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lunes, agosto 18, 2025
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Volantín | Chicharito y la libertad de expresión

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En días recientes, se ha desatado una encendida polémica tras unas declaraciones del futbolista mexicano Javier “Chicharito” Hernández, quien expresó opiniones consideradas incómodas para ciertos sectores de la prensa deportiva, así como para un público ávido de héroes que no se salgan del libreto. Más allá de la figura pública del delantero, lo que está en juego en este episodio no es un gol errado o una convocatoria rechazada, sino un tema de mayor calado: la libertad de expresión y los límites —si es que deben existir— de la crítica, sobre todo cuando proviene de quienes son habitualmente objeto de ella.

Chicharito, en una transmisión digital con tono distendido, criticó lo que llamó el exceso de negatividad en los medios deportivos de México, señalando que buena parte de la prensa se dedica a destruir, más que a construir. Habló también del escaso apoyo emocional que reciben los futbolistas de su país, especialmente cuando los resultados no son favorables. Como era de esperarse, estas declaraciones provocaron reacciones viscerales. Algunos periodistas deportivos lo tacharon de “malagradecido”, “inmaduro” y “víctima de su propio ego”. Otros lo calificaron de hipócrita por haber hecho críticas mientras, en su momento, se negó a hablar con los medios.

Pero ¿qué tan justificada es la tormenta? ¿Realmente se equivocó el jugador al expresar su sentir? ¿O más bien tocó una fibra que molesta porque desnuda un sistema mediático que muchas veces se ampara en la crítica para legitimar excesos y descuidos?

En una sociedad democrática, la libertad de expresión no debe ser selectiva ni privilegio exclusivo de comunicadores o actores políticos. También los deportistas, los artistas, los ciudadanos de a pie, tienen derecho a expresar su punto de vista. Incluso —y sobre todo— cuando ese punto de vista incomoda. La crítica de Chicharito no fue ni altisonante ni calumniosa. Fue, más bien, una reflexión desde su experiencia personal y profesional, y resulta contradictorio que quienes exigen apertura para opinar no toleren ser cuestionados.

Vale la pena preguntarnos por qué incomoda tanto que un futbolista hable con franqueza. Acaso porque se espera de ellos una actitud sumisa, abocada solo al entrenamiento, a los partidos, a las entrevistas complacientes. Existe una expectativa tácita de que deben ser figuras decorativas, ídolos domesticados, que no opinen de nada más allá del balón. Quien rompe con ese molde es tachado de arrogante o problemático.

Esta lógica no solo es injusta, sino peligrosa. Callar a los deportistas, o deslegitimar sus opiniones, es reforzar la idea de que el pensamiento crítico es patrimonio de unos pocos. Y en el fondo, lo que se busca es mantener el statu quo, donde la prensa tiene carta blanca para emitir juicios lapidarios, pero reacciona con virulencia cuando se convierte en objeto de análisis.

Chicharito, guste o no, ha sido un símbolo del futbol mexicano. Ha anotado goles en las ligas más competitivas del mundo y ha sido, durante años, referente del tricolor. Tiene autoridad moral para hablar, no solo desde el éxito, sino también desde la caída, el rechazo y la introspección. Sus palabras, en lugar de ser descartadas con desdén, merecen ser escuchadas con seriedad. Tal vez no tengan toda la razón, pero sin duda abren una conversación necesaria.

Además, su crítica no fue únicamente contra la prensa, sino también hacia el entorno tóxico que muchas veces rodea al deporte de alto rendimiento en México. Tocó puntos sensibles sobre salud mental, sobre la necesidad de acompañamiento emocional y sobre la forma en que se juzga al deportista como si fuese un producto, no una persona. Aquí hay una veta que merece atención y no linchamiento.

Por otra parte, no deja de ser curioso que, mientras en otros países se celebra que los atletas se pronuncien sobre temas sociales, políticos o culturales —como ocurre con figuras como LeBron James o Megan Rapinoe—, en México se les exige silencio o una corrección política que raya en lo anodino. Y cuando se atreven a hablar, como en este caso, se les acusa de soberbios.

