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lunes, agosto 4, 2025
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El gozo de compartir el evangelio

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** En la fotografía aparecen el P. Roberto Villalobos, el P. Antonio Aldana y Raymundo Arjona, quienes estuvieron en Kenia como Misioneros de Guadalupe estudiando teología.

Hace ya algunas semanas, mientras esperaba ―a solas― la hora de iniciar la primera clase del día en el Seminario Diocesano de Tepic, vi, entre algunas revistas colocadas sobre la pequeña mesa que se encuentra en medio de unos sillones en el espacio en que se reúne semanalmente el Equipo Formador [de ahí que a ese salón de le conozca como “REF”] y en los días ordinarios, quienes apoyan a los seminaristas en formación hacia el sacerdocio ministerial, un folleto con una portada a todo color con el título que he “expropiado” para encabezar estas “palabras”: “El gozo de compartir el evangelio”.

Lo tomé en mis manos, saqué mis antiparras [se me vino esta palabras ahora en desuso para referirme a esos anteojos que cargo siempre en la bolsa de mi pantalón] y descubrí, en la parte de abajo de la portada, “Pbro. Roberto Villalobos Valencia” y en la imagen, al “Padre Villalobos”, con una sotana blanca “contando historias” [evangelizando] a un grupo de personas ―casi seguramente kenianas― a la sombra de un árbol frondoso.

Acto seguido, me asomé a las páginas interiores y “me salieron al paso” unas palabras del P. Juan Miguel Arreola en la presentación que hace del mencionado folleto y que “rezan” así:

“En esta obra, ya en el pórtico de su aurea vida sacerdotal, el Padre Roberto nos regala un testimonio de su fe en Jesucristo. [Sus] “Memorias” son, en el mejor sentido de la expresión “un testimonio” de un discípulo misionero que con su sacerdocio ha experimentado a Dios; que lo ha encontrado en su propia familia, en el niño de piel negra, en el seminarista ilusionado, en el romero lloroso y en los cristianos de a pie que esperan ante el Sagrario”.

Y en las primeras frases de la introducción, el propio Padre Villalobos escribe:

“Siempre he creído en un Dios a quien le gusta contar historias y, por eso, inspirado en la historia más grande y más larga de todos los tiempos que es la Biblia, también quiero compartir mi historia, que, aunque es más pequeña, puede interesar a algunas personas con quienes he compartido parte de la maravillosa experiencia de este camino llamado vida”.

Y, ciertamente, su historia ―27 años de vida en familia y de formación al ministerio; 25 de ministerio en tierras mexicanas y 25 de misión en tierras kenianas― me interesó… Y no solo me interesó, sino que me conmovió y me impulsó a dar gracias a ese Dios que le creó, le llamó, le envió y le inspiró el poner por escrito “el gozo de compartir el evangelio” que ha experimentado a lo largo de 50 años. Lástima que el número de personas que tendrán acceso a este folleto testimonial [martirial se podría denominar si recurrimos al equivalente griego] se reducirá a quienes tengan acceso a alguno de los 1,000 ejemplares de que constó la edición. [En mi caso, tuve acceso gracias a que el P. Artemio Parra me prestó el ejemplar que el P. Roberto le obsequió y dedicó].

Sin mayores dificultades, se pueden descubrir en esa “historia” seis capítulos: dos de preparación [familia y seminarios] y cuatro de realización [dos en tierras africanas y dos en tierras mexicanas].

Nacido en Tepic el 27 de mayo de 1947, tres horas después que su hermana Dora, hizo su primaria en “la Madero” y la secundaria en “la Federal”…

A propósito del cuento de historias, nos conduce al Parque Juan Escutia para que le contemplemos rodeado de amigos y jugando balero, trompo, canicas, zumbadores, beli, futbol, beisbol y trepando tabachines… Hasta que, al terminar la secundaria tuvo que elegir entre dos opciones: ser médico o sacerdote. La primera de ella, descartada “porque al ver sangre me desmayaba” y la segunda, elegida al ser cautivado y seducido por el evangelio de San Mateo…

En cuanto a sus años de formación, nos remite a ese año 1962 en que ingresó al Seminario Diocesano de Tepic sito en la Ex Hacienda El Tecolote, al Seminario de Montezuma, Nuevo México en donde prosiguió su proceso de formación y al Seminario Interregional de Tula, Hidalgo donde concluyó sus años de formación…

El 28 de diciembre [Día de los Santos Inocentes] de 1974 fue ordenado presbítero por Don Adolfo Suárez Rivera y, apenas dos años después, en agosto de 1976 “volaba” hacia Kenia, no sin antes rechazar la propuesta episcopal de ir a Roma a estudiar Sagrada Escritura…

Así comenzarían los primeros diez años en tierras africanas ―en la que parece haber sido la etapa más relevante de sus primeros cincuenta años de ministerio― de los que comparte al lector un buen número de historias, de las que me referiré a dos que me resultaron particularmente significativas.

“Me quiero llamar Mateo”, se titula la primera de ellas y “cuenta” la visita a un anciano que habitaba en las montañas de Amukura, quien a la pregunta “¿en qué puedo servirte?” Respondió: “Quiero bautizarme” y a la pregunta “¿qué nombre quieres para ti?”, respondió: “Mateo” porque un tal Mateo “se atrevió a escribir la vida de Jesucristo como salvador de todos los pueblos”. Mateo fue bautizado “con agua de los veneros que corrían por ahí” y “la montaña repleta de árboles nos sirvió de pila bautismal más el adorno natural de flores del campo, un cielo azul y gris maravilloso, más la sinfonía de pájaros del lugar”. Y Mateo murió poco después ―escribe Roberto― “cuando yo iba bajando de la montaña”, y agrega, “lo único que esperaba aquel hombre de Amukura era poder llamar a Dios “Padre Nuestro” y sentirse verdaderamente hijo muy amado de Dios”.

“Ana anciana de Kamosing” es la segunda historia… El P. Roberto fue llamado para para visitar a un leproso llamado Lázaro quien, supuestamente estaba muy grave pero resultó que “había salido al mercado”, lo que disgustó a Roberto, quien tomó de regreso un camino que no conocía y que ―curiosa o, mejor, providencialmente― le llevó a la choza de Ana en la que hicieron una oración comunitaria, la ungió con “el óleo de la salvación”, le administró la comunión, para que, al terminar los cantos y la oración muriera.

Dos “botones de muestra” ―sólo dos― basten para acompañar al Padre Villalobos en sus Bodas de Oro presbiterales y para dar gracias a Dios por él y por su “el gozo de compartir el evangelio”…

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