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viernes, agosto 22, 2025
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Inventores de la muerte

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En sus memorias, Gabriel García Márquez describió a ciertos pobladores tan solemnes en los funerales que parecían los inventores de la muerte. La frase es un retrato perfecto de esa soberbia que acompaña al poder, la tendencia a creerse autores de un nuevo Génesis donde, en seis años, se crea todo a partir del caos. Todos los gobiernos, del signo que sean, son proclives a la exageración, a recitar con laconismo bíblico su propio “Hágase la luz”, esperando el aplauso por haber inventado el sol.

Por eso, no vamos a regatear los logros. Las cifras del INEGI sobre la reducción de la pobreza son claras y no hay por qué dudar de ellas. El aumento al salario mínimo y la masificación de los programas sociales, en ese orden, han tenido un impacto innegable. Este es el punto donde fifís y chairos, en el nuevo y fatigoso lenguaje polarizante de México, deberíamos poder llegar a un acuerdo: el obradorismo se ha apuntado un acierto. Reconocerlo no es claudicar, es simplemente leer la realidad.

El problema nunca fue la estadística, sino la teología que la envuelve. El gobierno saliente no se conforma con el dato; necesita la épica. No le basta haber mejorado un indicador; aspira a ser el inventor de la justicia social. Y es aquí donde la celebración se vuelve problemática. Falta afinar los programas para que sean una auténtica escalera que ayude a la gente a mantenerse fuera del sótano de la sobrevivencia, para que puedan generar por sí mismos los recursos para su bienestar. El éxito de una política social no debería medirse por cuánta gente recibe una ayuda, sino por cuánta gente deja de necesitarla.

Es fácil caer en la tentación de creer que la nueva titular del Poder Ejecutivo es idéntica a su antecesor. No lo es. Su formación técnica y científica sugiere un enfoque distinto, donde los cuadros tienden a definirse más por criterios profesionales que por lealtades ideológicas. Confiemos en que esa sea la constante, a pesar de las inevitables concesiones que deberá hacer a los poderes reales que heredó. No es razonable creer que estos desaparezcan por decreto. La esperanza reside en que la ingeniería sustituya a la profecía.

Porque el obradorismo no inventó los programas sociales ni el aumento a los ingresos laborales, pero tuvo el mérito de su terquedad. Su insistencia ayudó a extenderlos a una velocidad inédita. Sin embargo, esa misma prisa, ese afán de refundación, es lo que ahora nos obliga a tomar medidas para que los efectos secundarios no superen a los beneficios.

Los programas sociales, en su concepción actual, deben ser entendidos como un medicamento de urgencia. Son la intervención necesaria para atender una crisis que no respondió a otros tratamientos. Son, en esencia, una sala de emergencias nacional. Y como bien se dice en salud, la sala de urgencias es vital, pero no tiene impactos en la salud general de la población. La verdadera salud se construye con medicina preventiva, con promoción y educación.

Creer que con la mejor sala de urgencias del mundo tendremos menos infartados o menos dializados es un error garrafal. Con ese servicio podemos disminuir la muerte por infartos o por complicaciones renales, pero no mejoraremos la salud cardiovascular y metabólica de la gente. La urgencia salva al paciente hoy, pero no evita que vuelva a enfermar mañana. La política social del sexenio pasado fue un extraordinario equipo de paramédicos, pero el país sigue sin tener un sistema de salud pública robusto.

Esa es la tarea monumental que sigue en el bienestar. La nueva administración tiene la oportunidad de pasar de la medicina de emergencia a la de prevención. Dejar de ser los solemnes inventores de la muerte evitada para convertirse en los discretos arquitectos de una vida más sana y autónoma.

Odio las frases hechas, los lugares comunes, la doctrina del motivador. Pero no encuentro mejor manera de decirlo, por lo menos esta noche de jueves: La proeza no es repartir el pescado, sino enseñar a pescar y, sobre todo, asegurarse de que el río no esté contaminado. Porque ni Jesús se atrevió a multiplicar todos los días los panes y los peces; incluso él administró los milagros.

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