Hoy, como cada 5 de junio, el mundo conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente. En discursos oficiales se habla de sostenibilidad y sustentabilidad, se promueven campañas de reforestación y se difunden mensajes de esperanza verde. Pero en Nayarit, la realidad se impone como una bofetada de frente, sin guante blanco, el medio ambiente no es un tema conmemorativo, sino una tragedia en curso. El estado enfrenta simultáneamente una crisis de incendios forestales, estrés hídrico y niveles de contaminación atmosférica que rivalizan con los de ciudades hiperpobladas y altamente industrializadas, a ciertas horas del día, no siempre, para que luego no me llamen mentiroso.
Mientras los titulares nacionales suelen centrarse en megaproyectos o debates políticos, aquí lo urgente se quema, se evapora y se respira con dificultad. Nayarit arde, se seca y se asfixia. Y lo peor, lo hace a la vista de todos, pero con la indiferencia de muchos.
Los incendios forestales ya no son fenómenos estacionales o localizados. Son una constante destructiva que avanza sin freno. Entre 1970 y 2024, más de 611 mil hectáreas han sido calcinadas en Nayarit. Pero el dato más alarmante es que más del 60 por ciento de esa devastación ocurrió en sólo la última década, lo que indica no sólo es una crisis ambiental, sino una aceleración insostenible del desastre.
En 2023, Nayarit enfrentó el peor año de su historia en materia de incendios forestales: 167 siniestros arrasaron con 90 mil 900 hectáreas, colocándolo como el cuarto estado más afectado del país. Más allá de la magnitud total, preocupó especialmente el promedio: cada incendio consumió más de 500 hectáreas, una cifra alarmante que refleja la intensidad de estos eventos. Lejos de mejorar, 2024 mantiene la misma tendencia devastadora, se registraron 142 incendios y 83 mil 859 hectáreas quemadas. Según el último corte de la Comisión Nacional Forestal, al 29 de mayo, ya se contabilizan 90 incendios y más de 32 mil hectáreas dañadas, entre las cuales se encuentra el incendio más destructivo en la historia moderna del estado, 7 mil 719 hectáreas calcinadas dentro del Área Natural Protegida (ANP) de la Cuenca Alimentadora del Distrito Nacional de Riego 043, específicamente en el predio Cerro Colorado, municipio de La Yesca. Este desastre cobra especial gravedad al considerar que dicha ANP es clave para la recarga de varios de los mantos acuíferos más importantes de Nayarit.
La Yesca, Del Nayar y Huajicori resuenan mucho en los reportes en la zona norte; Santa María del Oro y Compostela en el sur, estos nombres ya no evocan tranquilidad rural, sino zonas de riesgo permanente. Esta emergencia no sólo pone en peligro los bosques, sino también la biodiversidad, los ciclos hídricos, los suelos y, sobre todo, la seguridad de las comunidades. Sin embargo, las acciones preventivas y de mitigación siguen siendo limitadas, insuficientes o francamente reactivas.
Si el fuego destruye desde fuera, la falta de agua consume desde dentro. La sequía constante y el agotamiento de acuíferos han dejado de ser advertencias de expertos para convertirse en una realidad palpable.
En 2020, sólo uno de los doce acuíferos del estado estaba en estado crítico. Hoy, ya son tres los que presentan déficit, lo que representa el 25 por ciento del total, y todo indica que esta tendencia seguirá al alza. El caso más dramático es el del Valle de Ixtlán-Ahuacatlán, que en apenas tres años pasó de tener un pequeño superávit hídrico a un déficit anual de más de 22 hectómetros cúbicos, casi nueve mil albercas olímpicas.
La crisis no es sólo una cuestión de disponibilidad, sino también de contaminación. En 2023, el 84.93 por ciento de los cuerpos lóticos del estado (ríos, arroyos, manantiales) estaban en semáforo amarillo, lo que significa que la mayoría presenta altos niveles de contaminación. Además, el 43.48 por ciento de los pozos se encuentran ya en semáforo rojo, lo que representa un peligro para la salud humana.
A pesar de estos datos, la política hídrica en el país y en el estado parece anclada en el pasado. Seguimos gestionando el agua como si fuera un recurso inagotable, mientras nuevos actores, como la industria tecnológica, la IA generativa, la agroindustria intensiva, incrementan la demanda de manera silenciosa. Por ejemplo, una sola imagen generada por inteligencia artificial puede consumir hasta 5 litros de agua, y se estima que, en menos de cinco años, este sector podría requerir el equivalente al consumo anual de un país entero.
Y regresando a lo local, la pregunta más dolorosa es ¿qué estamos haciendo para detener esta catástrofe?
Como si el fuego y la sequía no fueran suficiente, ahora también respiramos un aire que nos enferma. Desde abril de este año, un monitoreo continúo realizado con datos del INECC y la app IQAir reveló un patrón inquietante en Tepic, la calidad del aire ha mostrado una tendencia al deterioro sostenido, con picos críticos durante la madrugada, cuando la mayoría duerme.
El 22 de mayo, Tepic alcanzó un Índice de Calidad del Aire (ICA) de 152, considerado como “no saludable”, y superó incluso a Nueva Delhi, una de las ciudades más contaminadas del mundo. Y no fue un hecho aislado. El 25 y 26 de mayo se registraron más episodios con valores superiores a 140, muy por encima de lo que se esperaría en una ciudad pequeña, sin densidad industrial ni tráfico vehicular comparable al de otras urbes.
A la par, las temperaturas en aumento, superando los 34 grados, intensificaron los efectos negativos del aire contaminado ese día, dolores de cabeza, fatiga, dificultad para respirar, irritación ocular… síntomas que muchos ya atribuyen al calor, sin saber que el aire también está envenenado.
Estos datos deberían movilizarnos de inmediato, pero en cambio nos hemos acostumbrado al malestar. Lo toleramos, lo normalizamos, lo ignoramos.
Este Día Internacional del Medio Ambiente no debería estar marcado por festivales verdes ni frases inspiradoras. Debería estar marcado por una alarma constante, por una pausa colectiva para preguntarnos ¿cómo llegamos hasta aquí y por qué no estamos haciendo más? El reloj del fin del mundo se encuentra a 90 segundos de la media noche ¿no creen que ya es hora de actuar?
Nayarit es hoy una advertencia viva de lo que puede pasar cuando la negligencia política, la indiferencia social y el cambio climático convergen sin resistencia. Arde por sus bosques, se seca por su mala gestión del agua, y se asfixia por el aire que contamina en silencio.
Y aun así, seguimos como si nada, “siendo resilientes”. Los incendios son notas pasajeras. La sequía se convierte en un dato técnico. El aire sucio es sólo “molestia temporal que con las lluvias se quita”. Pero todo esto, junto, es un colapso ambiental en cámara lenta.
No hay que esperar a que algún diputado federal amenace con llevarse el agua del estado. No hay que esperar a que otro bosque se reduzca a cenizas. No hay que esperar a que otro niño, anciano, persona en general o mascota enferme por respirar aire tóxico.
El momento de actuar era ayer. El siguiente mejor momento es hoy. Y ese “hoy” es el Día Mundial del Medio Ambiente.
O entendemos que el medio ambiente no es una causa simbólica, sino una urgencia existencial, o seguiremos firmando, con cada hectárea quemada, cada litro perdido y cada respiración envenenada, nuestra sentencia como sociedad.