¿Quién tiene razón, Rousseau o Hobbes? Este viejo debate filosófico nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y nuestras actitudes colectivas. Rousseau creía en la bondad innata del ser humano, mientras que Hobbes argumentaba que, sin reglas estrictas, el hombre es egoísta y violento. Pero hoy, más allá de elegir un bando, deberíamos cuestionar nuestras propias creencias y prácticas, especialmente en una era donde la condena pública se lleva a cabo en las redes sociales, sin juicio ni apelación y donde muchas veces sólo se sabe una cara de la información.
Es preocupante cómo, en la sociedad actual, nos encerramos en ideas y doctrinas rígidas, como los ismos, que terminan en actitudes radicales. En un momento pueden haber sido útiles, pero ahora parecen ahogar el diálogo y la reflexión crítica. Nos olvidamos de que los seres humanos somos cambiantes, capaces de arrepentirnos y aprender, no somos de concreto o cristal. Sin embargo, las redes sociales, en lugar de facilitar ese cambio, se han convertido en tribunales de condena inapelable. Y lo más preocupante es que, en este espacio, tanto justos como pecadores caen de manera indiscriminada.
El caso de Eliseo, un administrativo de un jardín de niños en Mexicali, es un ejemplo doloroso de cómo la justicia digital además de rápida es despiadada. Fue acusado falsamente de abuso sexual por la madre de una menor, quien luego negó públicamente haberlo señalado diciendo que “él se puso solo el saco”. Pero el daño ya estaba hecho.
Las redes sociales lo funaron, lo destrozaron sin piedad, hombres y mujeres por igual, no hubo distinción de género para condenar. Y es que, en la mente colectiva, pocos delitos son tan imperdonables como el abuso infantil. Las redes, entonces, actuaron como un verdugo rápido, visceral y anónimo que no reflexiona ni analiza, sólo actúa.
La funa, ese acto de exponer públicamente a alguien para ser juzgado por la multitud digital, ha servido en muchas ocasiones para visibilizar injusticias, presionar en casos donde la autoridad se ha tardado en llegar o no ha querido ver. Esta acción ha formado parte de las nuevas costumbres del homo sapiens digital, incluso se recurre más a la funa que a la denuncia como tal. El INEGI a través de su Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) revela que de 31.2 millones de delitos que se cometieron en 2023, sólo se denunciaron el 10.4 por ciento, de ellos sólo el 1.2 se resolvió.
La ineficiencia de las autoridades, la falta de confianza, los malos tratos de los entes encargados de dar justicia, se han convertido en motivos para no denunciar, así lo revela también la ENVIPE, por eso, la funa se ha convertido en una herramienta tan útil, y ejemplos hay muchos, basta sumergirse en las redes y observar atentos, incluso hasta mismos servidores públicos hacen sus juicios, me sucedió con mi hermano que fue asesinado, donde vi comentarios de servidores públicos diciendo que eso le pasó por ser “halcón”, siendo que su trabajo era investigar y no juzgar.
Sin embargo, cuando esta herramienta se utiliza sin reflexión, puede destruir vidas sin justificación. ¿Qué ocurre cuando alguien inocente es el blanco de esa furia? ¿Cómo se repara el daño cuando la justicia demuestra que no hubo crimen? ¿Qué sucede con aquellos que lanzaron la piedra y escondieron la mano?
Aquí es donde surge la verdadera pregunta: ¿se puede reparar el daño? En el caso de Eliseo, su imagen fue compartida y acusada en innumerables lugares. Su reputación y la de su familia (hijos y esposa) quedó manchada de manera irreparable, incluso después de que la justicia demostró su inocencia. ¿Qué ocurre con los “buenos” que son injustamente arrastrados por la vorágine de las redes? Lamentablemente, cuando el daño ya está hecho, las disculpas públicas y las retractaciones, cuando llegan y si es que llegan, no tienen el mismo alcance ni impacto que la acusación inicial.
Las redes sociales tienen un enorme potencial para visibilizar injusticias, pero también han demostrado ser un espacio donde se anula la posibilidad de redención o reflexión. La volatibilidad de la información y las miles de opiniones ofrecen sesgos infinitos para que la realidad quede totalmente alterada, esto hace que las condenas digitales no permitan matices ni segundas oportunidades, y la vida de una persona puede quedar arruinada en un clic y los responsables quedan impunes en el anonimato y ahora ¿Quién dará justicia para personas como Eliseo? Lamentablemente, como este caso hay muchísimos y lastimosamente, también se pierden en el Serengueti digital que sólo expone ciertas cosas y al igual que las autoridades no brinda una justicia pareja.