La vida es un partido de futbol. El primer tiempo es la existencia terrenal; la muerte es el descanso de medio tiempo; y la vida eterna es el segundo tiempo, el premio. En la banda, Dios observa como un “director técnico”. Y en el descanso, Él decide “quién pasa al segundo tiempo, quién se queda sólo jugando el primer tiempo y ahí acaba todo”.
Esta fue la metáfora central que monseñor Engelberto Polino Sánchez, noveno obispo de Tepic, eligió para su primera misa dominical en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
Apenas el viernes había tomado posesión canónica, y este domingo, a dos días, la sede episcopal lo recibía en su primera gran celebración como pastor diocesano. La ocasión no era menor: era el Día de los Fieles Difuntos. Y en un signo de los nuevos tiempos, la voz del nuevo obispo no se quedó en la piedra de la Catedral: se transmitió por la señal abierta y digital de 8NTV y la cadena radiofónica de Álica Medios.
El sermón saltó a la cancha y fue una confrontación directa con la cultura popular.
Antes de la metáfora futbolística, Polino Sánchez preparó el campo advirtiendo sobre el deber del cristiano de “cuidar”. Explicó que “obispo” significa “el que vigila, el que está cuidando”, y que el “señor cura” es “el señor que cuida”, así como San José fue “el que cuida a la Sagrada Familia”.
Este deber de “cuidar la fe”, dijo, es crucial en un tiempo donde “se ha metido una cultura de muerte”. El obispo lamentó que “incluso hay quien rinde culto a la muerte”. Y dio un diagnóstico: “es que no saben que la muerte fue vencida ya. La muerte fue vencida hace dos mil años”.
Fue una crítica directa a las celebraciones que honran “seres de ultratumbas, murciélagos, vampiros, monstruos”. “¿Celebrar a monstruos para qué? ¿Celebrar cosas que no tienen sentido en nuestra fe?”, cuestionó. “Bueno, pues que lo hagan los que no tienen fe… para nosotros no, porque tenemos al que ya venció a la muerte” .
Para explicar esta victoria, la misa retrocedió a la Liturgia de la Palabra, el verdadero guion de la homilía.
Las lecturas del día ofrecieron un “mensaje de esperanza”. La primera, del libro de la Sabiduría, fue contundente: “Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento”. Expuso que, aunque los insensatos creen que su muerte fue una “completa destrucción”, los justos “están en paz”, pues Dios “los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable”.
La segunda lectura, de San Juan, definió la verdadera muerte: “Nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida” .
Pero fue el Evangelio de San Mateo el que proveyó las reglas del juego. Se proclamó el Juicio Final, la separación de las ovejas y los cabritos. El Rey, al dar la bienvenida a los justos, no preguntó por sus rezos, sino por sus acciones: “Porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”.
La clave del Evangelio, y de la homilía, fue la respuesta del Rey a la sorpresa de los justos (“Señor, ¿cuándo te vimos…?”): “yo les aseguro que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. El castigo eterno, por el contrario, fue para quienes no lo hicieron .
Con el Evangelio servido, Polino Sánchez amarró su metáfora deportiva para explicar cómo “jugar bien el primer tiempo”.
El “director técnico”, dijo, observa si “demostramos que somos buenos, que estuvimos atentos, que no fuimos protagonistas, que le pasamos la bola al otro, que defendimos bien”.
“Jugar bien” es cumplir el Evangelio. Y para cumplirlo, hay que saber que Dios “se disfraza”.
“Me disfracé de obispo”, dijo el obispo, “Y ahí descubriste mi presencia. Me disfracé de persona que pedía en la calle. Y ahí me descubriste, me disfracé de enfermo. Y ahí entre las sábanas ahí descubriste que estaba presente. Traía una cobija maloliente, vivía en la calle, olía muy feo. Pero tú descubriste que yo estaba presente y me atendiste” .
Dios, insistió, se oculta “en la pequeñez de un pan” y “en una persona que pasa una dificultad” . El trabajo del cristiano, entonces, es “ejercitar la fe” y ponerse “esos lentes de la fe” para descubrir a Dios en el prójimo y servirle .
El obispo conectó el juego con la liturgia: “Por eso venimos a misa el domingo, por lo menos”. Explicó que recibir la Eucaristía es manifestar que se está “en comunión con Dios” y “en comunión con el hermano”, en un esfuerzo constante por “perdonar” y “pedir perdón”.
La misa, que había comenzado con Polino Sánchez agradeciendo a su antecesor, Luis Artemio Flores Calzada, por “mostrarme este trabajo diocesano” , y señalando las canastas con los nombres de los difuntos, avanzó hacia el Credo, donde la asamblea profesó su fe en la “resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.
En la plegaria eucarística, el obispo oró por “el Papa León”, por “nuestro Obispo Engelberto”, y por todos los fieles difuntos, “en especial… por todos los que están escritos en los canastitos”.
Tras la comunión y la bendición final, el nuevo obispo realizó el último acto simbólico del día. En un gesto de respeto y continuidad histórica, Engelberto Polino Sánchez descendió a las criptas de la Catedral, donde reposan sus antecesores. Allí, en el silencio, el noveno obispo oró, derramó agua bendita e incensó, reconociendo a los jugadores que ya habían terminado su partido, antes de subir a comenzar el suyo.



