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Hace 230 años: Dio la Dolorosa identidad a la ciudad española de Tepic

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En 1795, la creación del primer cabildo español en Tepic y la jura de la Virgen de los Dolores como patrona marcaron el fin de la república indígena. Un nuevo orden simbólico y político se impuso sobre la antigua identidad local

Históricas Meridiano/Jorge Enrique González

Somos paradójicos. Amamos la chaquira, los encendidos colores de los artesanos presentes. Pero buscamos nuestro pasado español, queremos que la fecha de la fundación de Tepic corresponda a los conquistadores y no a los conquistados. Así somos, pues.

La historia que nos empeñamos en creer es la de una ciudad bautizada por un sanguinario Nuño Beltrán de Guzmán o por una reina media loca. Lo cierto es que durante más de dos siglos fue un pueblo indígena. Su cabildo era indígena, sus alcaldes eran indios, su autoridad civil respondía a la lógica de las repúblicas de indios de la Nueva España. Y su patrona, como correspondía a los pueblos del occidente novohispano, era la Virgen de la Asunción. María gloriosa, elevada al cielo, figura solar en la que los antiguos encontraron continuidad y refugio.

Todo eso comenzó a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XVIII. Fue un proceso lento, constante, una gota que poco a poco operó el desplazamiento. Llegaron los españoles, peninsulares y criollos, y con ellos una nueva forma de ocupar el espacio. Llegaron con barcos al puerto de San Blas y desde ahí se instalaron en Tepic. Primero vivieron bajo el sistema indígena, indudablemente incómodos, aunque pacientes. Luego buscaron sacudirse esa estructura. No podían ser gobernados por indios, y no querían seguir dependiendo del cabildo virreinal de Compostela.

Quien ha reconstruido con detalle y rigor este proceso es el historiador Rodolfo Medina Gutiérrez(Compostela, 1992) licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), maestro en Enseñanza de la Historia de México por la UnADM-INEHRM y doctorando en Estudios Novohispanos por la UAZ. Su tesis, Los notables de Tepic: redes de parentesco y poder en la costa occidental de la Nueva Galicia (1760–1820), traza la forma en que las élites criollas y peninsulares desplazaron política y simbólicamente a la república indígena de Tepic. La investigación permite entender que la fundación del cabildo español y la jura de la Virgen de los Dolores en 1795 fueron actos profundamente simbólicos: el inicio de una tradición, el final de otra.

Ese año, la Corona permitió por fin la creación de un cabildo de españoles en Tepic. La Real Audiencia de Guadalajara lo autorizó formalmente el 20 de julio de 1795, aunque los nombramientos ya estaban acordados desde antes. Miguel Marín del Valle, Antonio de Santa María y José Ramón de Espinosa se convirtieron en alcaldes y síndico del nuevo ayuntamiento. Y con ese gesto, comenzó una transformación radical: el paso de un Tepic indígena a una población española.

Esa transformación fue política, administrativa y simbólica. Y como en toda disputa por el poder, los símbolos importan tanto como las leyes. Los nuevos regidores no sólo querían gobernar; querían reescribir la identidad del lugar y dejar huella por los siglos de los siglos. Por eso, casi al mismo tiempo que fundaron el cabildo, juraron como patrona a la Virgen de los Dolores. Ya no a la Asunción. Ya no a la María gloriosa, sino a la Dolorosa: la que llora. La que sufre. La que derrama lágrimas de dolor ante la muerte del hijo.

Hay algo profundamente político en esa sustitución. En el acto de proclamar una nueva advocación como símbolo de ciudad. La Dolorosa no era ajena al calendario religioso, pero su culto tenía otra carga. Asociada a los temporales, las tormentas y las lágrimas, fue impuesta como figura central en un territorio que ya tenía su María. El paralelismo entre la lluvia que inunda y las lágrimas que redimen sirvió para unir el gesto devocional con la nueva lógica del poder.

La Dolorosa llegó, dicen, en una caja, sobre una mula. La leyenda dice que el animal murió frente a la antigua casa cural y que, al abrir el bulto, apareció la escultura, lo cuenta el experto más viejo de la tribu de historiadores, Pedro López González (Xalisco, 1944). Fue una señal. Una epifanía útil para fundar un nuevo relato. Desde entonces, la imagen quedó al centro del altar y de la vida religiosa de la ciudad. El culto a la Asunción, mientras tanto, se replegó a la actual Catedral. La misma María, pero otra. Una María llevada al trono de la población por quienes querían fundar, sobre la república indígena, una ciudad española.

No hay que mirar este cambio como una simple tradición religiosa. Es el acta de nacimiento de un nuevo orden. La fiesta jurada a la Virgen de los Dolores, que desde entonces se celebra cada segundo domingo de junio, fue mucho más que una rogativa contra las lluvias. Fue una afirmación de poder. Un acto civil y religioso para legitimar a las nuevas autoridades, vincular al cabildo naciente con la protección celestial y dejar claro que la ciudad, por fin, tenía patrona propia, gobierno propio, símbolo propio.

La fundación de Tepic no fue en 1532, como algunas placas de bronce quieren hacer creer. La ciudad española fue producto de un largo proceso de resistencias y paciencia que  tuvo un gran avance en 1795, con la formación de su cabildo de españoles, y con una Virgen doliente, que sirvió de inspiración para que los tepiqueños obtuvieran el título de Noble y Leal Ciudad en 1811, ya en la etapa final del virreinato.

La república indígena, desde entonces, comenzó a desvanecerse en el lenguaje, en los documentos y en la memoria oficial. Aunque la Cuatroté le haya construido una bella Ciudad de las Artes Indígenas con una inversión de cientos y cientos de millones de pesos.

Este domingo, cuando la procesión avanzaba por las calles con la patrona de las tempestades en hombros, curas, obispo y monaguillos vestidos de azul, se reactualizó aquel gesto fundacional. El símbolo que desplazó a otro símbolo. La ciudad que se construyó sobre el dolor, las lágrimas y la lluvia, que en 1795 hizo a un lado a una república que resistió dos siglos y medio.

Antes de concluir 1800, la rebelión del Indio Mariano sería el último capítulo contra el nuevo orden de cosas que había desplazado los centros de poder. Pero eso, como dice el anuncio, es otra historia.

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