Los alumnos de un colegio en Nueva Zelanda podrán presumir que su profesor Christian Gray, anotó el gol que le dio el empate a su equipo Auckland City ante el famoso Boca Juniors de Argentina.
En ese país es probable que practiquen deportes como el rugby antes que el balompié, por eso es que su liga es semiprofesional, la mayoría si no es que todos los integrantes del equipo que los representó en este evento llamado Mundial de Clubes tienen trabajos comunes para solventar los gastos de sus vidas. El portero suplente limpia albercas, por ejemplo.
Justo cuando los titulares en los medios de comunicación señalan los grandes fichajes con los millones de euros, dólares, o pesos, nos sorprende este torneo internacional que en México cobró curiosamente notoriedad por un ausente: el equipo León, por aquello de la multipropiedad que comparte con Pachuca, el cual quedó eliminado en las primeras rondas, justo en esa coyuntura es que nos llega esta bocanada de oxígeno.
Y se trata del verdadero valor del primer amor al balón, de cuando nadie cobra y se juega por diversión, con un equipo que se vuelve la segunda familia, cuando el campo de juego puede ser la calle del barrio, o el deportivo ya sea con césped o tierra que con la pinta de la cal ya tiene tintes reglamentarios. O el que han dibujado tantas plumas como las de Jorge Valdano, Félix Fernández, Ángel Cappa, Juan Villoro, entre otros.
Con las porras de la familia, con las espinilleras prestadas, con el garrafón de agua tan clásico en los campos llaneros, pero en el Mundial de Clubes ese equipo neozelandés tuvo como contrincantes a profesionales, que tienen masajistas, varios uniformes, balones nuevos, contratos con grandes marcas.
Pero quizá en ese lejano punto del mundo no saben nada de eso, allá se enteran por las redes de los Messi, Ronaldo, Vinicius, y otras estrellas. Es probable que sus estadios no cumplan con los estándares de la liga mexicana de futbol y mucho menos tengan enojo porque no existe ascenso y descenso de primera a segunda división.
Esos alumnos de ese colegio de ese lejano país, tal vez por un instante jueguen en su patio y como los millones de niñas y niños mexicanos que patean un balón en cualquier día soleado, sueñan con ser estrellas famosas, tener videos en Tiktok, fans de clubes, pero a cambio, los integrantes del Auckland City cuentan ya con la mejor de las historias para contar a quienes quieran escucharlos, que un día le metieron gol al Boca en el estadio Geodis Park de Nashville, Estados Unidos, le empataron en un Mundial de Clubes, y con eso ganaron un millón de dólares que se repartieron entre todos los integrantes del club.
El romanticismo del futbol está más vivo que nunca, ese que nos transmite con sus emociones Mempo Giardinelli en su memorable cuento “El hincha” y que hace que el también club argentino de Vélez Sársfield sea el único, o de los pocos, que en su página web cuente con una sección de cultura, ese romanticismo es bueno que viva, hay que celebrarlo y recordarlo máxime cuando las generaciones actuales buscan y desean reconocimiento inmediato con el menor esfuerzo.
@rvargaspasaye
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