técnicos o jurídicos, son responsables de “estructuras”, coordinadores en territorios fuera de su juridicción. Otros de menor rango, lo mismo traen el lonche o pagan la factura de la telefonía de su superior. Los más creativos tejen, pintan, recortan y confeccionan vestuario para todo tipo de festivales.
Hemos normalizado esa frenética actividad de los servidores públicos que no reparamos en que constituye una violación colectiva de las leyes y el decoro. Es una práctica que se modeló con los priístas, revolucionarios primero, neoliberales depués; no pudo erradicarse con los panistas, y se ha enriquecido con coloridas variantes en la cuatroté. No son los mismos, cierto; son mejores, al menos en esa materia.
No es mi propósito documentar las imaginativas y creativas formas de gastar el tiempo que se paga con recursos públicos en fines no institucionales. Si fuera guionista de cine, tal vez sería una divertida comedia digna de Netflix. No lo soy, ni podría serlo; mis capacidades son limitadas.
A propósito de mis recuerdos en los inicios de mi labor como informador y redactor, ayer rememoré mi experiencia durante una gira presidencial por Nayarit. Ahora lo hago con mi experiencia burocrática.
Debo dejar claro que ciertos detalles de cada uno de mis empleos no los revelo ni a mi familia o personas cercanas. No porque representen algo de lo que me tenga que avergonzar o hayan constituido algo ilegal. Pero fui testigo de ciertos hechos que por el cargo que desempeñaba no es ético compartirlo ya que aún viven los protagonistas y no tengo su autorización para hacerlos públicos. Cuando ellos lo hagan, estaré en libertad de abundar detalles. Pero no es algo más grande que la “caída del sistema” en 1988, que podría ser lo de más interés; por ese entonces yo tenía un cargo medio en la Secretaría de Gobernación y en la Comisión Federal Electoral, madre estatal de lo que se convertiría en Instituto Federal Electoral. Pero, lo he dicho, mantendré mi silencio autoimpuesto.
A mi regreso a Tepic me tocó presenciar la euforia gubernamental por la construcción de la Central Hidroeléctrica Aguamilpa. Yo fui contratado en una instancia federal para el diagnóstico y diseño de un programa de modernización. Cuidadosos de las formas, fuera de jornada laboral fuimos convocados los trabajadores de todas las instancias públicas a una marcha para “Agradecer al Presidente por Aguamilpa”. Era de asistencia “voluntaria”, en ese doble lenguaje de la política mexicana que se retrata en la lista de asistencia y las fotografías para enviar evidencia de los contingentes “al jefe”.
Me citaron. Durante mis años en la burocracia federal y municipal no desempeñé tareas políticas sino técnicas. Nunca fui obligado a asistir a eventos más políticos o partidistas. Aquella vez fui de manera “voluntaria” al desfile-marcha de gratitud al Presidente. Confieso que me dio pena, y para evitar una fotografía que se publicara en alguno de los entonces 16 periódicos de la ciudad, me incorporé a los amigos periodistas que caminaban por la banqueta.
Todo iba en orden. Hasta que un “supervisor” dijo algo a mi jefe y éste me llamó: “Incorpórate”, me dijo. Me incorporé, luego desaparecí de la calle, de las banquetas, y me refugié en el café Diligencias de la avenida México.
Ni entonces ni ahora creo en que alguien deba dar las gracias por algo que hace un servidor público. Ni por una presa, ni por una obra en la colonia, ni por un programa social. El poder siempre espera, sí o sí, nuestra gratitud.
Los desfiles y las marchas que cambiaron el rumbo de la historia no fueron para dar las gracias. Ninguna.
No hay tres niveles de gobierno, son órdenes jurídicos diferentes. Un abrazo