La incertidumbre se vuelve algo más cotidiano de lo que pensamos. Hay de todo tipo, por ejemplo cuando se espera el resultado de un examen, de una entrevista de trabajo, de una propuesta amorosa. Hay una muy diferente, por ejemplo cuando no se sabe nada de un ser querido, sobran por desgracia las historias de quienes van a las autoridades para levantar las fichas de búsqueda.
Las cifras tienen rostro, las promesas de las autoridades en ocasiones se logran y en otras tantas se alargan. Pero estos días sorprenden las ausencias de quienes quedan en el limbo de un olvido un poco raro. Pongo dos ejemplos.
El primero en Tepic, luego de una tromba reciente un motociclista queda atrapado de forma peculiar con su vehículo en la inundación y fallece al parecer ahogado, días después no habían reclamado su cuerpo.
El segundo caso es en la mediática explosión de una pipa de gas en Iztapalapa en la CDMX el pasado 12 de septiembre que entre las varias víctimas mortales que dejó hay un varón quien aparentemente se llama Aarón de entre 26 y 35 años, de 1.64 metros de estatura, complexión mediana, piel morena clara, cabello castaño corto y nariz aguileña, a quien tampoco todavía nadie ha reclamado su cuerpo. Se suma que por los daños, la ropa quemada, ninguna pertenencia hallada, se dificulta dar alguna ayuda para su identificación.
Son víctimas de la desgracia y al parecer del olvido. Curiosas ausencias, pareciera que en la época de la comunicación instantánea, de los miles de amigos en redes sociales, de la identificación facial a distancia, de las multidimensiones, de los códigos digitales a cada paso que damos, hay gente sola, que no es lo mismo que solitaria.
Tiene que ver también claro con la compleja situación de mantener una base de datos única nacional para todos los casos de fallecidos que llegan a los SEMEFO de cada entidad, de los cuerpos que nadie reclama porque en ocasiones no se sabe que están allí, de esos hombres y mujeres que todavía no encuentran los ojos que los reconocen. Me niego a pensar que son olvidados, pienso que son ausentes. No concibo a una madre olvidando a su hijo o a su hija, un hermano, primo o pariente sin nadie que quiera saber de él o de ella.
Como estas dos seguramente hay otras historias en el firmamento, como estas dos tal vez hay otras que han encontrado finales felices y vinieron abrazos con lágrimas de gozo para dar por cerrada la trama. Y también como esas dos han de haber otras tantas narraciones donde siguen desaparecidos, desaparecidas las personas queridas, mientras los querientes siguen buscando, rascando en la tierra, rastreando.
@rvargaspasaye
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Bien