Con la misma franqueza con la que abordó la crítica a los medios, Chicharito también ha mostrado una postura clara y valiente respecto a los modelos tradicionales de masculinidad, que suelen ser particularmente rígidos en el ámbito del futbol. En diversas entrevistas y transmisiones ha cuestionado la idea del hombre que debe “aguantar todo” sin expresar emociones, hablar de sus miedos o acudir a terapia. Al compartir su experiencia personal con el desarrollo emocional y el acompañamiento psicológico, Hernández se ha convertido en una voz que desafía estereotipos arraigados sobre lo que “debe ser” un hombre, en especial uno que compite al más alto nivel. Esta apertura ha sido, en parte, lo que lo ha colocado en la mira de quienes aún consideran que vulnerabilidad es sinónimo de debilidad, cuando en realidad se trata de un acto de valentía y madurez. En un entorno donde la presión por mostrar dureza es constante, su llamado a redefinir la masculinidad es tan disruptivo como necesario.

En ese mismo tono reflexivo, Javier “Chicharito” Hernández ha hecho también un llamado directo y honesto a las mujeres, invitándolas a participar en la construcción de relaciones más conscientes, sanas y equitativas. Lejos de adoptar un discurso condescendiente o superficial, el futbolista ha reconocido públicamente errores del pasado y ha alentado a las mujeres —especialmente a aquellas que forman parte de la vida de los hombres— a que también cuestionen patrones, exijan respeto y contribuyan a un diálogo más empático entre géneros. Su mensaje busca romper con dinámicas tradicionales donde se normaliza el dolor o la desconexión emocional como parte de la vida en pareja. En un país donde las brechas de género siguen siendo profundas, su posicionamiento cobra relevancia, pues proviene de una figura masculina que ha transitado por procesos de introspección y se atreve a hablar, con humildad, sobre temas que muchos prefieren evitar.

Es tiempo de madurar como sociedad y entender que la crítica, incluso aquella que apunta hacia los medios o hacia el público, es parte del juego democrático. Que un deportista señale fallas estructurales en su entorno no debe ser motivo de censura, sino de diálogo. Si hay algo que corregir en los medios, será responsabilidad de ellos asumirlo o debatirlo con altura, no con descalificaciones simplistas.

En todo caso, si alguien desea refutar a Chicharito, que lo haga con argumentos, no con ataques personales. Que se presente evidencia de que su percepción es errónea o parcial, pero que no se pretenda silenciarlo con etiquetas ofensivas. Porque entonces estaríamos cayendo en la misma actitud que tanto se critica: el uso del poder mediático para aplastar voces disidentes.

Este episodio también deja lecciones para los propios futbolistas. La libertad de expresión implica también la apertura al debate. Si se alza la voz, hay que estar dispuesto a recibir respuesta. Pero esa respuesta debe estar dentro de los márgenes del respeto y la sensatez, no del escarnio ni del insulto. El futbol necesita voces críticas desde adentro, porque solo así se podrán corregir vicios históricos, mejorar procesos formativos y generar un entorno más humano para quienes se dedican a él.

Al final del día, Chicharito no insultó a nadie, no denostó con falsedades, no incitó al odio. Habló desde su vivencia, desde la frustración acumulada, y puso sobre la mesa un tema incómodo, pero necesario: ¿quién vigila a los vigilantes? ¿Quién cuestiona a los cuestionadores? Y sobre todo, ¿cuándo aprenderemos a debatir sin destruir?

El respeto a la libertad de expresión debe ser parejo. Si no se garantiza para todos, entonces no es libertad, sino privilegio. En un país que aspira a la pluralidad, a la democracia efectiva y a una ciudadanía crítica, no podemos permitirnos seguir linchando a quienes piensan distinto, menos aún cuando lo hacen con altura, sin estridencias ni desinformación.

Javier Hernández ha sido polémico, sí, pero también ha sido valiente. No se escondió detrás de evasivas ni se limitó a repetir frases hechas. Se atrevió a decir lo que muchos piensan, dentro y fuera del futbol. Y aunque sus palabras hayan dolido, es probable que esa incomodidad sea precisamente lo que hace falta para iniciar un cambio.

Porque la libertad no solo se defiende desde los medios. También desde el micrófono de un futbolista que, por una vez, decidió hablar de lo que importa más allá del marcador.

Opinión.salcosga23@gmail.com

@salvadorcosio1

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