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sábado, agosto 23, 2025
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En Definitivo | El Reloj

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Brax:
—Eres tacaño como papá.

Christian Wolff:
—No era tacaño, era austero.

Brax:
—Un adulto con un reloj barato… patético. Mira este —señala su reloj—, cuesta más que su salario anual. ¿Qué crees que diría?

Christian Wolff:
—Que su reloj da la misma hora.

El diálogo pertenece a la película El Contador 2 y refleja perfectamente el choque de visiones que suele explorar uno de los símbolos más importantes de la humanidad en los últimos años: el reloj.

Hace unos días, durante una charla de amigos, uno de ellos nos increpaba sobre el costo de los relojes Rolex y mostraba su extrañeza: “¿No entiendo por qué la gente paga tanto por ellos?”, preguntó. “Es por estatus”, contesté con natural obviedad.

La historia del reloj se remonta hasta al antiguo Egipto. No obstante, fue Galileo Galilei con su idea del péndulo que abrió paso a una de las invenciones más relevantes de nuestra especie, la materialización de uno de los constructos sociales más importantes de nuestra civilización: el tiempo.

La creación del reloj de péndulo significó un nuevo símbolo de poder, por lo que no es casualidad que los primeros se colocarán en las esfinges de los templos y edificios gubernamentales de la época medieval. La Iglesia y el Estado recordaban a campanazos quienes eran los dueños de todo, incluso de las horas.

Sin embargo, en la época de la industrialización este símbolo vivió una transformación. La invención del reloj de bolsillo, expandió la dualidad de este artefacto a las clases sociales. Pronto, los burgueses se hicieron del suyo, mientras que para clase obrera era imposible adquirir uno.

De pronto las clases favorecidas poseían el tiempo en su bolsillo como un simbolismo de solvencia económica, productividad y poder en estado puro. Mientras las menores favorecidas se sometían a las horas que marcaban los relojes públicos de las iglesias y los ayuntamientos.

La exclusividad del uso de reloj lo llevó a alcanzar un fetichismo de esos que adora el sistema de los capitales. Daba igual si el artefacto no brindaba la hora más precisa, bastaba con formar parte de la ornamenta burguesa para demostrar cierto estatus dentro de la sociedad.

Con el tiempo, los altos joyeros se dieron cuenta que en cuestión innovadora la muñeca podría ser un lugar digno para cargar con el tiempo, más allá del bolsillo o el cuello, como lo solían usar las mujeres. Los primeros relojes de pulseras llegaron para reconocidas aristócratas, hasta la idea de Louis Cartier de crear uno basada en la necesidad de un aviador que buscaba conocer la hora mientras pilotaba.

El reloj de pulsera alcanzó su boom con la Primera Guerra Mundial. Pilotos, jinetes y otros castrenses vieron la necesidad de su utilidad durante ese momento. La popularidad de su uso trascendió lo bélico y encontró lugar en el público común, una vez que los industriales encontraron el cuarzo como un material que permitiera su producción en masa y abajo costo.

No obstante, fiel al capital, el fetichismo por esta mercancía nunca murió. A pesar de la democratización del uso de este símbolo en los años 60, los relojes de lujo se mantuvieron exclusivos para las clases burguesas. Sus altos costos y en ocasiones hasta la restricción de venta, contradiciendo las ideas del libre mercado, mantuvieron ese estatus que construyeron marcas como Rolex, Piaget, Phillipe, Cartier y después Hublot.

Es decir, el capital encontró la manera de mantener el estatus del artefacto. Mientras que las clases menos favorecidas, dejaron de someterse al tiempo que marcaban los edificios de poder, para esclavizarse al tiempo que cargaba en sus muñecas. Saber la hora dejó de ser cosa pública y se convirtió en una disciplina personal.

Ochenta años después esto no ha cambiado. El uso de los relojes de lujo sigue brindando ese estatus que desde su concepción le otorgó la clase burguesa de la industrialización. Por eso resulta irrisorio ver como figuras de la izquierda suelen ser exhibidas usando Rolex. Como en su momento el Che Guevara y Fidel Castro en Cuba, la familia Ortega en Nicaragua, los chavistas en Venezuela y el propio Nicolás Maduro, quien en una transmisión en vivo tuvo un desliz al evidenciarse escondiendo su reloj de 1.3 millones de pesos.

Y por supuesto en México, donde el discurso oficial exaltó medianía y la austeridad, pese a que funcionarios allegados al expresidente Andrés Manuel López Obrador y el movimiento que fundó demuestran una cínica fascinación por estos artefactos de lujo.

Al final de cuentas, ¿el reloj da la misma hora para todos no?, eso también es democracia.

EN DEFINITIVO… En los pasillos de la cuatroté resuena el Reloj. Pero no por las manecillas que brillan en las muñecas de sus líderes, sino de aquel bolero que Roberto Cantoral inmortalizó y que hoy suena casi como presagio: “Reloj, detén tu camino, porque mi vida se apaga”.

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